jueves, 24 de febrero de 2011

Amras, de Thomas Bernhard

La musicalidad de Bernhard, su inconfundible voz, los mensajes que quiere transmitir, el doloroso espejismo de liberación que es para el autor escribir y dejar constancia de sus obsesiones, etc. hacen de él un artista único, inigualable. Lo peor de todo, lo más grave, es que sus obsesiones son tan humanas, tan reales, que en cualquier momento pueden hacer caer al lector en la vorágine que describe, adentrarlo en el mundo de ideas y sensaciones y perturbaciones relatado, sin escapatoria. Lo consigue.

Amras gira en torno al narrador y su mundo, la vida que ha conocido, la que le ha tocado vivir. Y ésta está dominada por la muerte. Todo matiz englobado en torno a la muerte. El suicidio de sus padres, la enfermedad de su madre, la crueldad de la sociedad, la convivencia con los demás y con uno mismo, las patologías (físicas y mentales) heredadas de sus padres, y éstos a su vez de sus padres, que también proceden de sus padres,... En definitiva: de la sociedad, y por qué no decirlo, de la condición humana. De forma original y creativa, se nos descubre un mundo obsesivo y perturbado; donde la irritabilidad y el pesimismo dominan el mensaje. Pero al mismo tiempo, es un libro tan oscuro, tan sombrío; que rezuma un fino halo de humor de gran calidad (y crueldad), ridículo y contundente. Un ejemplo:
Creo que, a causa de nuestra fuerza de sugestión, la de Walter y la mía, que se imponía siempre con enérgica violencia en el penoso camino que llevaba de Amras al internista, a través de la brutal población de Innsbruck, ya a unos cientos de metros de la casa del internista: mi Walter y, por parte de Walter, yo, como siempre, tengo, tengo que sentarme en mi sillón de epiléptico, nadie se atrevía realmente a sentarse en el único sillón de epiléptico que había en la sala de espera... tan pronto como mi hermano y yo, tan pronto como los dos estamos de camino a través de los huertos, dondequiera que sea, incluso en la torre aún, antes del Sill, y deseamos que el sillón de epiléptico esté libre, esté para nosotros, esté para Walter... y empleamos toda nuestra fuerza, no sólo la fuerza física, también mi fuerza espiritual, todas las fuerzas de que dispongo, también las fuerzas de Walter, tan pronto como los dos empleamos todas nuestras fuerzas en ese deseo y forzamos, sí, reforzamos ese deseo, a medida que, causándonos a menudo dolores inimaginables, nos acercábamos, subíamos, me decía, la silla de epiléptico de Walter estará libre, estará ahí para él... Cuando entrábamos, los pacientes de la sala de espera se asustaban siempre en silencio... luego cada vez más furiosamente locuaces, hundidos, según me parecía, en la ignorancia de sus enfermedades mortales... Por qué no tenía la casa, una de esas casas de estilo Secesión y, por ello, de aspecto tan desconsolado del centro de Inssbruck, no tenia un ascensor como todas las demás de su altura y de su antigüedad, como aquellas otras muchas casas estrechamente apiñadas, que aplastaban aquella ciudad de montaña con los motivos de desesperación más sólidos imaginables, a las que unos miradores salientes hacían ridículas, incluso insoportables, y que inducían y conducían a cualquiera en poco tiempo al crimen y la lujuria, me resultó inexplicable esa tarde... inexplicable también que un médico pudiera tener la idea de abrir su consulta en un tercer, cuarto, quinto y hasta sexto piso, al que no subía ningún ascensor, un especialista en epilepsia... la sala de espera , superpobalada a todas las horas del día, lo hacía todo más enigmático aún... de las cuatro paredes colgaban (cuelgan), en parejas de dos, uno sobre otro, lo que llamábamos "cuadros de epilépticos", que representaban hombres, mujeres, niños zorros, gatos y perros durante horribles ataques epilépticos... todas las formas imaginables de la epilepsia... toda una serie de la famosa y mal afamada "epilepsia animal e infantil del valle del Inn", pintada por Schlorhaufer... Lo importante es, me decía yo, y eso me lo decía siempre, que el internista es un buen internista...

A esto me refiero.

Bernhard es un genio. Atrapa, engancha, hace adicto de su literatura al lector. También es capaz de hundirlo en las miserias, o hacerle soltar la más larga carcajada, o incomodarlo e irritarlo,... toda una invitación a la reflexión, pero también a la locura.

Abras por donde abras el libro, de forma aleatoria, la página, siempre encuentras algo digno de reseñar, de ser anotado. La repetición en espiral, la concisión no-concisa, la reiteración acompasada; como enormes e invalorables recursos.

Título: Amras
Autor: Thomas Bernhard
Traducción: Miguel Sáenz
Editorial: Alianza
121 páginas

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