(Publicado en 2014)
El club de la lucha es una obra maestra, para
que quede claro, y a uno como que le impone escribir sobre este tipo de
películas porque sabe que no estará a la altura. Recuerdo (o hago como
que recuerdo) las sensaciones que experimenté la primera vez que la
visioné: fascinación, letargo, incertidumbre, perplejidad. Es uno de
esos films que deja “tocado” y hace preguntarse “¿qué cojones he
visto?”: por eso es necesario un segundo visionado que deja todo
bastante más claro. Ya en las siguientes revisiones el thriller
del largometraje se queda en un segundo plano y sale a relucir el humor
corrosivo, nihilista, sombrío, provocador. Porque salvo los últimos
30-45 minutos que son thriller puro, el resto destaca principalmente por ser una película de humor salvaje y macabro.
Por lo menos, yo no puedo parar de reír teatral y profusamente; ahora
mismo me viene a la mente quizá la escena más desternillante de todas:
cuando el personaje que interpreta Edward Norton va al despacho del jefe
y se empieza a dar de ostias a sí mismo para conseguir una
indemnización por despido; la cara del jefe es brutal, uno se imagina
cómo se puede sentir poniéndose en su situación, y de ahí las carcajadas
irrefrenables que salen expulsadas de mi boca. Pasa la escena y todavía
sigo riendo, completamente descojonado. Hay muchas más escenas de este
tipo (especialmente las relacionadas con su actitud en el trabajo).
Por otra parte El club de la lucha
es una película que hace pensar, no deja indiferente, activa el cerebro
y lo pone en un estado alucinado. Replantea la cuestión de la jerarquía
de la sociedad, por ejemplo. ¿Qué pasaría si todos los curritos de
clase baja-media se rebelaran y se organizaran para derrocar a las
élites? Hace ver, que aunque en el día a día podamos pensar lo
contrario, el poder es de los mayoritarios, y ese no es otro que el
pueblo llano. El primer problema para poder ejercer ese poder como tal
es lo costoso y complicado que es la organización de todos los que están
abajo en la pirámide, ya que cada uno piensa de una forma distinta, y
el segundo, todavía mayor, es que una vez se consigue el poder, se
convierten en tan villanos y viles como los que estaban mandando con
anterioridad. Cambiar para no cambiar nada, lo que lleva intrínseco la
condición humana. Además, la propia organización sigue las normas
jerárquicas de cualquier sociedad. Por lo que a mi entender plantea una
doble vertiente filosófica: por un lado incita a la rebelión del pueblo
ante el mangoneo que sufre por parte de los gobernantes y las élites
adineradas; por el otro muestra que no es una solución óptima ya que la
nueva sociedad creada será similar o peor en cuanto abuso de poder,
porque no cabe dejarlo de lado: su forma de proceder es autocrática. Lo
que yendo un poco más allá, lleva a pensar en los peligros ocultos que
existen en cualquier sociedad para que pueda surgir una dictadura o
autocracia: con gente insatisfecha y jodida, y alguien que consiga que
se sientan realmente valorados y tenidos en cuenta, más una buena
organización, sobra. De ahí, reitero, el dualismo entre “¡que les den
por culo a las élites!” (sentimiento justo por las atrocidades e
injusticias que comenten) y el peligro de un posible resurgimiento de un
régimen autocrático.
Creo que en la película –a diferencia de
la novela- también se da una importancia vital al amor. El personaje de
Edward Norton se deshace de su alter ego (Brad Pitt), que tiene todas
las cualidades que siempre quiso, en gran medida por amor a Marla. Al
menos es así cómo yo interpreté el final.
Muy rica en matices a
la par que impactante –no se puede dejar de hacer referencia a cómo
está rodado, en forma de “videoclip”, o la música escogida-, plantea
muchas cuestiones sin solución y sobre las que recapacitar (el
consumismo, el sentimiento de vacío y el de pertenencia a un grupo, la
infelicidad, el trabajo-dinero como forma de esclavitud, etc.)
domingo, 10 de abril de 2022
El club de la lucha, de David Fincher
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