domingo, 10 de abril de 2022

Pierrot el Loco, de Godard

 (Escrito en 2018)

Comienza a saco Godard, sin preludios ni mierdas, desde el principio con ganas de epatar con la primera frase del insufrible protagonista caracterizado por Jean-Paul Belmondo. Técnicamente brillante, se podría calificar como una concatenación de microrrelatos cinematográficos que tienen que ver entre sí porque están presentes y son protagonistas los mismos personajes, además conservan la memoria, pero a su vez podrían formar escenas independientes. El principal problema del film es el sopor que produce, el exceso de intelectualidad se convierte en un inane alarde de pavo real; además de lo antipático del protagonista, que a su vez, parece una parodia (a propósito) de los dandys que se estilaban en el cine francés por aquella época (de hecho en una escena aparece leyendo la revista Épatant, o la forma en la que fuma, supuestamente glamurosa en dichos films, en éste resulta desagradable). Se supone que tiene momentos graciosos aunque las pocas risas que se escucharon en la sala del cine parecían enlatadas, falsas, como si estuvieran provocadas por el relumbrón y el respeto que supone "estar viendo una peli de Godard". Como ejercicio de paciencia (y supervivencia) en el espectador resulta impagable: hay que reconocerlo: desde el minuto 40 más o menos estaba deseando que terminara. Conforme van discurriendo más minutos también entran deseos de que le vuelen la tapa de los sesos al protagonista; ni la belleza o el culo de Anna Karina suponen incentivo suficiente para continuar con el visionado.

 

En definitiva: si analizaramos escena por escena sólo podríamos decir que Godard es un maestro, rodando roza la perfección (técnica). Pero en conjunto no termina de encajar, peca de sobrado.

 

PS. Además, pese a que los libros están muy presentes, consigue el efecto contrario al que podría esperarse: quita las ganas de leer. Sólo en la escena donde se encuentra en el cine viendo una película con un libro y suficiente luz es cuando al espectador entra envidia porque desearía estar haciendo lo mismo.

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