domingo, 10 de abril de 2022

La memoria sensitiva

 (Escrito en 2013)


“Era a principios de verano. Lo recuerdo como si lo estuviese volviendo a ver en estos momentos. Una se olvida, y cada vez con más frecuencia, de lo que hizo ayer, o de cosas que han ocurrido esta misma mañana y, sin embargo, los recuerdos más antiguos tienen otra fuerza. No los piensas: los ves, los escuchas. De aquel día recuerdo el cielo por encima de la escollera, pero también las caras y las voces de cuantos nos sentamos a la mesa, bajo la higuera. Recuerdo cómo iba vestido cada cual, y el olor áspero de las hojas de la higuera y el de las plantas de tomate, cuando fuimos tu tía Pepita y yo a recoger algunos para la ensalada, y  recuerdo el olor de la ropa; fíjate que mientras hablo puedo recordar el olor de tu tía Pepita y el de la abuela María, que olía nada más que a agua y jabón pero de un modo muy especial, porque también olía a ella.”

La buena letra, Rafael Chirbes.

Existen ciertos sonidos, ciertos olores, ciertas imágenes, que inmediatamente asociamos a algo vivido. Me parece cuanto menos curiosa esa capacidad del cerebro de identificar un perfume con alguien que nos dejó huella, una canción con una situación experimentada, o un paisaje con cierta edad ya pasada, por ejemplo. ¡Cómo es posible que una canción haga que se me salten las lágrimas de los ojos, por las connotaciones que lleva asociadas! ¡Cómo es posible que recuerde el olor (interesante pregunta: ¿se puede recordar un olor? yo creo que sí) de cierta persona y no sea capaz de borrarlo de mi olfato-mente! Quizá sean cuestiones éstas baladíes, a las que en nuestro día a día no les otorgamos importancia, y en cambio, cómo y con qué intensidad son capaces de perturbar nuestro estado anímico. Quizá se deba a que el ser humano, que siempre se ha dicho racional, es ante todo emocional y primitivo, por mucha educación que reciba y normas que se le impongan. O quizá no. El caso es que éste es un tema que ha resurgido en mi mente tras escuchar una canción concreta, con sus respectivas connotaciones concretas. 

Vuelvo a escucharla una vez tras otras. Me siento atribulado. Incapaz de pensar, de sacar nada en claro. Regurgitan los sentimientos, las sensaciones. Se me eriza la piel, me estremezco, incluso llego a tambalearme. Un escalofrío recorre mi espina dorsal y llega hasta el fin de mis extremidades. Suspiro. El placer se instaura a través de mi cabeza y recorre todo el cuerpo.  Experimento la dicha. Y al mismo tiempo me sumo en una extraña melancolía; en un letargo del que no quiero salir, pero a pesar de todo, sé que lo haré para continuar con una vida perfectamente mediocre e impostada.

No obstante.


Mis acáis, vidriosos, permanecen cerrados.

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