(Escrito en 2013)
Esas furcias que me roban el corazón.
Esas putas que me desprecian.
Hijas de puta, ¡cuánto os detesto!
Pero por qué no puedo
Parar de pensar en,
Vivir sin,
vosotras, ¡perras!
Philip Roth, en su relato-novela La humillación, como
es habitual en sus obras: llega, conmueve y conmociona. La misma
historia en manos de cualquier otro hubiera supuesto un infumable e
inverosímil bodrio, pero con Roth, se convierte en una pequeña joya.
Todo ello, teniendo en cuenta que posiblemente sea una de las obras
menos logradas del autor. Pero su escritura es diferente: interna,
reflexiva, sincera, honesta, íntima y al mismo tiempo universal. Desde
una perspectiva humanista, nos habla de la vejez, del triunfo siempre
efímero, del ocaso de la vida, del amor, del sexo, de las relaciones con
la familia y con los demás, etc. En definitiva, de la cotidianidad; no
obstante, se coloca en una posición para observar y analizar esa
cotidianidad que a casi nadie le gusta escuchar en su día a día. Si
tuviéramos que escoger en una supuesta polaridad optimista-pesimista,
sin duda se encontraría en el segundo grupo. Casi que mejor: porque es
certero, agudo, extraordinariamente capaz en sus pronósticos. Lo
fundamental de La humillación, aunque ciertamente hay más
chicha sobre la que reflexionar, es el efecto que produce la mujer en el
hombre heterosexual (no sigan leyendo si piensan leer la novela, o
sigan si no les importa que les destripe trama). Digamos, brevemente,
que el protagonista, un sexagenario en una situación de crisis
profesional y personal, se enamora (o cree enamorarse) de una mujer
cuarentona, y por tanto veintipico años menor que él. Lo que empieza
como una aventura se convierte en un encoñamiento supremo, sin
poder evitar esa atracción fatal por una mujer que en realidad, tratando
de ser objetivo, no es nada especial. Creo que a todos los que ya
tienen cierta edad les habrá sucedido algo similar, probablemente en más
de una ocasión. Esa atracción perdidamente suicida, por alguien que en
el fuero interno, se sabe o intuye, que acabará haciendo trizas el
corazón de susodicho. Y en cambio, el magnetismo experimentado,
inevitable, feroz, violento, arrastra hacia el objeto de deseo con total
impunidad. Un ardor insaciable, un estado psicológico de extrema
generosidad y encandilamiento, se manifiesta: ay, es entonces cuando uno
debe echarse a temblar, porque sabe que acabará muy magullado, por no
decir destrozado. Y aquí no se pretende hablar de un enamoramiento convencional,
sino del sentimiento irrefrenable hacia una persona que por un lado,
encanta como ninguna otra, y por el otro, se sabe que no conviene,
porque en gran medida sólo está jugando, pasando el rato,
aunque no dé sino exiguas y disimuladas muestras de ello. Mientras
tanto uno está locamente atraído por esa mujer a sus ojos maravillosa
(pero no en el sentido subjetivo propio del enamoramiento del tipo “es
perfecto”, más bien en el sentido objetivo de cómo su presencia hace
sentir a la persona que está coladita por ella, siendo consciente de
cada una de sus imperfecciones, que en cambio se esfuman de la mente
ante cualquier sonrisa o gesto de ella). Decía que esa atracción, por
más inevitable que se experimente, no es inconsciente en ausencia de la
persona, ya que no se inhibe la capacidad para analizar fríamente la
situación. Y en cambio, da lo mismo. Se analizan fríamente los pros y
los contras de la relación, teniendo las desventajas por las muy
probables consecuencias, mucho mayor peso; pero da lo mismo. Al fin y al
cabo, ¿desde cuando en la atracción tiene cabida el razonamiento? La
atracción, el enamoramiento, se basa en impulsos-latigazos debido a
segregaciones hormonales, que uno, obviamente, no es capaz de controlar.
Así que lo mejor será tomar la opción (en caso de tener esa capacidad) de perdidos al río.
El daño que se recibirá en el futuro será importante, dramático, grave.
Pero la efímera felicidad alcanzada puede más, mucho más, que una
supuesta y dura infelicidad futura. Uno no sabe cómo de duros serán los
venideros momentos, cómo de hundido se encontrará; tan sólo intuye el
peligro, y no sólo hace caso omiso, sino que se ve atraído todavía con
más avidez hacia éste. Peligro , ¡yo te voy a rondar y saldré ileso!.
JAJAJA, tus ganas, responderá el peligro. Y el tiempo le dará la razón.
La atracción impostergable a la que me refiero no es física, o por lo
menos no solamente física, más aún, el físico tiene una importancia
relativa. La atracción insoslayable a la que me refiero se sustenta
principalmente en el carácter de la mujer escogida (en realidad
es ella la que escoge): causa furor, gozo, ánimo, pasión; estremece;
lleva a la euforia con frenesí. Una mirada suya, una pícara sonrisa, el
contacto con su piel, su olor corporal; pone en tensión todo el cuerpo,
produce tal empalme que ni veinte dosis de cianuro podría evitarlo. Una
cosa lleva a la otra, se entra el torbellino sexual y sentimental,
muchas veces se establece una relación tipo amor-odio, de polos, de
excesos, ni contigo ni sin ti, dónde uno se ve abocado a la más
extrema inestabilidad, o por el contrario, a la más absoluta
complicidad. Uno es el hombre más feliz o el más desgraciado de la
Tierra, no existe término medio. Hasta que termina. Joder, lo que se ha
disfrutado, y también lo que se ha sufrido por el camino, aunque nada
comparado con lo que viene a continuación. Un estado depresivo, de
histérica rabia, de desesperación y humillación, es lo que espera, amigo mío.
El suicidio se ve como una de las mejores alternativas: para qué vivir
sin ella, sin lo que me hace sentir, y al mismo tiempo, esta
hija-de-puta, ramera-de mierda, me ha estado tomando el pelo, se ha
reído de mí a la cara, me ha tomado por un imbécil integral y ha jugado
con mis sentimientos todo lo que ha querido y más. Lo peor es que no se
equivocaba.
Es entonces cuando en uno de los muchos momentos de debilidad extrema, uno coge la escopeta y se la mete en la boca. Nota el sabor metálico y apoya los dientes en el cañón. ¿Tendrá huevos a hacerlo?
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