domingo, 10 de abril de 2022

La mamá y la puta, de Jean Eustache

 (Escrito en 2015)

Desde el comienzo tenemos claro que nuestro protagonista es un seductor, un dandy, un diletante, un follador intelectual. Un follador de cerebros, un excelente conversador. Y es que el film se sustenta casi exclusivamente en las conversaciones; conversaciones excéntricas, atractivas y atrayentes, seductoras. La acción siempre es consecuencia de lo dicho. Y es que probablemente, lo mejor en la vida, lo prácticamente imperecedero (el sexo se acaba) hasta la propia muerte, son las buenas conversaciones. La acción resulta secundaria cuando el cerebro rebosa pensamientos inteligentes. Las mejores películas son, sin duda, las que cuentan con los mejores diálogos (o monólogos). Para hacer una obra excelente no hace falta nada más.


"Sólo puedo interesarme por alguien que se interesa por mí, aunque sea cuestión de miradas", dice el protagonista, e indefectiblemente nos vemos reflejados: ¡qué bien sienta sentirse el único ser del mundo, aunque sea durante sólo unos minutos que parecen eternos! Al fin y al cabo, en el juego de la seducción, pocas cosas más reconfortantes que una mirada de reciprocidad.

"La gente siente satisfacción por tener la sensación de ser útil", refiriéndose al friegue de los platos, pero que va mucho más allá. Le parece obsceno, repugnante, y uno no puede más que asentir interiormente.

Comenta que "se fija en mujer por detalles externos, que podría portar cualquier otra", y en cierta forma, a todos nos ocurre lo mismo: la magia del amor, de la atracción, en gran medida está basado en el azar (aunque después él se inclina más por el destino, las paradojas del pensamiento). Y más adelante, en cierta medida relacionado: "Atribuyen la elegancia de un traje a la persona que lo porta". Y es que en cuanto un hombre se pone un traje, o una mujer un vestido, el hombre, por más rufián que pueda ser se convierte en un caballero, y la mujer, en una dama.

O le pregunta: "¿Cómo prefieres hacer el amor: tierna o violentamente?" Y el receptor no puede reprimir una carcajada repleta de admiración.

Estas afirmaciones y muchas más de la misma altura y osadía, pensamientos lanzados a la mujer que pretende seducir por parte del protagonista, van creando una sensación dionisíaca, de asombro, en dicha mujer, y por qué no decirlo, en el espectador. El espectador  va viendo cómo se desarrolla esa relación hipnótica entre Veronika, una enfermera de padres polacos adicta al sexo (como iremos descubriendo), y Alexandre, el dandy, que vive en la casa de su novia. El inevitable triángulo tendrá lugar.

Y el final del largometraje enmudecerá todo los escuchado con anterioridad; Alexandre y Veronika invierten los papeles, de tal forma, que Veronika, la mamá y la puta, se hace auténtica protagonista, en un discruso final emocionante, emotivo, rompedor, fascinante, etcétera: "¿Por qué las mujeres no pueden decir que les apetece follar?", "Para mí no existen las putas", "Puedes chupársela a cualquiera, puedes follar y no ser una puta",...  Ante lo que uno no puede más que asentir. Tras la declaración final de Veronika, el protagonista se hace muy pequeño e incluso ridículo. Se impone la perspectiva de la mujer.

Y queda en la atmósfera el anhelo del amor.

Uno podría explayarse también sobre los roles del alcohol, la ciudad de París, la literatura, los cafés, las clases sociales, el trabajo, el mismo sexo y un largo etcétera. Y es que nos encontramos ante una absoluta obra maestra: una de esas películas que sería un crimen no ver antes de morir.

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