domingo, 10 de abril de 2022

La memoria sensitiva

 (Escrito en 2013)


“Era a principios de verano. Lo recuerdo como si lo estuviese volviendo a ver en estos momentos. Una se olvida, y cada vez con más frecuencia, de lo que hizo ayer, o de cosas que han ocurrido esta misma mañana y, sin embargo, los recuerdos más antiguos tienen otra fuerza. No los piensas: los ves, los escuchas. De aquel día recuerdo el cielo por encima de la escollera, pero también las caras y las voces de cuantos nos sentamos a la mesa, bajo la higuera. Recuerdo cómo iba vestido cada cual, y el olor áspero de las hojas de la higuera y el de las plantas de tomate, cuando fuimos tu tía Pepita y yo a recoger algunos para la ensalada, y  recuerdo el olor de la ropa; fíjate que mientras hablo puedo recordar el olor de tu tía Pepita y el de la abuela María, que olía nada más que a agua y jabón pero de un modo muy especial, porque también olía a ella.”

La buena letra, Rafael Chirbes.

Existen ciertos sonidos, ciertos olores, ciertas imágenes, que inmediatamente asociamos a algo vivido. Me parece cuanto menos curiosa esa capacidad del cerebro de identificar un perfume con alguien que nos dejó huella, una canción con una situación experimentada, o un paisaje con cierta edad ya pasada, por ejemplo. ¡Cómo es posible que una canción haga que se me salten las lágrimas de los ojos, por las connotaciones que lleva asociadas! ¡Cómo es posible que recuerde el olor (interesante pregunta: ¿se puede recordar un olor? yo creo que sí) de cierta persona y no sea capaz de borrarlo de mi olfato-mente! Quizá sean cuestiones éstas baladíes, a las que en nuestro día a día no les otorgamos importancia, y en cambio, cómo y con qué intensidad son capaces de perturbar nuestro estado anímico. Quizá se deba a que el ser humano, que siempre se ha dicho racional, es ante todo emocional y primitivo, por mucha educación que reciba y normas que se le impongan. O quizá no. El caso es que éste es un tema que ha resurgido en mi mente tras escuchar una canción concreta, con sus respectivas connotaciones concretas. 

Vuelvo a escucharla una vez tras otras. Me siento atribulado. Incapaz de pensar, de sacar nada en claro. Regurgitan los sentimientos, las sensaciones. Se me eriza la piel, me estremezco, incluso llego a tambalearme. Un escalofrío recorre mi espina dorsal y llega hasta el fin de mis extremidades. Suspiro. El placer se instaura a través de mi cabeza y recorre todo el cuerpo.  Experimento la dicha. Y al mismo tiempo me sumo en una extraña melancolía; en un letargo del que no quiero salir, pero a pesar de todo, sé que lo haré para continuar con una vida perfectamente mediocre e impostada.

No obstante.


Mis acáis, vidriosos, permanecen cerrados.

El libro de la venganza, de Benjamin Taylor

 (Escrito en 2013)

“- ¿No quieres descubrir cosas nuevas en lugar de volver a reflexionar sobre lo que ya se ha reflexionado durante siglos? –preguntó Gabriel.
Eso era hablar de la ciencia, la ciencia que todo lo conquista.
- Ese es el problema de los de tu calaña, obstinados en el mito del progreso –replicó Danny-, vendidos a un trato faustiano.” (1)


El libro de la venganza es una novela seductora, elegante, inteligente; que conquista poco a poco para enseguida atrapar al lector y sumirlo en un estado de lectura ávido. Emociona y hace reflexionar, también consigue que por unos instantes nos olvidemos de la vida en presente, es decir, hace pensar en experiencias, ideas que tenemos, quizá sueños,... pero el ahora se borra de la mente. El toque intimista, y al mismo tiempo la forma de narrar con el pecho al descubierto –o sin censura-, lo convierte en un libro que sin duda hace que merezca la pena ser leído. Si bien es cierto que con altibajos, mantiene un nivel notable, con algunos puntos álgidos que estremecen sinceramente. El mayor valor de la obra es la historia que se cuenta –y las informaciones paralelas a ésta-, que llega en gran medida por esa forma de expresarse envolvente y hechizante, y porque centra la importancia en temas universales, con los que todos podemos sentirnos identificados. Uno de ellos es, creo (todos los escritos están sujetos a interpretaciones propias del lector, que estarán condicionadas en gran medida por las ideas y experiencias que éste tenga en su aval), la intrascendencia de la vida. A partir de la historia podemos notar un hálito impregnado de melancolía, y a su vez, impotencia. Desde el momento que el ser humano es dado a luz su vida será intrascendente: eso es así; por mucho que de niños y adolescentes la imaginación vuele y juegue con hipotéticos tiempos futuros en dónde somos capaces de convertirnos en lo que nos propongamos. Pues va a ser que no. La vida es una mierda, y prácticamente todos los objetivos y anhelos que tengamos serán dilapidados y se evaporarán, con mayor consciencia conforme uno vaya ganando en edad. Incluso por mucho que llegues a ser o conseguir, todo ello, visto desde una perspectiva histórica, será obliterado en la memoria de las generaciones futuras, o como máximo, sólo se tendrá una vaga consideración en las mentes del populacho, probablemente errónea o cuando menos no totalmente veraz. Este libro nos hace pensar sobre ello, con el añadido, que vemos, aunque sea mediante la narración de determinadas etapas, cómo va cambiando el espíritu del protagonista principal, Gabriel, y los que le rodean. Desde la pasión, el aire soñador, a pesar de las adversidades, hasta la resignación, el realismo; si bien es cierto que el final del libro abre una ventana a la esperanza: y es que probablemente, nunca se logre enterrar al niño que todos llevamos dentro, y en los momentos más inesperados, surja del interior con extraña fuerza, y brevedad, para transformarse en un espejismo, o en una especie de estado en trance. Muy ligado a lo comentado, la obra también invita a reflexionar acerca del ciclo de la vida: nacemos con inusitada energía y felicidad, para con el transcurso de los años, convertirnos en seres resignados que en el mejor de los casos, han falseado su vida hacia una supuesta vocación en la que se sienten mínimamente más reconfortados. Una vida llena de monotonía y encorsetada, que sigue las reglas y modas impuestas por la sociedad (que a su vez puede ser manipulada por poderes fácticos, y viceversa), si no en todos los aspectos, sí en los fundamentales: una vida que conforme avanza se va haciendo más dificultosa, ya sea por los golpes y sinsabores experimentados, el daño emocional sufrido, que hace que uno se lo piense mucho para lanzarse a la piscina (en ocasiones anteriores parecía estar repleta de agua, y en cambio, los leñazos fueron considerables), o por las enfermedades que van llegando, asociadas a la vejez y degeneración y finalmente decrepitud (¿o nos convertimos en seres decrépitos mucho antes?). Enfermedades que en su mayoría no se eligen (aunque sí cosas que hacemos tienen su influencia en la adquisición de éstas), y van asestando cuchilladas que entierran definitivamente el espíritu más jovial, si es que aún quedaba algún atisbo. Una vida intrascendente en la que nos hemos empeñado en buscar pequeñas trascendencias hasta rendirnos, que tendrá un final sin duda triste y necesario y doloroso. Una vida intrascendente en la que la mayoría de nuestras decisiones serán equivocadas y estúpidas y fracasadas. Una vida intrascendente con pequeños momentos exultantemente brillantes y divertidos y placenteros, y por añadidura, leves y etéreos. Precisamente lo que resalta en la vida es la dureza, la somnolencia y el sonambulismo que exige a los seres que la poseen, la fatalidad antes de ser incluso concebida.

Tras lo cuál, en la novela también se muestra y/o invita a pensar acerca del papel de la familia, del rol de los progenitores para los hijos y viceversa, de la sexualidad, del amor, de las relaciones con el resto de humanos, de la casualidad y la causalidad, del rol de la ciencia y de la filosofía, de la evolución y el progreso, de los caminos escogidos que determinan, en gran medida, el futuro. Etc., etc. Rica y sencilla.

 

(1) The Book of Getting Even, Benjamin Taylor, 2008. Traducido por Aurora Echevarría y editado por Mondadori.

Revolver, de Guy Ritchie

 (Escrito en 2012)

Aviso para navegantes: esta crítica-reseña-disparo al aire contiene fragmentos o hipotésis que podrían ser considerados como spoilers. Recomiendo encarecidamente el visionado de la película primero; sólo diré que no dejará indiferente, o no debería hacerlo. La gente se suele dividir al considerar este largometraje como una puta genialidad (yo me incluiría aquí) o como una vil tomadura de pelo. ¿En qué grupo estás tú?

Con un segundo revisionado llego a la misma conclusión: esta película es una rallada mental de Guy Ritchie, una bendita y maravillosa rallada mental, todo sea dicho. Con el inconfundible estilo del director, pero una trama muy distinta a lo que nos tiene habituados, es capaz de mostrarnos sus inquietudes, que son las suyas y las nuestras, las de nuestra sociedad. De complicada interpretación, convulsa y alucinada trama y final abierto, es un film a partir del que se pueden realizar multitud de hipótesis y extraer numerosas interpretaciones y conclusiones. No sólo mantiene en vilo al espectador (engancha de forma que no deseas perderte ni un detalle, es muy visual y estambótica, fiel al estilo-Ritchie), sino que consigue remover su conciencia y estrujar su mente. Juega contigo, querido espectador, te avisa de que va a jugar contigo, bombardea tu cerebro con señuelos, y aún así te deja con cara de WTF?

Brutal la crítica social enmascarada, mostrada de forma tremendamente inusual. Entre miles de perlas ridiculiza la condición humana en su afán por aparentar y ser reconocido, la codicia por el dinero, la avaricia, el egoísmo, e incluso plantea una lucha con el ser interior (¿Acaso no puede ser nuestro peor enemigo uno mismo? ¿Y el desencadenante de muchas de las miserias que acaecen en la Tierra?). Bajo el pseudónimo de Sam Gold, que no aparece en pantalla, hace plantear al receptor una serie de preguntas internas con difícil respuesta. Porque queriendo dar explicación a una película que difícilmente la tenga (al menos lógica)... si el personaje principal, Jake Green, ha sido condenado a estar incomunicado siete años, ¿no podría ser que todo lo contado fuese un delirio de una mente trastornada?, ya que es muy probable que cualquier ser humano que estuviese tanto tiempo incomunicado se volviese loco, al fin y al cabo, somos personas sociales y tenemos la imperiosa necesidad del contacto con otras personas o seres vivos. Otra posible explicación, que podría servir para dilucidar lo acontecido, es que Jake fuese un esquizofrénico, que tuviera un trastorno de personalidad, y fuese al mismo tiempo Jake Green y Sam Gold, así se explicaría como conoce todos los pasos de Macha, y cobraría mucho más sentido las escena en la que Jake se disculpa ante Macha, y posteriormente, discute ¿consigo mismo? en el ascensor. Aunque personalmente, me inclino a pensar que el sr. Gold es una metáfora, que representa todas las causas de la pérdida de la "nobleza" e inocencia humana (en la película representada por la niña, que incluso hace cambiar de parecer a "El clasificador"). El sr. Gold es nuestro yo interior, esa vocecita que se esconde en nuestro cerebro, en quien tendemos a confiar ciegamente, sin dudar ni un instante de su intención y objetivo. El EGO; ese que necesita dinero, fama, adulación, belleza (las mujeres orientales que aparecen desnudas, a mi juicio deliberadamente lo hacen por este motivo), vicio, ocio, poder, y tantas cosas más por las que seríamos capaces de hacer (casi) cualquier cosa, por repugnante y despiadada que pudiera parecer. Egoísmo puro y duro, "ombliguismo". Asimismo, cada personaje principal parece representar una parte de este ego: Jake es el único que trata de rebelarse contra sí mismo, escuchar a su conciencia (que posiblemente esté reflejada en los personajes de Avi y Zach), realizar "buenas" acciones (al fin y al cabo, regala el dinero que ha ganado/robado a personas que lo necesitan más), retar a su lado más perverso. Por contraste, Macha es un personaje que ya ha caído en el círculo vicioso, del que ya no puede escapar, y que se ve superado por las circunstancias: se está matando poco a poco a sí mismo.

Imperante y portentosa actuación de Mark Strong interpretando el personaje secundario conocido como "El clasificador", de largo el más carismático de todos, el más cercano a otros geniales personajes como los aparecidos en Snatch.

La película trata de causar una reacción en el espectador, y por tanto también en la sociedad. A mi juicio lo consigue. No deja indiferente. Es sólo la excusa para su propósito, el (genial) hilo conductor del mensaje que desea transferir, y los personajes son meras marionetas, caricaturas, metáforas.

PD: Otra posibilidad del significado de Sam Gold: el MIEDO. Miedo a uno mismo, miedo a la vida, miedo a lo desconocido, miedo a la muerte, miedo a perder tus pertenencias materiales, miedo a ser repudiado, miedo al chantaje, miedo... miedo... miedo... tantas posibilidades.

PD2: ¿Y si los delirios no son de Jake Green si no de Macha?

PD3: Me importa una mierda lo que digan los críticos "profesionales" y "especialistas" en cine: P-E-L-I-C-U-L-Ó-N

Alas de mariposa, de Juanma Bajo Ulloa

 (Escrito en 2013)

Una historia de terror cotidiano. Posiblemente una de las películas más perturbadoras que haya visto en mi vida, demuestra que para infundir el miedo y causar el estremecimiento y el escalofrío no hacen falta monstruos, ni efectos especiales, ni violencia (porque aunque la película sí contiene escenas violentas, en realidad no se aprecian como tales). Tan solo contando una historia desde un prisma aséptico, frío, que incluso de alguna manera puede considerarse inanimado. En este sentido, podría equipararse a la genial obra literaria de Albert Camus, El extranjero. Es como si pasara lo que pasara, los personajes siguieran su día a día sin mostrar los sentimientos: están internalizados de tal forma que no repercuten en la vida cotidiana, o si repercuten, no tienen efectos directos: como si estuvieran aislados por un cristal que impiden a los demás, como pueden ser los espectadores, apreciar su verdadera situación, y por tanto, sentir por ellos compasión o empatía. Como escribía Sartre para explicar el impacto en el lector de El extranjero: es como si viésemos a alguien hablar por teléfono en una cabina, sin poder escucharlo, y por añadidura tampoco, entender lo que hace. Nos sentimos alejados, incapaces de ponernos en la piel del otro, inanimados (o viceversa). Definitivamente y sin duda, pienso que éste es el gran acierto de la película, y que además es deliberado: hacer que el receptor en ningún momento se sienta cómodo, que no pueda entender las acciones de los personajes. Los paralelismos entre la novela y el largometraje me parecen más que evidentes, siendo los argumentos y los protagonistas y las situaciones distintos, también el giro final, no así la técnica que promueve y reverbera el estupor. Porque sendos finales de ambas obras causan una especie de malestar, un asombro conmocionado; sin embargo en una -El extranjero- es porque te echan un cubo de agua helada encima, y en la otra -Alas de mariposa- es porque te ves atrapado para siempre en un laberinto.

La trama (a partir de aquí va a surgir algún destripe) se divide en dos partes claramente diferenciadas en el tiempo; no en lo que se pretende reflejar. En la primera parte se nos muestra atisbos de la vida de un marido bonachón aunque extremadamente pusilánime y su mujer que está enfermizamente obsesionada con tener un hijo varón, a pesar de que ya tiene una hija pequeña. Especial hincapié se hace en mostrar la extraña y trastornada relación existente entre la madre y la hija: entran escalofríos. Una vez se vuelve a quedar embarazada la relación entre ellas se hará más tirante, distanciada, trastornada y compleja, efecto que se incrementará una vez nazca por fin el ansiado hijo varón. Todo esto, como ya he comentado, con un halo y un clima de terror, ayudado también, aparte de por las actuaciones y acciones, por los efectos musicales. Por supuesto: el padre se muestra en todo momento incapaz ya no de solventar la situación, sino de ver que hace falta arreglar la situación. Y si lo ve, está totalmente acobardado. En la segunda parte del film se da un salto en el tiempo: la niña, Ami, de Amanda, ya es toda una adolescente. No cuento más porque lo mejor es verlo y sentirlo por uno mismo.

Ésta es una sobresaliente película macabra, perturbadora, sombría, terrorífica. No sólo no deja indiferente, sino que causa mal cuerpo. Y sí... también muestra ideas, destellos, reflejos, etc. que invitan a pensar y reflexionar.

PD- Aviso para navegantes: la película es algo lenta. Excelente, por otra parte.

¡Qué vuelva Raúl Núñez!

 (Escrito en 2013)

“Trabajo: ésta es la palabra mágica en un mundo que no sabe hacer otra cosa para no morir de aburrimiento” (1)


"-     ¿Cuántos años tienes?
 -     Cuarenta.
 -     ¿Y TODAVÍA TE SIGUES TOMANDO EN SERIO A LAS MUJERES, GILIPOLLAS?”
 Sinatra apretó los labios y bajó la mirada.
 -     No puedo evitarlo.
 -     Pues, entonces, jódete.” (2)

 

Raúl Núñez, autor hoy olvidado, es algo así como el Bukowski o John Fante de habla hispana: la vida, en las dos novelas que he podido conseguir del autor, gira en torno al alcohol y a la soledad. El narrador es un personaje asiduo a los bares de mala muerte y las cloacas de la ciudad, los bajos fondos, sitios donde parece que no debiera existir la esperanza y tampoco nada con que disimular esta carencia. Sin embargo, estos antihéroes que narran, y los estrafalarios personajes con los que se relacionan, pese a la tristeza, pese a las dificultades de una vida de golpes y sin ambición, pese a que llevan en la frente grabada la palabra “Perdedor”; no terminan de perder la esperanza de forma definitiva y se agarran a cualquier clavo, por mucho que arda. Mola cómo escribe Núñez porque utiliza un lenguaje directo, afilado, que corta como cuchillos. Mola porque sus novelas tienen ese halo de humor cínico, sombrío, e incluso absurdo: por lo menos el narrador sabe quién es, lo que es; pese a que a veces pueda dejarse llevar por un delirio, que es delirio consciente y no sueño o anhelo, simplemente una licencia a la locura para sobrellevar mejor los momentos amargos. Núñez era alcohólico y sus protagonistas son alcohólicos: el alcohol es la forma de vida, la gasolina para continuar viviendo una vida hastiada y amarga; que pese a todo es una extraordinaria concatenación de sucesos, cada cuál más inverosímil. Son personajes también solitarios, estrambóticos, que desean ante todo ser amados por una mujer bonita, y debido a la inexorable ausencia de amor, se conforman con sexo. Sexo con cualquiera. Es duro no saber qué hacer con la vida. Más duro aún saber que no vas a hacer nada que te llene en la misma. Si cabe, todavía más duro saber que no estás capacitado para ello, si es que algo te llena. Y en última instancia, en el remoto caso de que  estés capacitado, de que no recibirás oportunidad alguna, y que tú, en el estado en el que te encuentras, tampoco sabrás creártela. Estos personajes viven el día a día en un clima autóctono, propio, alejado de los “problemas de la sociedad”; con los suyos tienen más que suficiente. Si tienen un golpe de suerte; es decir, si ganan un buen pellizco de pasta, no debe  dudarse que se invertirá en más alcohol y más sexo en el menor tiempo posible. Y en cambio, pese a la desolación que transmiten: parecen cómodos en su rol de parásito. Han asumido su realidad, y aunque como todo el mundo, se autoengañan, es un engaño de calado menor. En su realidad, viven cada día como si fuera el último, les da igual  lo que les puede deparar el mañana, el hoy ya es suficientemente jodido. Sobrevivir al hoy ya es un hito.

Núñez nos muestra esa otra realidad, ficcionada, que es la suya. Si fuera norteamericano, probablemente sería adorado por multitudes, como lo son Bukowski y Fante. Pero como es nacido en Argentina, aunque vivió en España un buen periplo, encontrar un libro suyo es una auténtica odisea. Todos están descatalogados, y tienes que rebuscar a fondo en librerías de viejo y ferias del libro antiguo. Mientras tanto, tenemos que soportar que nos invadan el cerebro con innumerables truños que cada día se publican. He de reconocer que llegué a su obra de casualidad: un librero me lo recomendó fervientemente, además tenía el añadido que estaba publicado en la mítica y contracultural colección editorial Star Books (Kerouac, Cassady, Burroughs, Sam J. Lundwall, Alfred Jarry, Jom Morrison, Guthrie o Hunter S. Thompson, entre otros). El libro se titulaba Derrama whisky sobre tu amigo muerto, y por supuesto me encantó. Hace poco, mirando entre montones y montones de libros viejos, tuve la suerte de dar con Sinatra. Novela urbana. Me lo agencié con premura, la misma que me hizo comenzar y finiquitar la obra en un santiamén: si bien no me pareció a la altura de la anteriormente citada, también me agradó muchísimo. Y es que ese seguir hacia delante a pesar de la atmósfera desoladora y todas las sorpresas que puedan acaecer engancha. En cierta forma, Núñez hacía novelas existencialistas urbanas, con toques surrealistas.

“No podía imaginar al mundo sin el sexo. ¿Qué sería de nosotros? Cuántas cosas habrían perdido definitivamente su sentido.
¿Para qué los desgastados tejanos ceñidos sobre el culo; para qué el nilón negro enfundando las piernas de una corista platinada; para qué las blusas entreabiertas hasta el quinto botón; para qué el perfume de sándalo sobre una piel de terciopelo; para qué las agotadoras madrugadas compartidas en un hotel barato; en definitiva: para qué la vida?” (1)

 

“Sinatra lo miraba todo.
Miraba a los oscuros chaperos que esperaban conseguir su noche sentados en la barandilla del metro Liceo. Miraba a las niñas de rizados cabellos que enseñaban sus braguitas blancas a través de los finos vestidos. Miraba a los secreta de chaquetas abiertas, bigotes poco convincentes y gafas oscuras que caminaban seguros y evidentes. Miraba a los resignados maridos que tomaban un granizado de limón en las terrazas junto a una esposa gorda y somnolienta. Miraba a los belicosos borrachos de ojos enrojecidos que maldecían a la luna llena.
Y Natalia no estaba.” (2)



(1) Derrama whisky sobre tu amigo muerto, Raúl Núñez, 1979. Editado por Star Books.


(2) Sinatra. Novela urbana, Raúl Núñez, 1984. Editado por Anagrama.

Desde las novelas de Manuel Pérez Subirana

 (Escrito en 2013)

Resulta duro enfrentarse a una novela de Pérez Subirana. Yo lo hice con las dos que tiene publicadas. Seguidas. Sin lectura intermedia. Así que: doblemente duro. No porque estén mal escritas o porque sean de difícil lectura: sino por los temas que trata y cómo los trata. Sus novelas, que son novelas-ensayo-vida; es decir, están escritas primordialmente para hacer constar reflexiones acerca de la vida; efluyen una sensación de melancolía y tristeza por el tiempo transcurrido. Un tiempo que ha pasado y no se ha aprovechado: la felicidad no ha llegado y sí más bien la decepción, el aburrimiento, el asqueo. Y ello por la absurdidad ya no sólo de la vida, también de la estructura social. Ambas novelas están escritas por narradores que han superado la treintena y hacen balance y diagnostican un desencanto que les corroe por dentro. Un desencanto por haber estudiado algo que no les gusta o les llena, para no decepcionar a familia, allegados, y por qué no, a la sociedad en general que ejerce esa enorme presión para que las personas no se conviertan en parásitos o seres no-útiles (aunque como contraposición, en su primera novela existe un personaje-parásito que tampoco experimenta la dicha; como queriendo hacer ver que la tristeza y el desencanto se van acumulando a medida que el ser humano envejece, y que resulta inevitable). Un desencanto por trabajar en oficios que tampoco les motivan. Un desencanto por dejarse llevar por las corrientes del entorno en su vida. Un desencanto por saberse inútiles, incapacitados para tomar las propias decisiones. Un desencanto tal vez por la sensación de que en realidad no tienen opciones, o en todo caso, todas son equivocadas.

Los narradores le echan huevos y deciden dar un giro a su vida, sin saber muy bien a dónde dirigirse. Sencillamente saben que no pueden continuar viviendo de la misma forma: la putrefacción interior es inaguantable. Quieren cambiar pero no saben cómo. Probablemente porque no hay una manera ni un lugar hacia el que dirigirse ya no digo óptimo, sino benevolente. Da igual. Se arriesgan: se lanzan a un mar desconocido con tan solo unos manguitos como flotadores. Y lo pasan putas, al menos psicológicamente. Claro que sí. Deciden enfrentarse a la vida que tienen: acomodada, mediocre, cómoda, confortable. Porque están hasta los huevos. Sacan fuerzas de flaqueza. Con la incertidumbre, y la certeza de que todo puede ir a peor. Aun así.

Aun así.

Aun así.


Han visto cómo la vida se les ha escapado de las manos. Como si en un abrir y cerrar de ojos la juventud eterna, ésa que creían que duraría toda la vida y que les otorgaría una grandiosa fuerza vital cuando lo necesitaran, se hubiese esfumado. No son personas especialmente infelices o insatisfechas; pero el peso existencial de esta infelicidad o insatisfacción llega un momento en que les resulta insoportable. Siempre llega la gota que derrama el vaso. El tiempo voló… y la melancolía se apodera de ellos. La melancolía por no hacer lo que hacían, la melancolía por no hacer lo que hubieran deseado hacer, la melancolía por no hacer lo que hubieran podido hacer, la melancolía porque los años licenciosos se terminaron, la melancolía por encontrarse en un límite de edad en que uno no sabe si es joven o viejo,… la melancolía de sus vidas y también de otras vidas.

¿De qué servirá cambiar el rumbo? Pues probablemente, de poco o nada, pero es algo a lo que se ven forzados, una poderosa fuerza interior les impulsa a ello. Esa fuerza interior que se rige por un vacío existencial que jamás podrá ser llenado. Un vacío existencial que como tal, siempre estará vacío. Y por añadidura, irá acompañado de sensaciones como la tristeza o la desidia; el pensamiento pesimista inundará la mente y afectará al cuerpo, la propia vida cotidiana, las relaciones con los demás. Para sobrellevar el pesimismo se tirará de un humor ácido, negro, irónico. En ocasiones hiriente. Otras compasivo.  Se hará borrón y cuenta nueva, en la medida de lo posible. Porque al fin y al cabo uno no puede huir de sí mismo, o de sus propios yoes, y uno de los mayores problemas es ése. De todas formas, aunque pudiera, de poco valdría: tampoco puede cambiar el resto del mundo. Uno no elige nacer, y en realidad, si se analiza desde un punto de vista crítico, no elige nada o casi nada en la vida, si acaso nimiedades. Siempre estará influenciado por el entorno, la sociedad, las experiencias, el miedo, las dudas, la adrenalina, etc. Todos deseamos lo que no somos o no poseemos: otorgamos un valor “mágico” a ciertas cualidades, características, etc. que vemos en los demás, y que en realidad, están muy alejadas de la idea que nos hacemos de ellas.  Sí es cierto que en el transcurso de cada día tomamos pequeñas decisiones dentro de los límites que se nos permite: uno podría volarse la tapa de los sesos, rajarse las venas de la muñeca, lanzarse desde un rascacielos, empotrarse con el coche contra un árbol, etc., y salvo casos excepcionales, es algo que la gente no hace. Ya sea porque consideran la vida como algo muy valioso –uno no elige vivir… pero una vez ya se forma parte de este mundo, se sabe que es la única oportunidad para experimentar lo que se experimenta-, porque tienen miedo o porque ni tan siquiera se lo han planteado. Uno puede “decidir” quedarse durmiendo en casa y no ir a trabajar (con el consiguiente despido procedente) o no. Uno puede decidir follarse a una puta o hacerse un paja o ambas o ninguna. Uno puede decidir girar a la derecha o la izquierda en el siguiente cruce. Sí, son pequeñas decisiones sobre las que se construyen las vidas, sobre las que se cimenta una personalidad y una forma de ver la vida, etc. A nivel general no parece mucho: pero es al nivel que uno puede decidir. Por eso, el cambio que acometen los personajes de las novelas de Pérez Subirana son tan importantes, y al mismo tiempo, tan insignificantes. He ahí la gran paradoja de la vida. Somos alguien, pero en realidad no somos nadie. Puede que nos creamos especiales, pero en realidad somos asquerosamente comunes y vulgares. Y en cambio, uno lee estas novelas y se siente identificado en muchos aspectos y también se siente único y especial pese a compartir ideas, reflexiones, sensaciones (o más bien sobre todo debido a ello): son novelas del YO, reflexivas, con un deje de hastío y otro, más pequeño, de esperanza. Uno siente que no es tan raro como cree, que hay más gente de la que parece que le da por pensar en el sinsentido de la existencia y ese tipo de cosas… y que en realidad la vida es puro teatro, contradicción extrema, inútiles experiencias.


NOVELAS DE MANUEL PÉREZ SUBIRANA:

Lo importante es perder. 2003. Editado por Anagrama.
Egipto. 2005. Editado por Anagrama.

Música como anestésico

 (Escrito en 2012)

https://www.youtube.com/watch?v=dX3k_QDnzHE

Hay canciones que sobrecogen con tal fuerza que una vez escuchadas, durante un periodo de vida, no puedes dejar de volver a poner y escuchar. Mi último descubrimiento ha sido el grupo musical M83; cuyas canciones “Steve McQueen” y “Midnight City” estoy quemando a más no poder. La música es vitalidad, energía, pasión; por eso vivir sin ella se nos hace muchas veces tan cuesta arriba. Una canción que te guste es ese respiro siempre necesario; transporta la mente a infinidad de lugares recónditos, desconocidos, casi inimaginables, voraces. Hace que nos olvidemos de la insignificancia de la vida, por una parte, y por otra, consigue que seamos conscientes de la propia absurdidad que rodea a y es la misma vida. Un mundo sin música sería un mundo mucho peor, o cuanto menos, mucho más aburrido. La música es fundamental, por ejemplo, en el cortejo,  y también para la actividad física y cerebral. Aparte de para socializar o sencillamente ligar; ¿cuál es el motivo por el que nos reunimos en discotecas, pubs, baretos, chiringuitos, fiestas al aire libre, casas de amigos o conocidos, etc.? Para desinhibir nuestro cuerpo y nuestra mente, yo contestaría; porque una vez uno se deja llevar por el ritmo de la música, ésta atraviesa la barrera hematoencefálica y se incrusta en el cerebro, pocas cosas pueden hacer que se salga del trance, el éxtasis experimentado. Sólo el miedo a hacer el ridículo, a lo que piensen los demás imbéciles del local, a no llamar la atención, a evitar que se burlen de ti,... puede privar de unas sensaciones universales y al mismo tiempo únicas. Es como el sexo, pero con otros matices, y quizá (solamente quizá) en otra vertiente. Se olvida quién nos rodea, o precisamente nos acordamos sólo de alguien especial; el caso es que los pensamientos inundan la glándula del placer: liberando hormonas de la felicidad, convirtiendo un instante amnésico en un estado dionisíaco. En realidad no hace falta ni moverse de la silla, el asiento, el sillón, ni cambiar la posición horizontal, vertical u oblicua. Simplemente con cerrar los ojos uno es capaz de notar las vibraciones que recorren el cuerpo, pequeñas descargas eléctricas, un reset cotidiano etéreo y temporal pero inmensamente placentero. En cierto sentido, la música es una de las drogas más poderosas que existen en la Tierra, en el universo, la galaxia.

Enamorarse después de los veinticinco

 (Escrito en 2012)

“La carta es de ella. Tiembla. Le embarga un repentino recuerdo de la mujer. Seguía siendo la única a quien había amado. ¿Cómo había podido vivir sin ella todos estos años? ¿Cómo había podido tener hijos con otra que no fuese ella?” Una herencia peligrosa, Zafer Senocak (1).

Dice Douglas Coupland, en esa maravillosa y etérea novela llamada Generación X (2), que los veinticinco es la edad crítica para darse cuenta que la vida es una mierda. No es exactamente así, pero lo que sí viene a decir bajo mi punto de vista, es que a partir de esa edad es cuando uno se da cuenta completamente que su vida y la de sus allegados no es cómo se la había imaginado o planteado. El romanticismo, el idealismo o la candidez de pensamiento no tienen cabida en un mundo poblado por gente sumamente egoísta: todo lo malo se pega; y el empobrecimiento de la mente, también denominado pragmatismo por algunos, se esparce como un virus letal hasta dejar a uno sin esperanza. O al menos sin esperanza consciente. Después puede decidir fingir o engañarse a sí mismo; parecer feliz, contento, jovial, agradablemente satisfecho. Pero si se adentra en las profundidades de las entrañas que cubren las actuaciones de cinismo e impostura, verá que el corazón está ennegreciendo a pasos ultrarrápidos, contaminándose hasta dejar que ejerza sólo la función considerada fundamental: latir y así permitir la distribución de la sangre transportadora de gases por todo el cuerpo.

Mi caso personal es deplorable: sólo me he enamorado una vez; y la cosa acabó francamente mal. En realidad ni siquiera puedo afirmar, sin faltar a la verdad, que empezó de forma aceptable. Tendría unos diecinueve o veinte años; creo recordar que fue un lunes siguiente a un satisfactorio fin de semana (por calidad, siempre por calidad, nunca por cantidad). El caso es que mi mirada se cruzó con la de la chica que estaba sentada en el pupitre de delante, en diagonal, y desde entonces no la pude olvidar. Me recordó a una jovenzuela que había conocido en épocas anteriores y con la que había congeniado, y creo que desde la primera vez que nuestros ojos se hablaron, la idealicé hasta hacerla inalcanzable. No sé si había química, desde luego la atracción inundaba la habitación. Intercambiábamos hormonas desde la piel y las glándulas sudoríparas hasta nuestras fosas nasales. Fue un momento mágico en mi cerebro, de los que se recuerdan toda la vida: el torrente sanguíneo y los neurotransmisores embriagan la mente como ninguna de las drogas conocidas es capaz de hacerlo. ¿La mejor droga? Yo siempre contesto que el enamoramiento por flechazo. Es como si te sobrase una tuerca para el completo funcionamiento de la maquinaria, y alguna fuerza inexplicable la hiciera trizas. Por fin los cuentos que te contaban de pequeño, las películas que habías visto, cobraban sentido. En cambio, no todo es tan bonito, al menos no lo fue en mi caso. Sé por qué se dice lo relativo a las “mariposas en el estómago”: cada vez que me acercaba a mi amada me entraban unos retortijones, de los nervios, que me obligaban a huir como un rufián dirección a un váter, en la mayoría de casos previamente inundados de inmundicia: ello me llevaba a pensar que había gente en mi misma situación. Una vez superé los nervios del miedo escénico, llegó la época de parecer completamente idiota: cada frase, cada afirmación, cada emisión procedente de mi boca, además de salir entrecortada era completamente desacertada. Como comprenderéis, es complicado ser más inútil en esta materia. Y a pesar de todo tuve mis oportunidades: la mayoría las desperdicié por cobardía, o por inanidad social pura y dura.

Me rechazó. Me hundí. Mi autoestima quedó por los subsuelos de la ciudad; las alcantarillas se convirtieron en el lugar preferido para autocompadecerme. Y desde entonces, cada vez que la veía o me cruzaba con ella, me sentía mucho más incómodo que cuando me comportaba como un patán. Huía, no sin resentimiento y sobre todo dolor, mucho dolor. Además, en la vía de alejamiento siempre chocaba con cosas, tropezaba y llamaba la atención de tal forma que era imposible que la deseada no avistase mi deserción.

Jamás me masturbé pensando en ella; y es que como decía el maestro Rafael Azcona: “el verdadero amor no se mancilla” (3).

Llegaron los veinticinco y el vacío se apoderó de mi alma. El vacío existencial, la incapacidad de amar, que tan bien expresan los personajes de la mencionada novela de Coupland. La existencia no tenía sentido; en el futuro tan sólo lograba avistar amargura, vacuidad, desesperanza. Somos máquinas y viviría como un aburrido y monótono robot hasta la llegada de mi muerte física. Porque por dentro ya era un cadáver; mi vida carecía de importancia y lo sabía; no había un gran motivo por el que seguir adelante. El desencanto inundaba todo mi ser. Mi mente jugaba con ideas que me hacían perecer prematuramente; aunque obvio, no tenía huevos para llevarlas a cabo.

Cuando ya me había acostumbrado a esta vida gris, carente de interés, plena de fingimientos, con placeres ocasionales; aparece una persona que me hace recobrar la ilusión. Soy consciente que no es la misma ilusión que cuando tenía siete, nueve, trece años; porque hace tiempo que perdí la inocencia y dejé atrás la utopía personal; pero la desdicha desapareció de mis sentimientos comunes y habituales. ¡¡¡Todo ello con una edad que sobrepasa los veinticinco años!!! La persona que me devolvió la vitalidad había aparecido antes en mi vida, de forma marginal; tanto que ni siquiera me había percatado de su presencia. Fue en una cena de grupo cuando me atrajo como un imán atrae al metal: sus facciones, su distinción, su forma de hablar, su estatura, sus movimientos enaltecieron mis sentidos; no podía dejar de mirarla, de observarla, con cierto disimulo (o eso me pareció). Todavía no me he lanzado aunque creo que puede haber química entre nosotros (lo noto en las miradas furtivas que nos lanzamos). No sé cómo saldrá; lo que sí voy a intentar es no cometer los mismos errores que la vez pasada, aunque tengo claro que no voy a renunciar ni a mi personalidad ni a mi forma de ser; porque de conseguir el éxito de esta forma, no me estaría amando a mí sino a un impostor, un impostor que en el fondo de mi ser haría sentirme como la más pestilente y abyecta de las piltrafas. Sería una traición en toda regla. Esto no pretende ser un alegato a favor de la vida, ni una narración que invite a “creer en el destino”; simplemente es un relato de ficción con elementos no ficticios.

Probablemente saldrá mal. En el mejor de los casos no irá como imagino. Pero doy gracias por volver a sentirme vivo. Y es que, en el fondo, mi ideal del amor es sencillo y al mismo tiempo inalcanzable; nada mejor para expresarlo que un fragmento de un cuento de Francisco Ayala (4):

“Seguros ambos de su amistad venidera, de su amor sin explicaciones, se sentaron juntos, en un rincón. Pero esa misma seguridad les vedaba cualquier posible diálogo. Sólo contaba con su efectiva presencia: no tenían pasado, y el porvenir estaba en sus manos, sumiso. ¿Qué frases, qué pretensiones, qué indagación -si todo estaba intuido- cuartearían el bloque de silencio interpuesto entre ellos?
Aurora, dócil a su instinto, eligió la curva irónica. (Es decir, se salió por la tangente.)
-Bailas -dijo- como si estuvieras haciendo instrucción militar. Una vuelta a la derecha y otra a la izquierda.
-Tú, como si atendieras a la música de la luna -respondió Antonio.
Se miraban. Se descubrían las facciones, los movimientos, con la emoción pura del explorador ártico; pero -también- con la curiosidad utilitaria de quien recorre las habitaciones de la nueva casa donde va a instalarse.”

 

(1) Gefähriliche Verwandtschgat, Zafer Senocak, 1998. Traducido por Carmen Plaza y Ana Rosa Calero y editado por Pre-textos.

(2) Generation X, Douglas Coupland, 1991. Traducido por Vicente Verdú y editado por Ediciones B. El autor tiene twitter propio: http://twitter.com/DougCoupland

(3) Memorias de sobremesa. Conversaciones de Ángel S. Harguindey con Rafael Azcona y Manuel Vicent, 2002. Editado por Aguilar.

(4) Cazador en el alba, Francisco Ayala, 1929. Editado por Alianza

Canino, de Yorgos Lanthimos

 (Escrito en 2018)

Bajo una supuesta mirada fría -que en realidad no lo es tanto, sino más bien descriptiva y amoral- logra poner en liza diversos temas de índole social importante: Canino es un film que pone la piel de gallina una vez abandonas la sala de cine: por lo que muestra, pero también por lo que te hace pensar a partir de lo mostrado. Toca temas como el aislamiento, el hogar como fortaleza y al mismo tiempo prisión, la sobreprotección a la que los padres pueden someter a los hijos, la ¿necesidad? de crecer, las familias autocráticas donde lo que ordena el cabeza de familia varón es lo que se cumple, cómo se pueden formar microsociedades o sectas, etc., pero por encima de todo este largometraje trata el baremo que aplicamos a la normalidad. ¿Qué es ser normal? ¿Acaso la normalidad no va asociada a elementos culturales y aprehendidos a lo largo de nuestra infancia, pubertad e incluso adultez? ¿No está contaminada nuestra visión del mundo a partir de lo que nos han mostrado y enseñado desde renacuajos? ¿Puede existir más de una verdad y una normalidad según el enfoque y la asociación que se le de a las cosas y conceptos? Caben muchas interpretaciones porque las imágenes mostradas no juzgan: muestran y sorprenden, con escenas sobrecogedoras y dramáticas, algunas de ellas no exentas de un humor subterráneo.

Desde nuestro punto de vista, el de la sociedad occidental, está claro que es una familia de pirados y locos, donde los hijos de veintitantos y treintaitantos años son tratados y se comportan como si fueran niños; haciendo travesuras, desbordando la imaginación, recibiendo castigos de los padres, asustándose, jugando, peleando, etc., etc. Han crecido de esa manera y es lo único que han visto y vivido, no conocen el exterior, no se puede salir del casoplón si no es en coche, y ellos no están "preparados" para conducir. El director Lanthimos se encarga de ir introduciendo imágenes y escenas a las que nos vamos acostumbrando según transcurren los minutos. Me parece especialmente reveladora la escena del baile de una de las hijas (que tiene una precuela escénica) mostrada en el último tercio del largometraje: a nuestros ojos resulta chocante, extravagante, incluso hasta divertida (humor cruel) pero para ellos es lo normal, así es como se baila. Relacionado con esto, podemos observar como para los hijos el sexo, la sexualidad, está desprovista de carga erótica: es un acto necesario más: como comer, reír, chillar o hablar. Incluso el incesto, aparentemente, no tiene repercusión en ellos: no supone nada especial (aunque una vez terminado el coito vemos que no es tan así; el vínculo y sobre todo una sexualidad advertida en la hermana (ya antes se da cuenta del poder que entraña el desarrollo y aplicación del sexo cuando consigue los videos de la visitante) predomina sobre la visión aséptica del sexo, no así en el hermano). De todas formas, existe mucha más excitación en el baile que se marca (referido anteriormente) que en los actos sexuales reproducidos, cuando acaba exhausta y con la mente anestesiada y repleta de endorfinas por el placer sentido, tanto es así que incluso tiene que echar mano de una tarta (dulce) para apaciguar el estado de ánimo.

 

Podríamos hacer hincapié también en la niñez infinita de los hijos, pero me interesa más la rebeldía que demuestra una de las hermanas; que va descubriendo el mundo a partir de apenas retazos del exterior, como la visitante y los lametazos o los vídeos que consigue de ella, la utilización del teléfono escondido, etc. Como si viviera la pubertad y se rebelara. La escena del diente y posterior decisión es sublime y al mismo tiempo estremecedora. Pero más aterradora resulta la reacción del padre, que al principio parece que se preocupa (¿por su hija o porque él crea que no haya cumplido las normas impuestas?), empero una vez pasado dicho momento continua con su vida como si nada. ¿Se trata sólo de cumplir las normas? ¿De que todos los elementosde su vida encajen en el mundo que él ha creado y nadie exceda lo impuesto? ¿Acaso no hay amor paterno-filial? Cuando él es el único de la familia que lleva una doble vida: cuando está en casa y cuando sale al mundo exterior (en realidad como todos nosotros, pero de forma exagerada) (es cierto que el resto de su familia al no poder salir de la casa tampoco puede contar -y casi ni soñar- con esa doble vida): sus momentos de agresividad inspiran terror. Puto loco, me escuche diciendo en más de una ocasión.

¿Y qué decir de la fortaleza que todos erigimos como nuestro hogar? Nos ofrece confianza, seguridad,... pero al mismo tiempo nos priva de vivencias y experiencias. ¿Es necesario un equilibrio entre el hogar y la vida fuera de él?

Mas lo ya dicho, desde otro punto de vista, con otro enfoque, probablemente los locos seamos nosotros. Cuando coño no significa coño y zombi no significa zombi tal y como nosotros lo asociamos.

En definitiva, pese a alguna inverosilimitud (¿cómo no puede saber nada acerca de la sexualidad y la reproducción alguien que estudia medicina por su cuenta?) y un comienzo tal vez excesivamente lento, es una notable película que deja huella en lo emocional y mental (¡muchas dudas!); además está rodada con una pureza y un cuidado envidiable.

El club de la lucha, de David Fincher

(Publicado en 2014)

 El club de la lucha es una obra maestra, para que quede claro, y a uno como que le impone escribir sobre este tipo de películas porque sabe que no estará a la altura. Recuerdo (o hago como que recuerdo) las sensaciones que experimenté la primera vez que la visioné: fascinación, letargo, incertidumbre, perplejidad. Es uno de esos films que deja “tocado” y hace preguntarse “¿qué cojones he visto?”: por eso es necesario un segundo visionado que deja todo bastante más claro. Ya en las siguientes revisiones el thriller del largometraje se queda en un segundo plano y sale a relucir el humor corrosivo, nihilista, sombrío, provocador. Porque salvo los últimos 30-45 minutos que son thriller puro, el resto destaca principalmente por ser una película de humor salvaje y macabro. Por lo menos, yo no puedo parar de reír teatral y profusamente; ahora mismo me viene a la mente quizá la escena más desternillante de todas: cuando el personaje que interpreta Edward Norton va al despacho del jefe y se empieza a dar de ostias a sí mismo para conseguir una indemnización por despido; la cara del jefe es brutal, uno se imagina cómo se puede sentir poniéndose en su situación, y de ahí las carcajadas irrefrenables que salen expulsadas de mi boca. Pasa la escena y todavía sigo riendo, completamente descojonado. Hay muchas más escenas de este tipo (especialmente las relacionadas con su actitud en el trabajo).

Por otra parte El club de la lucha es una película que hace pensar, no deja indiferente, activa el cerebro y lo pone en un estado alucinado. Replantea la cuestión de la jerarquía de la sociedad, por ejemplo. ¿Qué pasaría si todos los curritos de clase baja-media se rebelaran y se organizaran para derrocar a las élites? Hace ver, que aunque en el día a día podamos pensar lo contrario, el poder es de los mayoritarios, y ese no es otro que el pueblo llano. El primer problema para poder ejercer ese poder como tal es lo costoso y complicado que es la organización de todos los que están abajo en la pirámide, ya que cada uno piensa de una forma distinta, y el segundo, todavía mayor, es que una vez se consigue el poder, se convierten en tan villanos y viles como los que estaban mandando con anterioridad. Cambiar para no cambiar nada, lo que lleva intrínseco la condición humana.  Además, la propia organización sigue las normas jerárquicas de cualquier sociedad. Por lo que a mi entender plantea una doble vertiente filosófica: por un lado incita a la rebelión del pueblo ante el mangoneo que sufre por parte de los gobernantes y las élites adineradas; por el otro muestra que no es una solución óptima ya que la nueva sociedad creada será similar o peor en cuanto abuso de poder, porque no cabe dejarlo de lado: su forma de proceder es autocrática. Lo que yendo un poco más allá, lleva a pensar en los peligros ocultos que existen en cualquier sociedad para que pueda surgir una dictadura o autocracia: con gente insatisfecha y jodida, y alguien que consiga que se sientan realmente valorados y tenidos en cuenta, más una buena organización, sobra.  De ahí, reitero, el dualismo entre “¡que les den por culo a las élites!”  (sentimiento justo por las atrocidades e injusticias que comenten) y el peligro de un posible resurgimiento de un régimen autocrático.

Creo que en la película –a diferencia de la novela- también se da una importancia vital al amor. El personaje de Edward Norton se deshace de su alter ego (Brad Pitt), que tiene todas las cualidades que siempre quiso,  en gran medida por amor a Marla. Al menos es así cómo yo interpreté el final.

Muy rica en matices a la par que impactante –no se puede dejar de hacer referencia a cómo está rodado, en forma de “videoclip”, o la música escogida-, plantea muchas cuestiones sin solución y sobre las que recapacitar (el consumismo, el sentimiento de vacío y el de pertenencia a un grupo, la infelicidad, el trabajo-dinero como forma de esclavitud, etc.)

Dallas Buyers Club, de Jean-Marc Vallée

 (Escrito en 2015)

Una excelente pieza de cine sobrio y de denuncia a cargo de Jean-Marc Vallée, que al contrario que en la sobresaliente C.R.A.Z.Y. y la notable Café de Flore deja las excentricidades de la casa de lado para centrarse en el relato de un hombre -y tangencialmente los más próximos- que está infectado con el VIH en los años ochentas. Es la historia personal de un texano -con lo que implica ello, Texas es uno de los sitios más consevadores (eufemismo de racista, homófobo y demás lindezas) de los Estados Unidos- al que tras quedar inconsciente le dicen que tiene VIH y le quedan 30 días de vida. Ante el desconocimiento de la enfermedad en la época -el tío pensaba que sólo los maricas y drogadictos de jeringuilla podían infectarse- observamos la evolución en la reacción personal del afectado, así como de la gente que le rodea. Ante todo estamos ante un tipo duro, un cowboy, que no entiende e insulta a los maricones, y que a su vez ve como sus amigos y compañeros de curro le repudian por "ser mariquita"; descubre que la enfermedad no tiene cura, que existe un tratamiento en fase clínica con AZT proporcionado por una multinacional farmacéutica (en una de las escenas escuchamos a través de la TV "el medicamento aprobado del mercado estadounidense"...), que es posible un mercado paralelo para conseguir medicamentos no aprobados por la FDA (Food and Drug Adminsitration) americana, etc.

El film consta de dos grandes vertientes: la situación-vivencia personal del protagonista, soberbiamente interpretado por Matthew McConaughey, y la lucha entre éste y el Estado opresor, siempre desde el prisma del héroe solitario. Transmite emoción y ternura la relación de verdadera amistad que establece con un maricón draq-queen, también interpretado de forma exquisita por Jared Leto, así como la que se produce entre el mismo y una médica del hospital de la ciudad de Dallas. En el plano humano la obra está muy conseguida, a lo que hay que sumar el acierto en la interpretaciones de actores y actrices. Pero el quid de fondo y el que perdura una vez finaliza el visionado son las dudas que deja acerca de los intereses de instituciones gubernamentales como la FDA que en teoría velan por los intereses de los ciudadanos pero que en muchos casos parecen mucho más que puestas y dispuestas al servicio de las grandes farmacéuticas, o sencillamente de quien más dinero tenga.

La mamá y la puta, de Jean Eustache

 (Escrito en 2015)

Desde el comienzo tenemos claro que nuestro protagonista es un seductor, un dandy, un diletante, un follador intelectual. Un follador de cerebros, un excelente conversador. Y es que el film se sustenta casi exclusivamente en las conversaciones; conversaciones excéntricas, atractivas y atrayentes, seductoras. La acción siempre es consecuencia de lo dicho. Y es que probablemente, lo mejor en la vida, lo prácticamente imperecedero (el sexo se acaba) hasta la propia muerte, son las buenas conversaciones. La acción resulta secundaria cuando el cerebro rebosa pensamientos inteligentes. Las mejores películas son, sin duda, las que cuentan con los mejores diálogos (o monólogos). Para hacer una obra excelente no hace falta nada más.


"Sólo puedo interesarme por alguien que se interesa por mí, aunque sea cuestión de miradas", dice el protagonista, e indefectiblemente nos vemos reflejados: ¡qué bien sienta sentirse el único ser del mundo, aunque sea durante sólo unos minutos que parecen eternos! Al fin y al cabo, en el juego de la seducción, pocas cosas más reconfortantes que una mirada de reciprocidad.

"La gente siente satisfacción por tener la sensación de ser útil", refiriéndose al friegue de los platos, pero que va mucho más allá. Le parece obsceno, repugnante, y uno no puede más que asentir interiormente.

Comenta que "se fija en mujer por detalles externos, que podría portar cualquier otra", y en cierta forma, a todos nos ocurre lo mismo: la magia del amor, de la atracción, en gran medida está basado en el azar (aunque después él se inclina más por el destino, las paradojas del pensamiento). Y más adelante, en cierta medida relacionado: "Atribuyen la elegancia de un traje a la persona que lo porta". Y es que en cuanto un hombre se pone un traje, o una mujer un vestido, el hombre, por más rufián que pueda ser se convierte en un caballero, y la mujer, en una dama.

O le pregunta: "¿Cómo prefieres hacer el amor: tierna o violentamente?" Y el receptor no puede reprimir una carcajada repleta de admiración.

Estas afirmaciones y muchas más de la misma altura y osadía, pensamientos lanzados a la mujer que pretende seducir por parte del protagonista, van creando una sensación dionisíaca, de asombro, en dicha mujer, y por qué no decirlo, en el espectador. El espectador  va viendo cómo se desarrolla esa relación hipnótica entre Veronika, una enfermera de padres polacos adicta al sexo (como iremos descubriendo), y Alexandre, el dandy, que vive en la casa de su novia. El inevitable triángulo tendrá lugar.

Y el final del largometraje enmudecerá todo los escuchado con anterioridad; Alexandre y Veronika invierten los papeles, de tal forma, que Veronika, la mamá y la puta, se hace auténtica protagonista, en un discruso final emocionante, emotivo, rompedor, fascinante, etcétera: "¿Por qué las mujeres no pueden decir que les apetece follar?", "Para mí no existen las putas", "Puedes chupársela a cualquiera, puedes follar y no ser una puta",...  Ante lo que uno no puede más que asentir. Tras la declaración final de Veronika, el protagonista se hace muy pequeño e incluso ridículo. Se impone la perspectiva de la mujer.

Y queda en la atmósfera el anhelo del amor.

Uno podría explayarse también sobre los roles del alcohol, la ciudad de París, la literatura, los cafés, las clases sociales, el trabajo, el mismo sexo y un largo etcétera. Y es que nos encontramos ante una absoluta obra maestra: una de esas películas que sería un crimen no ver antes de morir.

Comentarios sobre Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett

 (Escrito en 2012)

1. Cualquier libro prologado por Rodrigo Fresán tiene muchas posibilidades de ser, como mínimo, muy bueno. Ésta no es la excepción.

2. Cosas que los nietos deberían saber está escrito por Mark Oliver Everett o Mr. E, líder y alma máter de la banda musical Eels. Banda para mí hasta hoy desconocida, pero de la que sin duda escucharé más de una y dos y tres y cuatro canciones. Algunas de las cuáles han sonado en películas como American Beauty o Shrek y series como A dos metros bajo tierra, Scrubs, The O.C., Chuck o True Blood.

3. La obra en cuestión es una autobiografía directa y descarnada, escrita desde las entrañas del corazón, dónde el autor desnuda sus experiencias, sentimientos y pensamientos. Duele, es triste y conmovedora, y al mismo tiempo divertida; está llena de humor.

4. La tragicomedia que se nos narra es más bien la tragedia de la vida del protagonista, que para sobrevivir no tiene más remedio que recubrirla de comedia. El autor tiene un carácter obscuro, solitario, reflexivo, intuitivo; los golpes que le ha deparado la vida no le han facilitado la supervivencia, y aun así, es un sobreviviente nato.  

5. Llama la atención especialmente los principios éticos que rigen en la vida de Mr. E. Asombra su integridad. Para él, que ha triunfado musicalmente (y ahora también como escritor), el dinero no lo es todo; lo superficial, en su concepción de la vida, queda claramente en un segundo plano. No ha olvidado sus raíces, ésas que tantos reveses le ha causado.

6. También asombra la fuerza que desprende y la sinceridad con la que se expresa. Encontrar un tipo honesto, famoso y adinerado, que en todo momento sabe lo que dice, sin florituras ni excusas de por medio. Sirve como lección de vida a muchos, aunque sobre todo, creo que ha sido una excelente terapia para él mismo, que le ha ayudado aún más si cabe (las canciones que compone también están todas relacionadas con su vida) a madurar y sentirse a gusto y seguro de sí mismo y saber, en la medida de lo posible, quién es.

7. La obsesión con la muerte hace que le haya perdido el miedo, al menos aparentemente. Un elemento esencial de cada vida es que se sabe que finalizará; acabará en la muerte. Mr. E lo tiene clarísimo: y éste es un motivo más para hacer lo que realmente se desea en la vida, conforme a unos valores y principios y gustos y aficiones y esperanzas y anhelos propios. Debemos reconocer que Mr. E es un valiente de la vida, un tipo al que no debería extrañar que se le admirase.

8. Last but not least, la obra es cojonuda. Merece la pena leerla. Adentra al lector en la vorágine de la vida del cantante de forma irrefrenable y adictiva. Emociona como si fuese propia. ¡No os la deberíais perder!

Pierrot el Loco, de Godard

 (Escrito en 2018)

Comienza a saco Godard, sin preludios ni mierdas, desde el principio con ganas de epatar con la primera frase del insufrible protagonista caracterizado por Jean-Paul Belmondo. Técnicamente brillante, se podría calificar como una concatenación de microrrelatos cinematográficos que tienen que ver entre sí porque están presentes y son protagonistas los mismos personajes, además conservan la memoria, pero a su vez podrían formar escenas independientes. El principal problema del film es el sopor que produce, el exceso de intelectualidad se convierte en un inane alarde de pavo real; además de lo antipático del protagonista, que a su vez, parece una parodia (a propósito) de los dandys que se estilaban en el cine francés por aquella época (de hecho en una escena aparece leyendo la revista Épatant, o la forma en la que fuma, supuestamente glamurosa en dichos films, en éste resulta desagradable). Se supone que tiene momentos graciosos aunque las pocas risas que se escucharon en la sala del cine parecían enlatadas, falsas, como si estuvieran provocadas por el relumbrón y el respeto que supone "estar viendo una peli de Godard". Como ejercicio de paciencia (y supervivencia) en el espectador resulta impagable: hay que reconocerlo: desde el minuto 40 más o menos estaba deseando que terminara. Conforme van discurriendo más minutos también entran deseos de que le vuelen la tapa de los sesos al protagonista; ni la belleza o el culo de Anna Karina suponen incentivo suficiente para continuar con el visionado.

 

En definitiva: si analizaramos escena por escena sólo podríamos decir que Godard es un maestro, rodando roza la perfección (técnica). Pero en conjunto no termina de encajar, peca de sobrado.

 

PS. Además, pese a que los libros están muy presentes, consigue el efecto contrario al que podría esperarse: quita las ganas de leer. Sólo en la escena donde se encuentra en el cine viendo una película con un libro y suficiente luz es cuando al espectador entra envidia porque desearía estar haciendo lo mismo.

domingo, 11 de julio de 2021

¿Cómo pudieron surgir las variantes de preocupación de SARS-CoV-2?

 Quiero comenzar este texto advirtiendo que no pretendo ser exhaustivo y que es meramente especulativo.

 Prácticamente la totalidad de la humanidad sabe qué es el SARS-CoV-2, SARS-2 o simplemente coronavirus para los que no quieren prestar mucha atención a la pandemia que estamos sufriendo. Los que hayan seguido la evolución del SARS-CoV-2 con mayor atención sabrán que hasta el surgimiento de las variantes de preocupación (VDP) las mutaciones que se acumulaban en el virus lo hacían con relativa lentitud y paso a paso. Por eso en un principio sorprendió, tras varios meses de pandemia observando este patrón, encontrar varias variantes con acumulación de 20 o más mutaciones (aquí incluyo mutaciones puntuales sinónimas (no hay cambio de aminoácido al traducirse a proteína) y no sinónimas, deleciones e inserciones).

Creo que hay varias posibilidades que deberíamos considerar que propiciaron el cambio de patrón en la evolcuión del SARS-CoV-2:
a) Tratamiento con remdesivir, suero de pacientes que sufrieron infecciones y/o anticuerpos.
b) Infecciones en inmunodeprimidos
c) Reinfecciones
d) Vacunación
e) Zoonosis desde animales donde a su vez ha evolucionado de forma distinta (ej: visones)
f) Rol de alguna(s) mutación(es) que pudo afectar el fitness/eficacia del virus.

La combinación de a-d, sin aplicar un peso específico, daría lugar a un cambio en las presiones selectivas sufridas por el virus que favorecería la evolución de éste de forma que se seleccionaran y fijaran determinadas mutaciones que favorecieran el "escape" de esa presión selectiva, y a su vez se seleccionarían y favorecería la fijación de mutaciones secundarias que estabilizaran las primeras para favorecer el fitness de la variante, dando lugar a la epistasis.

La opción e implicaría que el virus se tendría que "re-adaptar" al hospedador humano de forma que se favorecieran la selección (y fijación) de determinadas mutaciones que le fueran ventajosas en el nuevo hospedador.

La opción f tendría como premisa que algunas mutaciones (¿sin cambio de presión selectiva?) afectaran de alguna forma la eficacia del virus (ej: estructura secundaria del RNA) y por ello deberían seleccionarse nuevas mutaciones secundarias que volvieran a mejorar su fitness. Algunos científicos especulan conque la mutación temprana  D614G fue clave para ello aunque se ha demostrado que dicha mutación no sólo no empeoró el fitness sino que lo mejoró.

Otros científicos -incluidos algunos con altas nociones de evolución- pretenden usar el surgimiento de estas variantes de preocupación para convencer que el SARS-CoV-2 inicial no estaba tan bien adaptado al ser humano, cuando cualquiera con nociones básicas de epidemiólogía recuerda que desde el principio ha tenido una R alta, infectando a millones de personas. A mi juicio, un sinsentido.


Quizá debería haber explicado esto antes: voy a tratar de exponer sucintamente (puede que cometa alguna omisión, imprecisión o imperfección) el comportamiento de un virus de RNA -como el SARS-CoV-2- cuando infecta a un hospedador. Cabe tener en cuenta que los virus de RNA cometen muchos errores/mutaciones cada vez que se replican -aunque la polimerasa del SARS-CoV-2 tiene actividad correctora, lo que hace que cometa menos errores que otros virus RNA; y a su vez, el SARS-CoV-2 es un virus relativamente grande, con 300000 bases, lo que le hace tener mayor "tolerancia" a las mutaciones-.

Pues bien, en general, cuando un virus de RNA es transmitido de un hospedador a otro y produce una infección eficiente, éste se replica exponencialmente, lo que hace que en un corto periodo de tiempo surjan miles de virus distintos -por los errores cometidos durante la replicación- estrechamente relacionados, lo que se ha dado en llamar quasispecies, o simplemente población viral. De esos virus habrá algunos que tengan mutaciones que les confieran ventajas en el hospedador en ese momento y dichas mutaciones sean seleccionadas y fijadas. Como he comentado antes, muchas veces para favorecer la eficacia del virus se seleccionan variantes con mutaciones secundarias (epistasis). A su vez, dentro de un mismo hospedador (ej: al infectar otro tejido) puede ocurrir un "cuello de botella" (aquí interviene la deriva) donde apenas "sobreviven" unas pocas partículas virales, que volverán a replicarse exponencialmente. Cuando ocurre la transmisión (antes y/o después) de un hospedador a otro (ej: transmisión de un humano a otro) muchas veces ocurre un "cuello de botella" que hace que apenas una o unas pocas variantes virales sean las que infecten al nuevo hospedador, lo que aumenta el papel de azar.


¿Cómo creo yo que pudieron surgir las variantes de preocupación?

Me inclinaría por un papel relevante de las opciones a-d, entre las que creo que la vacunación pudo tener un papel determinante, debido a que no son neutralizantes, es decir, permiten la infección aunque disminuyan síntomas, ejerciendo teóricamente una mayor presión selectiva que facilitaría dichos cambios en las poblaciones virales y su selección y fijación. Además, pudieron ejercerla en dos momentos distintos: tras la primera dosis donde la capacidad del sistema inmunológico podría no ser suficiente para combatir el virus -además se produce una especie de inmunosupresión en los primeros días tras vacunación-, y tras la segunda dosis por lo comentado; en algunos casos podría permitir la infección aunque disminuyera lo síntomas. Esto, creo, serían dos ejemplos de dos "fitness landscapes" o "evolutionary shifts" distintos que forzarían la evolución del SARS-CoV-2. A su vez, las mutaciones seleccionadas en vacunados podrían verse "estabilizadas" con mayor rapidez cuando se transmitieran a población que no estuviera vacunada ni hubiera sufrido infección con anterioridad, de forma que se podría favorecer la selección y fijación de mutaciones secundarias a las mutaciones de "escape".

Si vamos a la cronología: las primeras (y diferentes) variantes de preocupación surgieron (o fueron encontradas) por primera vez en Reino Unido, Sudáfrica y Brasil, que es donde se hicieron los ensayos clínicos de la vacuna de AstraZeneca. Aunque también fueron zonas donde una proproción de población fue infectada, por lo que podría ser que las reinfecciones tuvieran un papel aún más importante.