domingo, 20 de marzo de 2011

La lenta burocracia

Odio la burocracia. Seguro que la mayoría ha tenido problemas de índole relacionada con la maldita burocracia, que en principio fue diseñada para facilitar las cosas, pero, ay amigos, casi nunca se cumple este supuesto principio. Para cualquier trámite o gestión son necesarios multitud de papeles, tiempo perdido, viajes,...

Para conseguir alguno de esos papeles toca desembolsar una cantidad de dinero. En las largas instrucciones oficiales, generalmente, no está bien explicado lo que debe hacer y presentar el ciudadano; el lenguaje robotizado y el exceso de las propias instrucciones en lugar de ayudar lía más las cosas. Y ya si hablamos de las vueltas que en muchas ocasiones te hacen dar, por no decir claramente dónde y cuándo se hace tal cosa...

No soy el único que piensa de esta forma. Por ejemplo, William Burroughs, en El almuerzo desnudo (Anagrama), además de fascinar con sus alucinados lenguaje y métodos-estructura (cut-up), donde las drogas y su efectos se ven plasmados de forma extraordinaria, deja un recadito difícil de olvidar a las administraciones:

La democracia es cancerígena y su cáncer es la burocracia. Una oficina arraigada en un punto cualquiera del Estado, se vuelve maligna como la Brigada de Estupefacientes, y crece y crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si es controlada o extirpada, asfixia a su huésped, ya que son organismos puramente parásitos (...) Una oficina opera a partir del principio inventar necesidades para justificar su existencia. La burocracia es tan nefasta como el cáncer, supone desviar de la línea evolutiva de la humanidad sus inmensas posibilidades, su variedad, la acción espontánea e independiente, y llevarla al parasitismo absoluto de un virus... La burocracia muere cuando se derrumba la estructura del Estado. Las oficinas son tan incapaces e inadecuadas para tener existencias independientes como una solitaria sin tripa.


El Oficial del Juzgado tiene su despacho... De hecho, allí es donde tramitan los casos civiles, prolongándose los trámites de modo inexorable hasta que los litigantes mueren o retiran su caso. Esto se debe al enorme número de expedientes que se ocupan absolutamente de todo, expedientes que están archivados en lugares equivocados, de modo que nadie excepto el Oficial del Juzgado y su equipo de ayudantes pueden encontrarlos, aunque a veces se pasan años buscándolos.


Burroughs no es el único que expresa su malestar sin tapujos. No tan tajante, ni tan agresivo, Alexandr Solzhenitsin también hace referencia a lo inhóspito de la burocracia en el relato La casa de Matriona (Seix Barral), ridiculizando el funcionamiento de ésta:

Aquel otoño tuvo Matriona un sinfín de contrariedades. Las vecinas le sugirieron la idea de reclamar una pensión. Estaba completamente sola en el mundo y la dieron de baja en el koljós cuando se agravó su enfermedad. Era víctima de muchas injusticias: estaba enferma y no la consideraban inválida; había trabajado un cuarto de siglo en el koljós y, como no había trabajado en una fábrica, no le correspondía una pensión por sí misma, pudiendo solicitarla únicamente por su marido, es decir, por pérdida del sostén de la familia. Como su marido había muerto hacía doce años, al comienzo de la guerra, ahora tropezaría con dificultades para obtener, en los diversos sitios donde él trabajó, los certificados que acreditasen el tiempo que prestó sus servicios en cada uno de ellos y el sueldo que percibía. Tendría que gestionar esos certificados; conseguir que justificaran en ellos que el hombre cobraba unos 300 rublos al mes; legalizar otro certificado atestiguando que vivía sola y no recibía ayuda de nadie; otro con la edad que tenía; después tendría que presentar todos esos documentos a la Seguridad Social; luego, seguramente, tendría que volverlos a entregar. Y, además, debía estar pendiente de si le concedía la pensión o no. (...) Por un punto o una coma le hicieron andar dos meses de oficina en oficina. Cada indagación le obligaba a perder la jornada entera. Si iba al Soviet Rural resultaba que aquel día no había acudido el secretario, que no estaba sencillamente, como ocurre a menudo en los medios rurales. Y tenía que volver al día siguiente. Entonces encontraba al secretario, pero el secretario no tenía los sellos en su poder. Y se veía precisada a volver por tercera vez. Y por cuarta, porque por defectuosidad en la vista estamparon la firma en el papel que no correspondía.


Querida burrocracia: gracias por facilitar siempre y tanto las cosas.

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