domingo, 10 de abril de 2022

Doce más uno

 (Escrito en 2012)

“Naces en la capital del mundo y ya no puedes escapar, y eso es así porque así es como todo el mundo quiere que sea. Lo que importa es lo que la gente quiere. Aquí nadie necesita nada. Es como cuando te despiertas por la mañana y la nieve ya ha empezado a caer y hay luz entre los edificios donde caen los rayos del sol pero ya está oscuro donde hay sombra, y lo que importa es lo que uno quiere. ¿Qué quieres tú? Porque si no quieres nada, no tienes nada. Vas a la deriva, te arrastra la corriente, y luego te cubren la nieve y las sombras. Y en primavera, cuando la nieve se derrite, nadie recordará dónde quedaste congelado y enterrado, y ya no estarás en ninguna parte” (1) Twelve, Nick McDonell

”Puede que no me guste tanto la gente como al resto del mundo. Parece que la raza humana está enamorada de sí misma. ¿Qué clase de ego hace falta para llegar a creer que has sido creado a imagen y semejanza de Dios?” Cosas que los nietos deberían saber, Mark Oliver Everett

 

Doce es más que cero. Doce es una droga. Mejor que la cocaína, dicen. Más potente. Doce es una novela. Una novela de Nick McDonell. De las llamadas novelas generacionales. O lo que es lo mismo: pubertad-adolescencia, drogas, sexo, muerte. Doce es una novela generacional de niños pijos ricos estadounidenses. Doce es una novela directa, vertiginosa, escueta, esbozada, impactante. Con un final de videojuego, aunque lejos de ser inverosímil tratándose de los Estados Unidos. Me ha gustado.

Doce deja entrever el hastío existencial humano de las clases que tienen tiempo para invertir en ocio. Ese hastío que se revela con profusión en la pubertad, cuando de forma pseudoinconsciente, se intuye que la vida es una mierda. Porque la pubertad no es más que una lucha contra la raza humana, una rebelión contra la mediocridad de las vidas humanas, una descarnada batalla por diferenciarse de las gentes adultas que se ven, que se tratan, o con las que se convive diariamente. Una fratricida pelea para no convertirse en algo que se odia; para impedir que su carácter se impregne de irrelevancia, putridez, cinismo, corrupción, abyección, atrocidad; para evitar caer todavía más en las redes de una sociedad que atrapa y no suelta hasta que consigue extraer todo el jugo intelectual, o de cualquier tipo, hasta dejar como un títere con el seso sorbido o lobotomizado. La pubertad es un duelo que se sabe perdido de antemano, pero no por ello es menos importante el librarlo. Se sabe que se acabará pereciendo o claudicando o como última y rara alternativa, siendo un ser totalmente infeliz y aislado del resto por el asco hacia esos otros seres, y en el fondo hacia sí mismo, porque en ese fondo del ser sabe que es uno más de ellos aunque se niegue a reconocerlo, que es uno más de los viles entre los que vive, se ha convertido en la persona ruin y cruel y acomodada y sin escrúpulos que no se ha cansado de ver a lo largo de sus días, que pretende engañarse como los demás, aunque en otro sentido, queriendo creer que no es como los demás aunque sabe que sí lo es, por eso intenta engañarse, pero ese engaño es fallido de antemano ya que es su propia mente la que hace el intento, y él domina su mente, o cuanto menos reconoce lo que pasa por su mente, y entre otras cosas, el engaño hacia sí mismo que intenta pergeñar, de forma fallida pues es evidente que no puede engañar a su propia mente desde su propia mente, como mucho puede hacerse el engañado con sí mismo; y aun así sabrá que se hace el engañado, y si quiere seguir creyendo en el engaño deberá evitar pensar en ello, aunque de nuevo la sensación de estar omitiendo a sí mismo una información relevante no dejará de actuar en su interior, y esa sensación hará mella en sus pensamientos y sacará a relucir que se engaña a sí mismo, como el resto de los seres a los que tanto odia, con los que no quiere tener nada que ver pero en realidad con los que tiene tanto que ver, porque es como ellos aunque no quiera, la condición humana es de esta forma per se; cruel, insolidaria, egoísta, asquerosa, vil, obtusa, egocéntrica, corrupta, perversa, abyecta, atroz, despreciable, et caetera.

Por lo tanto, la guerra contra el paso a la edad adulta y todas las consecuencias que conlleva siempre se pierde. La única forma de vencer esa guerra es morir antes de que se produzca, y por tanto, no se vence sino que se esquiva, o como máximo se consigue una victoria pírrica. La responsabilidad que conlleva convertirse en adulto es temible; de hecho esta es una de las razones de por qué la gente, afortunadamente, nunca termina de madurar. Pobre del que lo haga. La metamorfosis que se experimenta gradualmente en un mundo de mierda convierte a quien lo experimenta en pura mierda, una manzana que se pudre como las restantes del abarrotado cesto. Alcohol, drogas, riesgo, sexo e inclusive amor son sucedáneos que ofrecen una felicidad transitoria para poder seguir sobreviviendo ante tamaño cúmulo de excrementos; y muchas veces esta felicidad transitoria sólo lleva a una infelicidad todavía mayor, o a la muerte. Uno nunca sabe qué es lo mejor: aunque se agarra a la vida de mierda o felizmente simulada que tenga; siempre puede mejorar. ¡Pero cómo cojones va a mejorar estando rodeado de seres tan viles como uno mismo! Y todo eso sin haber sentido realmente lo que es el dolor físico, o al menos no haberlo sentido de forma prolongada, en la mayoría de casos. Mejor no pensar en ello porque si no la mayor parte de la gente se suicidaría: más vale pensar en otras cosas, mirar hacia otro lado, anestesiar la mente, entretenerse con trabajo o aficiones o relaciones sociales y sexuales o cualquier sucedáneo de felicidad. La autorrealización es un invento de algunos listillos para facilitar la persistencia en un mundo que aliena o aborrega o más bien ambas al mismo tiempo, igual que la religión, el éxito y todas las demás gilipolleces que sólo sirven para engordar el ego, tranquilizar la conciencia o vete tú a saber que otras cosas. Porque al fin y al cabo, la vida no es más que una lucha de poderes, una competición estúpida de soberbia y egoísmo. Quién compita mal y sea consciente de ello está jodido. Realmente jodido. Eso es el mundo adulto, y de ahí las reticencias de los adolescentes, los bandazos que pegan de un extremo a otro ante la desorientación y frustración que experimentan. Siempre se ha creído el punto de vista del adolescente el equivocado, pero ¿y si es al contrario? ¿y si es el mundo adulto el que fastidia todo y el esquizofrénico y el que está repleto de estiércol, el que contamina el mundo? Creo que nadie ha expresado mejor que Salinger la posible disyuntiva existente entre estas etapas en su guardián entre el centeno o cazador oculto.

 

(1) Twelve, Nick McDonell, 2002. Traducido por Gemma Rovira y editado por Anagrama.

(2) Things the Grandchildren Should Know, Mark Oliver Everett, 2009. Traducido por Pablo Álvarez Ellacuria y editado por Blackie Books.

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