(Escrito en 2013)
Hoy soñé. Hacía una película. Casera. No-porno. Sin guión. Porque conocía a la protagonista. Creo que tiene un algo especial. No sé definirlo. Yo con la cámara. Le haría preguntas. Sobre la vida. Su visión de la vida. Sus orígenes. El trabajo. La gente. La humanidad. El amor. El sexo. Lo que surgiera. En un espacio modesto. Austero. Obscuro. Ella como única protagonista. Mi musa. Vestida con ropa normal. Peinada como de costumbre. Maquillada lo justo. Espléndida. Prestaría atención a sus manifestaciones. Pero también a sus gestos. Posturas. Lenguaje no verbal.
A veces tengo la sensación que el mundo se mueve en base a relaciones
totalmente superficiales. Que las relaciones entre conocidos, vecinos,
parejas, familiares, e incluso amigos, están sustentadas por un enlace
extremadamente quebradizo, superfluo, carente de significado. Que la
vida que vivimos, en general, está vacía de contenido. Por eso disfruto
tanto cuando puedo conectar con profundidad, aunque sea de forma mínima,
con alguien. Ella tiene ese algo que me subyuga y hace que podamos
hablar de cualquier cosa: a veces más o menos profunda, con más o menos
conocimiento, pero llena de genialidades y excentricidades. Esas
conversaciones no impostadas, que uno se pasa la vida buscando sin
encontrar, y que halla cuando menos se lo espera. Es como si existiera
una conexión que va más allá de la inconsciencia, digamos que algo que
ni siquiera está en el interior de uno mismo, empuja hacia ese
precipicio que es hablar con las entrañas, con osadía. Es una especie de
alineamiento astral, una conjunción de factores externos a los
protagonistas, que invade el ánimo de sosegada alegría y pasión. Una
electrizante y translúcida unión imaginaria, que va más allá de la
atracción, la amistad, el sexo, el amor. Es superior a todas estas
cosas; que también tienen cabida en dicha relación. Porque esta
complicidad superior se ve acompañada de lo citado: surgen
contradicciones internas y externas, reacciones psicológicas y
fisiológicas. Sensaciones contrapuestas: tanto invade el frío más gélido
y pétreo que uno pueda experimentar, como el ardor más sofocante e
inevitable.
Mi película intentaría mostrar el yo interior,
de forma sincera, sin maniqueísmos ni capas de maquillaje ni
sensacionalismo ni toda esa patraña con la que nos hemos acostumbrado a
vivir. Nos hemos acostumbrado tanto, que de hecho forman parte de
nuestra idiosincrasia. A nivel mundial, global. La estética, el cánon de
belleza que deciden unos pocos miserables, el impulso hacia la más
vacua autorrealización, el egoísmo consumista y devorador de
almas, etc. Desde una perspectiva personal, esto es lo que creo domina
en la Tierra. Vivimos en sociedades markentizadas, reprimidas
por la publicidad, bombardeadas por tanta insustancialidad que nos hemos
convertido en seres insensibles, incapaces de sentir empatía hacia los
demás, hipócritas, aislados sentimentalmente; puros hedonistas y en
cambio incapaces de experimentar la felicidad y la dicha a través de ese
ansiosamente buscado placer. Si uno mira en su interior no ve nada.
Telarañas, órganos mugrientos. No hay nada más. Totalmente vacío. Una
humanidad sin alma, sin ética, que se mueve mecánicamente, por inercia;
repleta de seres intranscendentes –y quiero aquí especificar, que en mi
concepto de trascendencia la fama, el dinero, el poder y esos anhelos
que corrompen el espíritu tienen escasa o nula importancia- que vagan
sin ton ni son; fingiendo ser guays y cools y fashion y toda esa
nomenclatura de mierda que surge cada equis tiempo. Todos somos
miserables. Algún día haré una película sencilla, dónde a través de una o
de unas pocas voces, todos nos sintamos representados con lo que se
cuenta y nos avergoncemos de nosotros mismos y avistemos, aunque sólo
sea durante un segundo, lo miserables que somos.
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