Lo que más llama la atención del film una vez terminado es su excentricidad y la perspectiva desde la que se enfocan los sentimientos, además de, por supuesto, esos planos-enfoques de genio (por ejemplo, cuando Sarah y Robert hablan y sólo se ve a Sarah sentada en la mesa (lo demás está cortado por la puerta (ver video final)). El film de Cassavetes nos introduce lentamente, o más bien de súbito y prácticamente en una única faceta, primero la vida de Robert Harmon, que pareciera vivir en un harén de mujeres, sexo y lujuria; un ser obsesionado por la belleza y por el placer, y sin embargo consumido en su interior; ya que como se muestra muy claramente, las mujeres que habita lo hacen por estar a sueldo de éste. Este esnobismo, esta libertad tortuosa, se da en gran medida porque Robert es rico, no le falta el dinero; y aún así, en ese patetismo que sería la envidia de tantísimos hombres ("libertad sexual pagada") se dan momentos de brillantez, como cuando insiste en que todas las mujeres guardan un secreto o cuando trata de ligarse a la cantante de un club nocturno y acaba tirado en el suelo. Por otra parte tenemos a Sarah, a la que el director nos muestra en pleno litigio por el divorcio con su marido y la custodia de la hija de 14 años, que en un giro sorpresivo, decide que quiere quedarse con el padre. Lo que desemboca en el conocimiento del pasado en el psiquiátrico de Sarah. ¿Y qué tienen que ver Sarah y Robert, introducidos en pantalla por separado, como en otros films de Cassavetes? ¿Serán antiguos amantes? Pues hasta bien entrados en el largo no nos damos cuenta de que son ¡hermanos!; magistralmente ocultado y revelado por el director.
En este entramado tortuoso y extraño observamos un espectáculo que a su vez, da pie a reflexionar, por ejemplo, sobre la locura y si nos atrevemos a (de)limitar sus límites, sobre el poder del dinero para tener una vida esnob y en cambio en muchos momentos infeliz, sobre las complicadas relaciones entre padres/madres e hijos/hijas, sobre el egoísmo de los seres humanos, sobre el amor (en el film se pregunta: ¿amar podría ser un arte?) o sobre las relaciones entre hermano y hermana.
Hay una escena especialmente conmovedora, seguida de otra, de tal belleza y nobleza, que por ellas mismas ya merecería la pena el visionado del largometraje. Me refiero a cuando Robert queda con la madre de la cantante del club (que en otra ocasión cuidó de él) y baila con ella y le hace sentir la mujer más maravillosa y atractiva del mundo, porque a los viejos también les gusta sentirse deseados y bellos. Al unísono, Sarah, que se siente mal, decide irse a una bolera y jugar a los bolos ella sola, donde de nuevo, y con la ayuda de un desconocido, vuelve a sentirse una mujer poderosa y eufórica. Porque y aunque a veces tendemos a olvidarlo: sentirse querido y deseado da inusitada fuerza a dicha persona.
Sin duda Corrientes de amor es una película única.
Lo primero que llama la atención es el bullicio de la ciudad y de qué forma tan magnífica es capaz de reflejarlo Cassavetes. Y es que el director hace un cine eminentemente urbano, frenético, incansablemente intenso. La intro del film, nuevamente, magnífica: vemos a uno de los personajes (Seymour Moskovitz) vivir de su forma tan particular (en el trabajo y en el ocio), todo a ritmo vertiginoso y desde una proximidad propia del director, como si estuvieramos allí con él. Pero es que lo que sigue, con la conversación de la otra protagonista (Minnie Moore) con su amiga sobre cine, sobre el amor, sobre la vida, no anda a la zaga (se quedan plasmadas dudas como si con el paso de los años se pierde la capacidad de ilusionarse y enamorarse, comentarios de por qué en el cine todo es mucho más sencillo y además cómo nos predispone en nuestras creencias sobre la vida, amargas quejas sobre la amargura que trae la soledad y/o ausencia de sexo, etc.). Y para ahondar en el shock que nos provoca esa intensidad, a continuación la escena de celos de su amante, que no duda en pegarle por llegar tarde y borracha, más lo que se desarrolla con posterioridad. Resumiendo: cine de la hostia.
A partir de esta larga introducción es cuando se desarrollará la historia de anti-amor, o de amor poco convencional, entre Seymour y Minnie. No sin antes dejarnos brillantes momentos como la escena en el restaurante con Zelmo donde ante una afirmación de éste contesta "nací en las cataratas del Niágara, Nueva York" (que mi memoria remite a París, Texas, de Wim Wenders). Los personajes que muestra Cassavetes están despojados de ese halo de ejemplaridad o fascinación vacua que se da en la mayoría de films, aquí nos deja claro que las personas tienen sus formas de hacer y pensar totalmente imperfectas y aborrecibles o encantadoras según la mirada del observador, muchas veces rayando en la locura o neurosis. Porque la relación que se establece entre Minnie y Seymour es contradictoria, de sí pero no, primero hay que vencer a las apariencias y las convenciones (en un momento dado Minnie le recrimina que no es la cara con la que había soñado), en apenas unas horas de convivencia tortuosa se encuentran, alejan y reencuentran, dejando mientras tanto imágenes patéticas o maravillosas, matices y detalles de esta extraña conexión. Pienso, por ejemplo, en la forma en que usa Minnie esas gigantescas gafas de sol: cuando siente vergüenza (generalmente de su acompañante) y quiere esconderse, y de hecho en una escena soberbia, Seymour le recrimina que se las vaya a poner: en la cafetería, tras obeceder a sus impulsos y llamar a Seymour para que se reuna con él, con los helados, y la maravillosa sonrisa (de enamorada, de sentirse querida y por añadidura exultante) de Minnie cuando éste aparece. Antes de ello le recriminará que se toma demasiado en serio a sí misma y ella misma profundizará en su forma de vivir ("ya no sonrío", "a veces me cuesta respirar", "me siento sola"). Porque pese al ritmo frenético de sus personajes, no deja de ser un film eminentemente conversacional. Otra escena icónica, por partida doble, es la del aparcamiento, cuando tras un rifi-rafe se ponen a bailar la música que suena de la camioneta, por un lado, y después cuando Minnie se encuentra con unos conocidos burgueses y ésta, en su impulso, intenta evitar que la relacionen con Seymour. Por no mentar la escena de la canción: ejemplo de cómo ser romántico (y no ñoño) mostrando a dos enamorados cantar, por la verdad que transmiten.
El epílogo, con la reunión de las madres de ambos personajes (que en la vida real eran las madres de Gena Rowlands y John Cassavettes) sigue la línea del resto del film: resulta regocijante cómo la madre de Seymour intenta echar por tierra la boda de su hijo diciendo que es un bobo, vago, conformista, pobre, sordo, etc. y que Minnie es demasiado guapa para él. Toda la conversación, desde el inicio (cuando la madre de Seymour saluda primero a la madre de Minnie, y le comunica lo alta que es) hasta el final es excepcional.
La coda, enseñando cómo esta extraña y loca relación de personajes al margen de la sociedad llega a buen término, da lugar al óptimismo: el triunfo del amor por encima de todo. (Aunque claro, cómo dicen en el propio film, la vida no es tan fácil como en las películas, incluso en ésta).
Se le podría achacar falta de verosimilitud, demasiados ajetreo, etc. pero no se puede negar que es una gran obra de autor. Y como anécdota al margen del argumento, me quedó grabado el U-turn en la conducción.
Valoración: 8/10
PS. ¡Qué magnífica actriz es Gena Rowlands! ¡Ella sola rebosa la pantalla!
PS2. Detalles de cineasta: aparte de los planos cortos en las conversaciones, llama la atención cómo Cassavetes enfoca en muchas ocasiones al que escucha en lugar de al que habla en dichos intercambios verbales: como queriendonos hacer ver que muchas veces expresa (informa) más fijarse en quien en escucha en lugar de en quien habla.
Hay que tenerlos bien puestos para que en una película de suspense los protagonistas sean una mujer y un niño; personalmente arrugo la nariz cuando el protagonista es un infante en un film dirigido principalmente a adultos. En este caso la mujer Gloria, representada por la gigantesca actriz Gena Rowlands (además de musa de Cassavetes) llena la pantalla, y el niño chirría un poco; aunque bien es cierto que la historia está escrita alrededor de ellos y no podría darse sin ambos. No deja de ser una obra interesante por la acción y tensión que transmite y sobre todo por la manera característica de rodar del director (y la música empleada), con destellos de genialidad (el comienzo con el arte abstracto, la música lenta, la panorámica de la ciudad y la costarricense saliendo el autobus y llegando al edificio), aunque con quizá demasiados fallos de guión (el libro tan importante aparece y desaparece, demasiadas casualidades) y argumentalmente floja. Me da que fue un antojo de Cassavetes que quería ver a Gena de (anti)heroína, algo que por ejemplo también hizo Hal Hartley con Parker Posey en Fay Grim (con resultado decepcionante).
Antecede a El fugitivo, de Andrew Davis, en este tipo de films, aunque creo que no llega a la altura (en este caso en lugar de huir de la policía, lo hace de la mafia). Me temo que la relación que se establece entre Gloria y el niño no termina de cuajar. Mi opinión es: niños tan protagonistas en este tipo de películas es un poco meh. O tal vez sea que no me gustan los niños. Como diría la propia Gloria: "I hate kids, specially yours."