domingo, 3 de noviembre de 2019

Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson

Se puede considerar esta obra una fábula que trata de invertir los preceptos morales, derruir el concepto occidental de lo bueno y de lo malo, o al menos darle una vuelta de tuerca. Narrada desde el punto de vista de Mary Katherine Blackwood, logra que el lector se identifique y empatice con su situación, estar concernido por la narración de sus vivencias, sentimientos y pensamientos; que por ejemplo uno esté también deseando y/o imaginando la muerte (¡censuren!,¡censuren!) a los hijos-de-puta que no paran de chismorrear o burlarse de ella y de su familia. Porque aunque resulte cándida y se muestre vulnerable ante los demás, ello no es óbice para evitar desear la muerte al prójimo; reflejando la complejidad del ser humano. Es una fábula porque la historia está salpicada de detalles fantasiosos, como las continuas referencias a la Luna o el comportamiento del gato Jonas (que se diría actúa como un perro humanizado). Interesante cómo nos va poniendo en situación la autora Shirley Jackson introduciendo los detalles claves una vez ya estamos imbuidos en el personaje de Mary Kate; al principio no sabemos por qué esa inquina del pueblo hacia la familia Blackwood (se nos deja caer que puede ser por su dinero o estatus, o por su afán de separarse del resto con la valla que rodea su terreno), nos enteramos tras la visita de unas antiguas amigas de su madre (¡asesinada/muerta junto a casi la totalidad del resto de la familia por envenenamiento con arsénico en el azúcar!), tampoco hasta la llegada del primo Charles sabemos de lo que es capaz Merricat por mantenerse como siempre al lado de su hermana Constance: "De hecho, me pregunto quién seguirá aquí dentro de un mes. ¿Tú o yo?" le espeta Charles a Mary Katherine tras haberle pedido ésta a él que se marchara. A partir de este momento se declarará oficialmente la guerra entre ambos. Y como consecuencia de esta guerra, tras el incendio, nos enteramos de quien envenenó a sus familiares.

¿Hacemos bien en sentir empatía con Mary Katherine? ¿La narradora, en esencia, siempre nos manipula, y por ello resultaría necesario recurrir (en la vida real) a las distintas versiones y visiones de los implicados? ¿Una relación demasiado afectuosa y/o dependiente es por definición malsana? ¿Hasta qué punto necesitamos el contacto con el exterior para tener una vida plena? ¿El comportamiento de la masa, de la sociedad y de sus individuos, no puede llegar a ser profundamente odioso y malicioso (reacciones y actuaciones en el incendio)? ¿El arrepentimiento y la compensación (en forma de comida) redime al ser humano de sus acciones, aunque sea sólo en parte? ¿Existe más de una concepción del mundo válida? ¿Qué motivo lleva a a alguien a cometer acciones atroces como dar muerte a otras personas? ¿Bajo qué perspectiva dichas acciones dejarían de ser atroces? ¿Estar siempre castigado se puede considerar maltrato? Estas son algunas de las cuestiones que uno se plantea tras la lectura de Siempre hemos vivido en el castillo, escrita con una prosa sobria y fluida.



Valoración: 7/10.

2 comentarios:

  1. Estupenda reseña. La batería de preguntas que te haces o nos haces daría para muchas sobremesas. Un saludo

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  2. ¡Gracias por tu comentario, Squirrel! Sin duda son cuestiones complejas.

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