tag:blogger.com,1999:blog-89396621859239174012024-03-22T05:14:37.058+01:00Kultureta¿Qué es la cultura?hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.comBlogger72125tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-13746078804848244182022-04-25T12:15:00.001+02:002022-04-25T12:15:59.188+02:00Verano 1993, de Carla Simón<p> La infancia es el tema principal de esta película, que atesora una gran virtud; es capaz de reflejar cómo se siente un niño en su infancia <i>desde</i> la adultez, de manera que el adulto actual puede retrotraerse a los sentimientos y experiencias que tuvo en la niñez -aunque sean diferentes a las narradas- con el punto de vista de entonces. Para mí es algo muy notorio. Por ejemplo, me viene a la mente la escena de la despedida de la ciudad de Frida, en el coche, y cómo una niña se despide de ella desde la calle (<i>para siempre</i>). Es ineludible experimentar nostalgia. O cuando Frida confiesa a Ana que "nadie me quiere"; esa es una sensación, me parece, que todo niño ha sentido: ser injustamente tratado o valorado, sentirse solo, la justicia no es correspondida. <br /><br />La ambigüedad conque se retrata a Frida y por extensión a la infancia (y
Ana) es digna de destacar: no es un período idealizado sino que se muestran los
claroscuros, las experiencias postivas y negativas, sentir que no perteneces a ese mundo, etc.<br /><br />Otro gran acierto del film es cómo refleja el <i>tiempo detenido</i> que sucede en verano a los niños, con tantos días de vacaciones, que parece que no vaya a terminar -aunque después lo haga-. El niño con un tiempo infinito por vivir.<br /></p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-12842817793767992732022-04-10T14:20:00.001+02:002022-04-10T14:20:10.833+02:00Afrontar un nuevo día, cada día<p> (Escrito en 2012)<br /></p><p>¡Qué rabia da madrugar! Con lo bien que se encuentra uno en la
camita, especialmente en un gélido día de invierno, cuando se está
arropado con el edredón de plumas que no deja entrar en el nicho ni un
asomo de frío y al mismo tiempo mantiene interno el calor desprendido
por el cuerpo, más aún si se ha tenido sueños húmedos (aunque no se
recuerden). Se despierta uno repentina, forzosamente, por el monótono
pitido del despertador; da igual que se encuentre en mitad de un sueño
celestial como en una aterradora pesadilla: cuando la alarma se enciende
quiere decir que es hora de levantarse y volver al mundo “real” del que
se es esclavo.</p>
<p>Hay cosas, formas, momentos, que ayudan a sobrellevar este abrupto y
monótono sobresalto. Uno que practico frecuentemente es el de programar
la señalización del comienzo de la etapa de vigilia con varios minutos
de antelación a la hora prevista para salir del hogar, para así poder
hacerme el remolón y tener la sensación de haber dormitado más de lo que
me estaba permitido. Aprovecho esos diez, quince, veinte minutos en la
frontera del mundo percibido por los sentidos, el consciente, y el mundo
imaginado y creado exclusivamente por el cerebro, o inconsciente, para
orientar mi cuerpo en posición fetal; y así tener reminiscencias de
épocas de cuando ni tan siquiera era persona. De cuando era tan solo un
vago proyecto de persona: por tener, no tenía diferenciado ni el sexo,
es decir, en ese momento en que pudiera ser varón, hembra, ambos o
ninguno al mismo tiempo. Me sumo a la teoría del escritor Henry Miller:
la expulsión del ambiente confortable y único en el que nos encontramos
en el útero de la mujer embarazada (la futura madre) causa un trauma al
recién nacido que nunca podrá superar; en la vida venidera siempre
echaremos de menos algo, probablemente no sepamos exactamente qué, a mí
me parece que es ni más ni menos que el mundo ideal en el que nos
alojamos durante meses que parecieron siglos, por lo placentero, por el
sentido utópico de las sensaciones experimentadas que no recordamos con
precisión ni claridad, pero intuimos de forma borrosa y difusa. El
periodo que experimenta el ser humano (¿y el animal?) antes de la
concepción nunca será elucidado en términos de sensaciones y
sentimientos, permanece y permanecerá inexplicable. Y en cambio, estoy
convencido que una vez fuera de ese espacio ideal, imperturbable, del
que se disfruta cuando se es feto; nos sentimos en peligro, coaccionados
por la circunstancias, devorados por la insuficiencia e impotencia ante
un lugar y un tiempo que se nos escapa de cualquier razonamiento,
planteamiento o acción.</p>
<p>La posición fetal, en estado semiinconsciente, me reconduce a un
estado especial, mágico; que me otorga fuerzas para afrontar un nuevo
día en esta maravillosa y al mismo tiempo <em>puta</em> vida. Los diez
minutos que permanezco emulando a un gusano crean en mí la ilusión de la
detención del tiempo: diez minutos que otorgan la sensación de haber
disfrutado de una hora de reconfortante siesta; una “pequeña muerte” que
prepara al cuerpo para activar el metabolismo y afrontar lo que depare
el día con energía y ánimo. Un pequeño remedio motivador para cuando uno
se siente exhausto, cansado, adormecido, vago, perezoso, débil,
caquéxico, etc. Hacer que un minuto parezca mucho más tiempo puede ser
mágico en el sentido positivo y en el negativo de la palabra: sólo se
puede asociar con extremos. Por ejemplo, en la tortura, el significado
tendría el sentido completamente opuesto al que pretendo expresar con
este escrito. También ocurre lo mismo en el caso contrario, cuando el
tiempo se nos hace mucho más corto de lo experimentado (aquella noche
repleta de besos que se esfumó como si hubiera ocurrido en un mísero
instante...).</p>
<p>Existe una guinda capaz de conseguir que afronte el incierto (y al
mismo tiempo previsible) futuro que se avecina en la inmediatez con
mayores garantías mentales: una minuciosa ducha de agua caliente, dónde
prácticamente sólo existes tú y el chorro de agua de efecto relajante,
medicinal y rejuvenecedor que inunda todos los poros del cuerpo. Es un
lugar donde también se juega con el reloj que marca las horas, donde nos
podemos vengar, a nuestra manera, por seguir las leyes y las normas que
nos impone la naturaleza o la sociedad. Es ese momento donde sólo
importan los pensamientos, incluso los no-pensamientos (la ducha es
ideal para “quedarse en blanco”); donde podemos cantar, planificar,
pensar en algo o alguien, etc., sin que nadie nos disturbe ni nos
moleste, sin que nos distorsione la mente, mientras experimentamos un
calor externo que limpia y sobre todo arropa la barrera externa que
utilizaremos para actuar, mostrar al resto aspectos nuestros que no son o
no sentimos como verdaderos.</p>
<p>"Lo que anhelamos durante nuestra vida, lo que nos hace suspirar y
gemir y sufrir todo tipo de dulces náuseas, es el recuerdo de una
santidad perdida que probablemente disfrutamos en el seno materno y sólo
puede reproducirse (aunque nos moleste admitirlo) al morir." (1)</p>
<p> </p>
<p>(1) On the Road, Jack Kerouac, 1957. Traducido por Martín Lendínez y editado por Anagrama.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-83338979671884839132022-04-10T14:19:00.003+02:002022-04-10T14:19:27.552+02:00La despedida<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“Después se tiende en silencio a su lado y él le acaricia la cara. Al
cabo de un rato se pone a llorar. Llora durante mucho tiempo, hundiendo
la cabeza en el pecho de él.<br />Bertlef la acaricia como a una
chiquilla y ella se siente realmente pequeña. Pequeña como nunca hasta
entonces (nunca se había escondido de ese modo en el pecho de nadie),
pero también mayor como nunca hasta entonces (nunca ha gozado tanto como
hoy). Y el llanto se la lleva con movimientos entrecortados hacia una
sensación de deleite que tampoco había conocido nunca.” <em>La despedida</em>, Milan Kundera (1)</p>
<p> </p>
<p>Odio las despedidas. Son siempre dolorosas. Significan que el mundo
que has creado, o en el que te has instalado con alegría y felicidad, se
puede desmoronar. Porque cuando se va alguien que no te importa no se
puede considerar una despedida; más bien es un suceso que te roza y en
el que en el mejor de los casos te surgen sentimientos positivos hacia
la persona que se desviará de tu camino. Pero cuando algo similar sucede
con una o varias personas con las que has desarrollado una complicidad
especial; la melancolía de lo que ocurrirá, el pesar del cambio, el
saber que la relación, la unión que había, nunca volverá a ser igual;
inunda todo el ser, incluida la mente. Sientes como un peso en el
estómago y en el corazón, también en la garganta; los ojos se ponen
vidriosos, cuesta conciliar el sueño, la tristeza se apodera de ti. Es
entonces cuando desearías que en ciertos aspectos, en ciertos momentos,
nada pudiera cambiar, o más bien que los cambios fueran a nivel <em>microespacial</em>, es decir; tenues, cotidianos, sin excesiva relevancia.</p>
<p>Pero si alguien afín a tu carácter, a tu persona, parte y te deja en
el camino... ¡¡¡Todo cambia!!! La burbuja estable que creíste haber
construido en realidad no lo era tanto, y ante el choque con una rama de
un pino, con un pincho de un rosal, con una mano de un niño, ha
desaparecido por completo. Visto y no visto. Todo cambiará y lo sabes.
La belleza y al mismo tiempo la crueldad de la vida está en eso
precisamente, en su dinamismo, en que es imposible alcanzar la felicidad
(o un estado que se asemeje) eterna, así sucede también con la
desdicha. Por desgraciada que sea una vida, el ser humano con capacidad
para soñar –esa acción tan infravalorada en el mundo actual, y tan
indispensable...- obtendrá y experimentará momentos inundados de
sonrisas <em>verdaderas</em>. Y al contrario: por muy confortable y estupenda que sea o pueda parecer otra siempre existirán motivos para la desdicha.</p>
<p>Hoy me siento desvalido, como si faltara una parte de mí que entregué
a otros; apesadumbrado, triste, jodido. Me la han clavado por el culo,
además de sin permiso, sin previo aviso.</p>
<p>La amistad duele. El compañerismo duele. Es sorprendente la capacidad
del ser humano para emocionarse con cosas que en principio, analizadas
desde un punto de vista frío, podrían considerarse nimiedades. ¡Ay, esas
nimiedades, cuánto malestar crean, cuántas comidas de cabeza, cuántos
problemas...! No ha pasado un día y les echo de menos: podremos seguir
manteniendo el contacto, pero nada será igual, todo cambiará. El
ambiente de trabajo, la rutina, será totalmente distinta. La melancolía
de algo que en términos estrictos <em>todavía</em> no ha ocurrido
–aunque ese todavía es relativo- hace acto de presencia, con visos de no
querer marcharse. El pesar se apodera de mi espíritu. Da tristeza. Da
pena.</p>
<p>El dolor, la pena, desaparecerán. Los sentimientos, las sensaciones,
se olvidarán. El tiempo es la variable: depende de cada caso, de cada
persona, de cada circunstancia; si esa variable se extiende en mayor o
menor medida. Esta reflexión que me hago también causa en mi ser
malestar, decepción, pesadumbre. Nacimos solos y morimos solos; sólo que
durante algunos momentos de nuestra vida vivimos el espejismo de estar
acompañados y rodeados de gente a la que le importamos, que nos
importan, o simplemente a la que caemos bien y que nos cae bien.</p>
<p>Uffffffffffffff... ¡una fiesta y a olvidar lo sucedido! Así de
sencillo, así de pobre. Avancemos, retrocedamos, o lo que sea, pero es
necesario mirar hacia otro lado.</p>
<p>Otro lado.</p>
<p>Otro.</p>
<p>O.</p>
<p>.</p>
<p>--</p>
<p>Dos días después de la partida: cada vez que entro al habitáculo:
vacío, parcialmente deshabitado; me entra un nudo en la garganta, un
pesar, tristeza. Cuando voy de camino al curro, me invade la desazón.
Mirar hacia otro lado. Mirar hacia otro lado. Repetid conmigo.</p>
<p> </p>
<p>(1) Val?ík na rozlou?enou, Milan Kundera, 1972. Editado por Tusquets.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-91774947938792173902022-04-10T14:18:00.002+02:002022-04-10T14:18:49.416+02:00La identidad<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“La idea de la muerte, que antes me había asustado tanto, era ahora
una cuestión intima y simple. Estaba asustado, terriblemente asustado
del dolor monstruoso que podía causarme la bala; pero ¿asustado del
negro sueño de terciopelo, de la oscuridad eterna, mucho más aceptable y
comprensible que el insomnio de la vida?” <em>El ojo</em>, Vladimir Nabokov (1).</p>
<p>Pirandello hace una lúcida alusión a la identidad de cada uno, haciendo temblar los tabiques que sustenta nuestra <em>imagen</em>, nuestro <em>yo</em>; en su divertida y paródica y al mismo tiempo profunda novela titulada <em>Uno, ninguno y cien mil</em>
(2). A través de una anécdota en principio nimia y trivial (el
personaje y narrador se da cuenta que tiene la nariz torcida hacia un
lado tras un comentario de su esposa) vemos la vida de éste desmoronarse
<em>motu proprio</em>. De esta forma, el autor, Pirandello, nos lanza
un divertimento de gran calado por voluntad propia. Y es que: ¿en
realidad qué somos? ¿Escogemos nuestra vida o nos rendimos a las
circunstancias, influencias, etc.? ¿Nos vemos como nos ven los demás?
¿Acaso no somos uno distinto para cada una de las personas que
conocemos? ¿Y nosotros, no nos hacemos una idea de cómo es alguien que
puede estar totalmente alejada de la de otro y al mismo tiempo de la que
ese alguien tiene de sí mismo?</p>
<p>Es tan sencillo, y tan complejo, como decir que nuestro mundo está formado por <em>imágenes</em>.
Nuestras relaciones sociales, con los demás seres e incluso con
nosotros mismos, se basan en esas imágenes. Nos vestimos de determinada
manera, actuamos en cierto sentido, hablamos de tal cosa o la otra de
una u otra forma,... para intentar proyectar una imagen en los demás de
nosotros mismos: cómo nos gustaría que nos vieran, cómo nos gustaría
ser, cómo creemos ser. Da igual: el caso es que probablemente la imagen
que uno tenga de sí mismo se corresponderá vagamente con la que tenga tu
padre, un amigo o el vecino de ese alguien. Este <em>sinsentido</em> es
algo que difícilmente puede cambiarse, por no decir que es imposible, y
con el que tenemos que convivir. Igual que nosotros ponemos etiquetas y
hacemos análisis desde <em>nuestra perspectiva</em>, otros hacen lo
propio con nosotros, y así sucesivamente. En realidad la vida podría
tomarse como un cúmulo de malentendidos, ya que nunca llegaremos a
conocer <em>realmente</em> (pero, ¿qué es la realidad?) al prójimo: sí,
podremos saber de ciertos hábitos, costumbres, opiniones, gestos, etc.;
pero a lo que me estoy refiriendo, es que no conoceremos <em>por dentro </em>a
la persona de al lado, por mucho que hayamos estado cincuenta o cien
años conviviendo con ella. En la vida actuamos para los demás y para
nosotros mismos; eso es algo ineludible que por lo general, no ocupa
mucho tiempo de nuestro pensamiento, si es que alguna vez se nos ha
pasado por la cabeza. No es más que un teatro, un fingimiento continuo,
una farsa; que se supera con desdramatización y olvido, porque si no,
ciertamente, uno se volvería loco. Al menos loco, chalado, tarado, desde
la perspectiva del mundo occidental que gobierna y en el que estamos
inmersos; más bien lo extendería a la condición humana, a la totalidad
de la raza humana de todas las distintas épocas y tiempos. Porque si uno
de verdad incidiera en la revelación que se nos hace: somos esclavos de
cómo nos ven y cómo nos vemos nosotros mismos; probablemente nos
rebelaríamos ante la vida, el fraude que consentimos en vivir. Y es que
no sólo se es esclavo de la imagen que proyecta, sino de todas las
variables que influyen en ella. Por poner un ejemplo, para alguien que
haya nacido en una familia burguesa, acomodada, le es muy difícil
desprenderse de su <em>status</em> social, de sus pertenencias <em>heredadas</em>, de las expectativas que su familia tiene de él, influencias, etc. Rebelarse contra esa comodidad, que si bien no otorga <em>per se</em>
la felicidad –esa falacia- sí facilita el tener una vida “solucionada”
al menos por algunos años, es una auténtico reto reservado sólo para
unos pocos valientes, o por qué no mentarlo, descerebrados (¡cuánto
admiro yo a estos escasos descerebrados!). No obstante, es cierto que
aun en caso lograr la hazaña, no cambiará en nada la principal reflexión
aquí expresada: los otros nos ven de forma diferente a cómo nos vemos
nosotros mismos, es mas, dentro de nosotros no hay un solo “yo”, sino
muchos y diversos que aparecen según las circunstancias. Nuestra
realidad es distinta a la del resto, incluso somos capaces de ver
distintas realidades. Por eso, cuando nos miramos al espejo, cuando
miramos a otro a los ojos; tan solo atisbamos espejismos, imágenes, que
nuestro cerebro asimila e interpreta de manera totalmente arbitraria.
Por eso: jamás llegaremos a conocernos completamente a nosotros mimos,
menos todavía a otros u otros a nosotros. Desde este punto de vista, la
duda existencial, el vacío que durante algunos tramos más o menos
prolongados algunas personas son capaces de experimentar, está más que
justificado.</p>
<p>Por eso me gusta Pirandello: con una teórica trivialidad construye un laberinto.</p>
<p>“Detenerse por un instante a mirar a alguien que esté haciendo aunque
sea la cosa más obvia y habitual del mundo; mirarlo de manera que surja
en él la duda de que para nosotros no resulta nada claro lo que está
haciendo y que puede incluso no estar claro para sí mismo: basta con
esto para que esa seguridad se ofusque y vacile. Nada turba y
desconcierta más que dos ojos inútiles que muestren no vernos o no ver
lo que nosotros vemos.<br />-¿Por qué miras así?<br />Y nadie piensa que
todos debemos mirar siempre así, cada uno con los ojos llenos del horror
de la propia soledad sin escapatoria.” <em>Uno, ninguno y cien mil</em>, Luigi Pirandello (2).</p>
<p> </p>
<p>(1) The eye, Vladimir Nabokov, 1930. Traducido por Mireia Bofill y editado por Júcar.</p>
<p><br /> (2) Uno, nessuno e centomila, Luigi Pirandello, 1926. Traducido por José Ramón Monreal y editado por Acantilado.</p>
<div class="social">
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</div>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-43237994362637065872022-04-10T14:17:00.003+02:002022-04-10T14:17:49.146+02:00¿Y qué pasa si te digo que me molas?<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“Cuando tenía catorce años todavía rezaba y le pedía a Dios una chica
bonita. Jugábamos al fútbol todos los fines de semana y no siempre
ganábamos. En realidad nunca ganábamos. Bebíamos cerveza y le pedíamos a
Dios una chica bonita. Teníamos corbatas pero no las usábamos, sabíamos
muchas oraciones pero no las rezábamos. Sólo nos acordábamos de Dios
para pedirle una chica bonita. A los dieciocho entré a trabajar en una
tienda. Nada más verle la cara al encargado perdí la fe. Era el chico de
los recados y aunque era un mal trabajo mal pagado, Dios sabe que nunca
me quejé y que todo lo que quería era una chica bonita. Un día pedí
permiso para ir al funeral de mi abuelo y me lo negaron. Un día pedí
permiso para ir a vomitar y me lo negaron. Trabajaba cuando estaba
enfermo porque decían que había muchos esperando mi puesto. No era
divertido, pero yo no pedía nada. No pedía nada más que una chica
bonita. No me gustan los concursos pero he llamado a uno que se llama
“Llame y pida”. Sé que parece un juego de palabras pero no importa. He
llamado y sólo he pedido un poco más de lo que pedía antes. Lo único que
he conseguido es una batería de cocina mandada a la dirección
equivocada. No acabo de entender por qué es todo tan difícil. Nunca he
pedido nada. Nada que no sea una chica bonita.” <em>Héroes</em>, Ray Loriga (1).</p>
<p>Me molas, ¿te he dicho que me molas? Me encantas, ¿te lo había dicho
antes? Espera, no digas nada, déjame hablar, deja hablar a mis ojos,
escucha mi mirada. Acércate a mí, quiero sentir el calor de tu cuerpo y
que notes como se erizan los pelos de mi piel conforme te acercas. Tus
ojos y mis ojos sin obstáculos de por medio. Ahora las palabras sobran.
En realidad siempre sobran. ¿Y si mantenemos la mirada fija, cada uno en
los ojos del otro, durante largos minutos que sólo sentimos como
segundos? El futuro no existe, el pasado tampoco, sólo el ahora. Éste es
el momento y no quiero que termine. El hechizo debe continuar. Tú eres
la única en el mundo, en realidad lo único que en este preciso instante
mis sentidos son capaces de percibir, mi cerebro es capaz de asimilar.
Acerco la cabeza, nariz contra nariz, nuestros labios rozándose a través
del escaso viento que fluye por el pequeño espacio que los separa. Nos
transmitimos mutuamente la energía potencial que teníamos acumulada,
transformándola en electricidad. Cierras los ojos. Yo los tengo
abiertos. No los pienso cerrar. Ni siquiera me planteo pestañear. No
quiero que este momento se borre jamás de mi mente, de hecho no quiero
que este momento pase, quiero permanecer en él eternamente hasta mi
muerte. Una muerte dulce y feliz. Eso es lo que quiero. Te quiero a ti,
por si todavía no te habías dado cuenta. Te quiero aquí y ahora y
siempre así y ahora. Acerco todavía más mis labios a los tuyos; sigo
mirando tu mirada a través de tus párpados cerrados. Abres los ojos y te
encuentras con los míos. Acerco mis labios un poco más a los tuyos.
Ahora sí que se están rozando. No lo puedes soportar e intentas besarme.
En ese momento aparto mis labios de los tuyos, suavemente, con
coqueteo. Quiero que sepas que me va el juego. Que puedo reprimir las
irremediables ganas si con ello consigo que aumenten las tuyas. Volvemos
a mirarnos. Tu mirada me dice: “Eres un jodido y tierno cabrón, y por
eso me gustas más”. Vuelvo a acercar mis labios a los tuyos. Esta vez
soy yo el que intenta besarte. Ahora eres tú la que se resiste. Mensaje
recibido, nena: “Tú también apuestas fuerte”. Vuelvo a intentarlo: esta
vez no te resistes. No nos resistimos ninguno. Volamos en el país de los
sueños, nos dejamos llevar por las emociones que saturan nuestro
cerebro. El mundo antes conocido como tal ya no existe. Sólo tú y yo.
Sólo yo y tú. Los minutos parecen segundos, las horas parecen segundos.
Intercambiamos muestras de nuestra irresistible atracción a través de la
saliva. Nos tocamos, nos sentimos el uno en el otro. Ahora tú y yo
estamos hechos el uno para el otro. Encajamos como un puzzle de una
única pieza. Nena, ¿y qué pasa si te digo que me molas?</p>
<p> </p>
<p>(1) Héroes, Ray Loriga, 1993. Editado por Plaza y Janés.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-48395410099816312442022-04-10T14:16:00.004+02:002022-04-10T14:16:48.145+02:00Insomnio<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“Nada. Pero no es la misma de siempre. Es, hoy, una nada henchida de
presagios. Una resignación activa. Estuve pensado que nadie me piensa.
Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi rostro dentro
de sí ni mi nombre correr por su sangre. Nadie actúa invocándome, nadie
construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas cosas. He
pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la
muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi
nombre. He pensado en mi soledad absoluta, en mi destierro de toda
conciencia que no sea la mía. He pensado que estoy sola y que me
sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y mi muerte. Pensar que
ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para completar su vida.”
<em>Diarios</em>, Alejandra Pizarnik (1)</p>
<p><em> </em></p>
<p><em>Tenemos que ser sólo amigos. Nada más</em>. Todos los domingos
por la noche B. se decía lo mismo, y todos los lunes por la mañana, al
ver a S., sus planes y pensamientos se desmoronaban. Y es que por más
que él quisiera, la atracción no forma parte de la razón, y por tanto no
se puede controlar con dosis de racionalidad. Ni siquiera con una
voluntad de hierro. Sí, la fuerza de voluntad puede evitar que se
traspasen determinadas líneas, pero no que no siga sintiendo lo que uno
siente.</p>
<p>La obsesión por S. le estaba matando, no en sentido literal, aunque
casi. Sufría al no verse correspondido. Probablemente había entrado en
la <em>friendzone</em> y si no lo había hecho todavía estaba próximo a
ello; cuando en realidad eso es lo último que quería B. Ya sabemos que
todas las semanas al acabar el <em>finde</em> se repetía una y otra vez
lo de ser amigos y demás chácharas para esquivar el sufrimiento que le
causaba la espera, la cruel indiferencia, como también que todos los
lunes cuando se arrimaba a su “deseada” se le quedaba cara de bobo. A
veces intentaba fingir indiferencia, hacerle caso omiso, pero esto
también le hería porque lo que verdaderamente quería es estar cerca de
ella, con ella. Hablar, reír, abrazar, acariciar, besar, follar. No
necesariamente en este orden. Y en cambio tenía que conformarse con ser
un compañero; con cierta intimidad y afinidad, cierto es, que a B. le
sabía a muy poco. A casi nada. La sensación de amargura le llegaba
cualquier día azaroso, de repente, sin previo aviso. Una vez su cabeza
empezaba a dar vueltas era incapaz de pararla, se veía absorbido por la
maraña de pensamientos que regían en su cerebro, y que le dañaban de
forma inmisericorde. Dolor y malestar, transmitidos a través de una
mirada sombría, era lo que sentía en aquellos momentos. Le molestaba, le
jodía profundamente, que S., la afín S., no fuera capaz de fijarse en
él <strong>como hombre</strong>. Le molestaba más aún que se fijara en
otros hombres, que quedase para salir con ellos, que se los tirase.
Mientras él, el muy imbécil, se quedaba con cara de lo que era. Idiota.
En realidad no le molestaba que se relacionase con otros hombres, ni que
se los follara, sino que él no fuera uno de los escogidos para esos
menesteres. En temas sexuales y amorosos su pensamiento era más bien
liberal: siempre presumía de saber distinguir entre amor y sexo, y en
cuanto tenía oportunidad no dudaba en anunciar que él estaba a favor de
la poligamia sexual, ejercida por ambas partes. Claro que B. nunca se ha
enamorado. Y el camino que separa a la teoría de la práctica es un
abismo.</p>
<p>Una noche insomne sufrió un disparo de veneno mental. Pese a que
tenía que madrugar para trabajar al día siguiente, se mostraba inmune al
sueño. La vigilia se apoderó de su mente. Atribulado y cabizbajo, con
unas incesantes ganas de mear merced a una incontrolable y fatigosa
polidipsia que le sorprendió durante la tarde, se levantó y empezó a
recopilar los “flashes” que le venían a la cabeza. Una tormenta de
pensamientos que se le escapaban de la mente, y que lo sumía en la
desdicha, la pesadilla, el terror de ser consciente de lo que le
depararía la vida. A veces odiaba pensar y pensar y pensar y no poder
parar: introducirse en un torbellino del que sólo la fatiga le podía
sacar. Mientras bebía agua abundantemente y con fruición, cogió un
cuaderno de anotaciones que siempre llevaba encima y un bolígrafo y
anotó:</p>
<p>“3.11 am. <em>Pienso</em> en la depresión de vivir. La vida como
sinsentido, como experiencia existencial poco o nada gratificante, como
evento totalmente absurdo, aparte de fuente de dolor y enfermedades y
sufrimientos y malestar y toda clase de sentimientos abyectos que van
sumiendo a uno en el pesar. Dar vida a un ser es algo que, en general,
es muy apreciado en la sociedad humana, cualquiera que sea. Empero a mí
me parece un acto del todo egoísta por parte del ser; sin negar que
decide perpetuar la especie en parte por el instinto de supervivencia,
sí, me parece que también lo hace por miedo. Miedo a quedarse solo.
Miedo a sentir el vacío y el vértigo que provoca la propia sensación de
vivir. Miedo a sentirse perdido, alienado, a darse cuenta que está en un
mundo que no tiene sentido ni significado. Miedo a verse obligado a
afirmar que la existencia propia es efímera e insustancial. Desde este
punto de vista: la descendencia se convierte uno de los mejores <em>entretenimientos</em> para otorgar un <em>sentido</em> <em>irreal</em>, una significación que va más allá de todo razonamiento, a esta locura que llamamos <em>vida</em>. Parezco estar en un laberinto del que no puedo escapar; sin ilusión, haciendo cosas por inercia, o simplemente, porque <em>hay que hacer algo</em>;
derrochando el tiempo que me han concedido en cosas y acciones
insustanciales; trabajando porque es el método más efectivo que ha
inventado el hombre/la mujer para cambiar el tiempo que se pierde por
algo que te ayuda a, o que parece imprescindible para, vivir: es una
manera <em>honrada</em> de conseguir el vil metal que domina el mundo.
Soy un extraño entre coetáneos: me pregunto si vivo, veo o siento
realidades distintas a las que puedan vivir, ver o sentir otras
personas. Personas que me rodean, que veo pasar a toda prisa por la
calle, que me pitan desde su coche cuando voy a menos de cincuenta por
hora. Me hago este tipo de reflexiones y acabo sumido en una espiral de
la que no puedo extraer nada concluyente. Tan sólo sé que de vez en
cuando me invade una sensación de amargura que se descontrola y
descarrila. Noto su presencia constantemente, aunque la mayor parte del
tiempo logro contenerla hasta hacerla casi imperceptible. La desazón de
tener una vida sin objetivo, sin sentido, sin ambiciones, sin amor; de
seguir la corriente de la marea, a merced de las eventualidades y las
circunstancias. Y no obstante, tengo miedo a morir; también a las
posibles eventualidades que pueda depararme <em>el futuro</em>. Sobre la
muerte física a veces pienso que nadie está preparado para ello. ¿Cómo
se explica si no que incluso moribundos y enfermos con intensísimo dolor
se resistan tan concienzudamente a dejar el mundo que conocemos?
Probablemente se deba a que <em>más allá</em>, <em>después</em>, no hay
nada. Nos convertimos en comida para gusanos o abono para árboles. Si
acaso, dejamos un recuerdo que va perdiendo intensidad, nitidez y brillo
en las personas más allegadas. De ahí la necesidad de las imágenes: nos
recuerda lo que hemos sido (a nosotros mismos y a otros). O más bien,
lo que hemos creído ser. Uno deja la vida para siempre. La
reencarnación, el paraíso, el purgatorio, yo-qué-sé. Ilusiones por saber
de antemano que no se ha aprovechado lo suficientemente bien la vida
que le ha tocado a uno vivir. Ignorancia ésta (referente a la Muerte,
todos somos unos absolutos ignorantes) de la que se aprovechan las
religiones. Me resulta inevitable pasar de un tema a otro, de un
pensamiento a otro, apenas desarrollado o directamente sin desarrollar:
una vez estás metido en el torbellino te dejas arrastrar intentando
plasmar todo lo que tu capacidad te permite. En mi caso la capacidad es
más bien exigua.</p>
<p>3.47am. Mi cabeza sigue dando vueltas a sí misma. Intento poner en
orden algo de lo que rige dentro del cerebro. Es complicado. Suspiro.
¿Es posible que haya gente que no pueda experimentar <em>la felicidad</em>?
¿Gente que por mucho que tenga, que consiga, que sienta: siempre verá
el vaso medio o casi completamente vacío? A veces envidio a la gente
optimista, la extrañeza que produce en mí esa <em>ilusoria</em>
vivacidad e intensidad, que no puedo evitar pensar es en parte forzada.
Alguna vez me gustaría dejarme llevar por ese torrente de pensamientos
inanes, probar las sensaciones de otros en mi propio cuerpo. Me molesta
ser tan consciente de las cosas con respecto a mí en ese sentido. Soy
pesimista por vocación; sospecho que en realidad me gusta regodearme en
ese pesimismo que rara vez se aleja de mi cabeza. A veces experimento
espejismos. Pero enseguida llega el pesimismo con su martillo para poner
las cosas en su sitio, es decir, hechas jirones y desperdigadas por el
suelo. Creo que en el fondo me gustaría ser un maldito, un
incomprendido, un alma atormentada con inherente magnetismo. Por eso me
atraen tanto los temas que podrían considerarse sombríos.</p>
<p>4.02am. Hora de dormir. Si no lo consigo (dormirme) leeré algún
libro. Debo quitarme la careta y confesar: en realidad todo esto viene
dado por el hecho específico de que precisamente <em>hoy</em>, decía,
viene dado porque, la mujer que me atrae probablemente esté jodiéndose
a, follándose a, o lo que es más insoportable para mí, haciendo el amor
con, otro. Ese <em>otro</em> me excluye a <em>mí</em>. La desdicha del
que se siente rechazado, vencido; que a su vez otorga dicha por sentir
algo humanamente natural, lo que en parte significa que pese a la pose,
no he renunciado a la vida y a la esperanza. Pese a todos los tormentos,
en el fondo de mi ser, existe un haz de ilusión. Todavía se divisa una
luz en las profundidades de las entrañas. Debe imponerse a ríos
desbocados, lluvias torrenciales, aguaceros, tsunamis.”</p>
<p>Al narrador le gusta pensar que lo hará.</p>
<p> </p>
<p>(1) Diarios, Alejandra Pizarnik, 1954-1971. Editado por Lumen.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-79090583987028942882022-04-10T14:16:00.000+02:002022-04-10T14:16:03.771+02:00Recuerdos del primer amor, por Nabokov<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“Aunque parezca extraño, no podía recordar cuándo la vio por primera
vez. Quizá fue en un concierto benéfico celebrado en un granero, en los
límites de las tierras de sus padres. Aunque también cabía la
posibilidad de que la hubiera visto, muy brevemente, con anterioridad.
Su risa, la dulzura de sus rasgos, su piel morena y el gran lazo en su
pelo, le parecieron remotamente conocidos cuando un estudiante de
medicina que hacía prácticas en el hospital militar de la localidad (se
estaba desarrollando una gran guerra mundial) le habló de aquella
muchacha de quince años tan “dulce y notable”, dicho sea con las propias
palabras del estudiante. Pero esta conversación había tenido lugar
antes del concierto. Ahora, Ganin buscaba vanamente en su memoria.
Simplemente, no podía recordar su primer encuentro. Lo cierto era que
Ganin la había estado esperando con tan ardientes deseos , y que había
pensado tanto en ella, durante los deliciosos días de convalecencia del
tifus, que se había formado en la mente la imagen completa de la
muchacha antes de verla realmente. Ahora, muchos años después, tenía la
impresión de que su encuentro imaginario y su encuentro real se fundían y
confundían formando un tercer encuentro, ya que en cuanto a persona
viviente la muchacha sólo era una ininterrumpida continuación de la
imagen que la había anunciado, precediéndola.” <em>Mashenka</em>, Nabokov (1).</p>
<p> </p>
<p>[NOTA: esta <em>pseudoreseña</em> destripa partes de la novela de Nabokov (incluido el final)]</p>
<p><em>Mashenka</em>, la primera novela del gran novelista Vladimir
Nabokov, deja tocado. Rememora, reverbera, el primer amor; y al mismo
tiempo incita al lector a pensar en épocas pasadas, mitificadas por el
paso de los años y la memoria selectiva; que en casos dónde asola la
melancolía suele quedarse con las circunstancias y anécdotas más
positivas, o cuanto menos, que uno recuerda como más significativas.
Aparte del recuerdo del primer amor, ése que siempre será especial, esta
novela también es una renuncia a las segundas oportunidades, un rechazo
a la posibilidad de ser feliz, una derrota de ante mano. Triste y
emocionante: la prosa envolvente de Nabokov y su capacidad innata de ir
hacia delante, hacia atrás o hacia el mundo onírico sin que se perciba,
de forma sutil, son algunas de sus indudables cualidades como narrador.
Uno se va adentrando en el mundo de Ganin, el protagonista principal, y
los cohabitantes de la obra; una vez lo ha conseguido lo suficiente no
puede salir. Lo que afecta al protagonista también lo hará en el lector:
porque se sentirá identificado con Ganin. Digo mal; en realidad se
sentirá identificado con muchos de los pensamientos y recuerdos de
Ganin. Ya que al fin y al cabo, <strong>es la historia de un perdedor de la vida que sin embargo ha conseguido saborear dulcísimas golosinas</strong>.
Mashenka, que en ningún momento aparecerá en el tiempo presente (el
tiempo en el que se narra), adquirirá un papel esencial: como mujer,
como objetivo y sobre todo como símbolo. Símbolo de la juventud perdida,
del amor enloquecido de la pubertad que ya no volvió, de la pasión de
la inocencia e inexperiencia, de la espontaneidad de los primeros
sentimientos y los primeros desórdenes hormonales relacionados con la
atracción física y “metafísica” (uno también cree enamorarse del “alma”
de otra persona). Lo que se recuerda es la pasión, los momentos de
intensa e inmensa felicidad experimentados; especialmente tras haber
tenido el tiempo suficiente para darse de bruces contra la realidad. La
burbuja que hacía todo posible se rompió, y a pesar de las sensaciones
que Ganin re-experimenta; justo al concluir la novela, decide renunciar a
intentar sentir lo mismo de nuevo. Probablemente porque sabe que él ya
no es el mismo, y <em>ella</em> tampoco; puede que en esencia sí, pero
la maldita experiencia de haber vivido la vida, de poseer ya una edad y
sucesos a sus espaldas, le impide sentir esa ilusa irrealidad que llena
todo de energía, vitalidad, felicidad, <em>inconsciencia</em>. Es
consciente de sus posibilidades; y de que hay un alto porcentaje de
estropear esos maravillosos recuerdos que conserva si volviera a
intentarlo; para él no merece la pena el riesgo, tiene miedo de no
volver a ser capaz de volar mentalmente en un mundo que le provoca mucho
más placer que el real: el mundo pasado idealizado. Nabokov parece
decirnos que el ideal es un gran catalizador si se usa como estimulante,
aunque no conviene acercarse demasiado a él, ya que una vez se logra,
uno se da cuenta que lo que sólo parecía un prado repleto de flores es
en realidad un vertedero lleno de defecaciones, deshechos y agentes
malolientes y contaminantes. El ideal no existe como tal, como se
imagina o como se percibe (una vez se ha desenmascarado), por eso es
necesario que siga manteniéndose como se piensa en un principio que es. Y
ahora es cuando surge la eterna pregunta: ¿y si...? Los seres vivos son
curiosos por naturaleza y es completamente normal querer alcanzar ese
ideal “perfecto”: quién tiene la ocasión y no lo hace realmente sólo
muestra signos de cobardía, de defecto de confianza en sí mismo, de
debilidad. Ganin actúa con cobardía, y al mismo tiempo, con sapiencia:
siempre le quedará el regusto amargo de haber rechazado la oportunidad
de reencontrarse con su gran y primer amor, aunque por otra parte podrá
evadirse de la realidad haciendo uso de los recuerdos legados. Con el
paso de los años creo que la sensación de amargura es la que
predominaría en su cabeza. En temas de corazón toda decisión es
complicada, y tal vez, no convenga hacer excesivo uso de la cabeza. Por
lo menos en los casos de <em>verdadero</em> sentimiento de amor.</p>
<p> Fuera inhibiciones.</p>
<p> Este novelita fue capaz de devolverme al pasado, hizo que se me
erizase la piel rememorando viejos recuerdos a través de los recuerdos
del propio protagonista, Ganin; aunque su tono melancólico y <em>perdedor</em>
–cada día que pasa estamos más cerca de perder la partida- consiguieron
sucumbir mi ánimo. Excelentemente escrita y ejecutada, sin grandes
alardes ni pretensiones; como tal debe ser juzgada. Se trata de una
pequeña joya que cualquier apasionado de la lectura no debería perderse.</p>
<p>NOTA: 7.5/10</p>
<p> </p>
<p>(1) Mashenka, Vladimir Nabokov, 1926. Traducido por Andrés Bosch y editado por Anagrama.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-37821117752472103102022-04-10T14:14:00.002+02:002022-04-10T14:14:28.938+02:00Belleza<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>La belleza <em>verdadera</em> debe suponer un “shock” para el
espectador, provocar un relámpago interno que deje anonadado al
observador, causar tal impresión que se le tambaleen las piernas. Los
patrones de belleza son una patraña; la belleza es y debe ser totalmente
subjetiva, más aún, no sólo física sino completa. La grandiosidad de la
subjetividad estética es que cada uno puede tener conceptos divergentes
sobre algo/alguien y ninguno estar equivocado <em>bajo su baremo particular</em>,
que es el que debiera contar a la hora D para cada cuál. Si bien es
cierto que los baremos particulares no son inamovibles, que la mente y
las ideas suelen ser dinámicas, y que cualquiera puede cambiar de gusto
para retornar (o no) al originario, eso es lo de menos. Lo importante es
el momento, la sensación causada en el instante preciso en que se
experimentó una sacudida eléctrica debido a la belleza percibida,
incluso <em>intuida</em>. Llenarse de silicona todos los sitios imaginables no hace a alguien más bello <em>per se</em>; puede ser que sí más llamativo, podría aceptar también el calificativo <em>atractivo</em>
(para según quién). Pero esa atracción causada no tiene nada que ver
con la belleza, sino más bien con la manipulación cerebral sufrida por
los años inmersos en determinada sociedad y también por la fuerza
ejercida por las hormonas y neurotransmisores segregados por el propio
cuerpo. Es indudable que dos tetas de tamaño considerable, una cara <em>bonita</em> o un culo tipo <em>menudo culamen</em> llaman la atención, más por exuberancia o cánones que por otra cosa. A lo que yo me refiero es a la belleza <em>telúrica</em>,
la que da sacudidas y deja a uno en estado de seminconsciencia,
flotando en una nube. No son opciones incompatibles que una chica con
grandes pechos, carita de porcelana y culo bien puesto posea la belleza
desde un <em>punto de vista personal</em>, o lo que es lo mismo, la
única que merece la pena, pero a lo que me estoy refiriendo es a que son
cualidades que por sí mismas, no garantizan belleza, entendida cómo se
pretende expresar en este texto. La belleza debe causar regocijo
interno, una pequeña y brusca liberación de cocaína que haga erizar
todos los orificios de la piel y provoque que los ojos se queden en
blanco. La belleza verdadera acojona, causa un vértigo abisal que a su
vez hace que no se pueda apartar la vista de ella, que no se pueda mover
uno sin tropezar con el aire, objetos, personas, paredes, pensamientos.
Una vez la belleza es descubierta el cuerpo y la mente se embriagan de
entusiasmo, vitalidad, atrevimiento, osadía; generalmente no
intencionada, sino automática, inconsciente, conducida por la inevitable
inercia que impulsa hacia ella.</p>
<p> </p>
<p>La belleza verdadera es la forma en que pronuncias las palabras,
frases, interjecciones. La belleza es tu expresiva mirada, tus ojos de
color marrón que a mí sólo me parecen iridiscentes. La belleza es esa
sonrisa que desarma y me deja, por unas milésimas, a merced de tu entera
voluntad. La belleza es el olor corporal que desprendes y que se
incrusta en mi cerebro de forma definitoria y permanente. La belleza es
el tacto de tu piel, con esa suavidad innata y esa blancura
característica, con pequeños accidentes geográfico-anatómicos cuyo
contraste causan delirio y llevan a la locura. La belleza son tus
piernas, tus pechos, tu cuerpo. Tu <em>aura</em>. La belleza es tu forma
de ser. La belleza es tu sinceridad algunas veces, tu disimulo otras,
tus enfados casi siempre. La belleza es subjetiva y mi mirada, mi
cerebro, mis pensamientos me dicen que tú eres la más bella del mundo;
una preciosidad de carne y hueso, humana, con innumerables defectos que
contribuyen a incrementar a mis ojos esa belleza que subyuga y me deja
cataléptico. El cielo es formar parte de, conseguir por un tiempo, la
belleza que desprendes: se escapa de las manos pero la sensación
orgiástica queda en el recuerdo. La belleza es una adicción a la que no
quiero ni puedo renunciar. La belleza mueve el mundo. Con el anhelo de
encontrar la belleza me levanto cada día, hasta que te encontré, ahora
no es un anhelo ni un deseo, es más bien la pura realidad. La belleza es
voluptuosidad. La belleza eres tú.</p>
<p>“La belleza, ni dinámica ni estática (...) La belleza será CONVULSIVA o no será.” (1)</p>
<p> </p>
<p>(1) Nadja, 1928, André Breton. Traducido por José Ignacio Velásquez y editado por Cátedra.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-69680335982944531532022-04-10T14:13:00.005+02:002022-04-10T14:13:55.692+02:00Relato de un amor imposible<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“No temáis a la felicidad: no existe” <em>Poesía</em>, Michel Houellebecq (1)</p>
<p> </p>
<p>Era ella. Nada más verla lo supe: era la mujer a la que ubicaría en
un pedestal y sería inalcanzable para mí, y al mismo tiempo la
alimentadora de esperanzas inanes que me servirían para continuar con
una vida repleta de extrañeza e incomodidad. Su mirada, fuego ardiente,
me cautivó desde el primer instante; jamás pude olvidar esos ojos
vidriosos y relucientes, chisposos, como si en ellos se encontraran el
secreto de la vida, su sentido y significado. Me fascinó desde el primer
momento que giró su delicada cabeza para esbozar una leve sonrisa de
amabilidad y coquetería. El encuentro fue fortuito, totalmente
inesperado para mí, intenté acortar las distancias entre nosotros como
si de un acto reflejo se tratara. No pensé: actué con fingida confianza.
Portaba un libro entre sus brazos: de un tal Haruki Murakami. Por
entonces desconocía al autor, por completo, y ese fue el punto de
partida, la excusa, para acercarme a ella. Charlamos amigablemente, me
recomendó fervorosamente al escritor japonés –que enseguida, en la
intimidad de mi cuarto, de la calle, del autobús, etc. me atrapó con sus
historias oníricas y extravagantes de personas solitarias-, hubo
conexión entre nosotros. Quedamos para tomar un café.</p>
<p>Bromeábamos, nos picábamos e insinuábamos con picardía, hablamos de
todo lo imaginable; cosas cotidianas, reflexiones que podrían
considerarse filosóficas, gustos personales, sexo y derivados. Cada vez
había más intimidad y afinidad entre nosotros. De repente todo cambió:
me entró el pánico, el miedo a ser amado y correspondido, a quedarme
colgado y no ser correspondido, a hacer el gilipollas. Di demasiadas
vueltas a la cabeza y me introduje a mí mismo en una espiral ciclotímica
de la que era incapaz de salir. Perdimos, poco a poco, el contacto.
Pese a todo, de vez en cuando nos veíamos, pero ya no era lo mismo. La
frialdad se imponía entre nosotros, como un muro infranqueable: nos
impedía actuar con naturalidad y sinceridad, mirarnos a los ojos,
escuchar al otro. Manteníamos las formas, la distancia –física y
emocional- entre nosotros. Nos fuimos olvidando el uno del otro. He de
reconocer que me costó: pero verla me producía un dolor interno que me
trastornaba por completo. Verla y no poseer su corazón, me refiero. No
verla me sumergía en torbellinos de imaginación, durante interminables
horas, donde ella era la protagonista principal, en realidad la única,
de mis fantasías, pensamientos, ensoñaciones. Un sentimiento de
culpabilidad, mezclado con resentimiento hacia mí mismo, se apoderaba de
mi tormentosa cabeza. La rabia me corroía los nervios; no era capaz de
comprender el sabotaje que ¿voluntariamente? me había autoimpuesto. El
tiempo cicatrizó las heridas, aunque en el momento menos esperado
cualquier mínimo golpe reabría las viejas lesiones.</p>
<p>Fue en un concierto. La vi. No lo pensé. Me dio todo igual. Me
acerqué, con una seguridad en mí que jamás había experimentado, rallando
la euforia. Ella me vio: no apartó su mirada de mí. </p>
<p>Hola –dije<br />Hola, ¡cuánto tiempo! –dijo<br />Sí... demasiado.</p>
<p>Sus ojos, esos ojos con los que tantas horas, días, meses había
soñado, iluminaban toda la sala. La música seguía sonando, no en mi
cabeza. Todo se paralizó. Sus ojos, esos hermosos y brillantes ojos, me
recordaron que jamás había amado a nadie como la amé, como la seguía
amando, a ella. La cogí de la cintura. Nos besamos: la euforia
descuajaringó todos mis sentidos. No paramos de besarnos, horas enteras
frente a la pared. El concierto había finalizado, no quedaba nadie
alrededor, los músicos también se habían marchado. Fuimos a su casa.</p>
<p>No cometí el mismo error: la pasión entre nosotros nos volvía
insensibles a la realidad. Nos podíamos pasar horas, días enteros,
juntos; charlando, en la cama abrazados, follando. Le di mi alma, abrí
me coraza, y ella me correspondió. Experimenté la más absoluta e
inalcanzable felicidad. Como nunca había imaginado.</p>
<p>La cotidianidad se instaló entre nosotros. Llegaron los problemas,
aunque no nos atrevíamos a reconocerlos. Los ignorábamos, hacíamos como
si no existiesen. No funcionaba. Seguíamos experimentando momentos
mágicos, únicos, inigualables,... pero cada vez eran más exiguos.
Decidimos dejarlo antes de hacernos más daño. ¿Tiene el amor fecha de
caducidad? ¿Aunque sea el amor más sublime y especial que uno pueda
imaginar? La sigo queriendo, sigue siendo la mujer de mi vida.
Inevitablemente, cuando estoy con otras, las comparo con ella y con lo
que me hacía sentir. Nada similar. Siempre salen perdiendo.</p>
<p> </p>
<p>(1) <em>Rester vivant</em>, Michel Houellebecq, 1991. Traducido por Altair Díez y editado por Anagrama.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-34031002956357289702022-04-10T14:13:00.001+02:002022-04-10T14:13:09.067+02:00A propósito de El fin del camino, de John Barth<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“Baste con decir ahora que la mayor parte del tiempo todos somos
directores teatrales y distribuimos papeles muchas veces, quizá siempre
lo hacemos, y sabio es quien comprende que el papel asignado es, en el
mejor de los casos, una arbitraria distorsión de la personalidad de los
actores; pero aun más sabio es aquél que percibe esta arbitrariedad como
inevitable, aunque necesaria si se quiere alcanzar el fin que buscamos”
(1)<br /><br /></p>
<p>Me acerco por primera vez a Barth un tanto temeroso, ya que tiene
fama de ser uno de los adalides de la gran generación posmoderna
estadounidense que estaría conformada también por, entre otros, William
Gass, William Gaddis, Donald Barthelme, Kurt Vonnegut o Thomas Pynchon.
No había motivos fundados para los temores. Pese a ser norteamericano,
creo percibir una clara influencia europea en la escritura del autor. La
novela tiene un marcado toque existencialista, posiblemente por la
influencia de Albert Camus y Jean-Paul Sartre (autor citado en la obra),
así como la del pre-existencialista Henri Barbusse (imprescindible su
novela <em>El infierno</em>), y el predecesor de todos ellos, el
original filósofo Denis Diderot. La extravagancia de los diálogos y la
capacidad de defender una tesis desde diversos puntos de vista, a través
de estos diálogos, recuerdan mucho a éste último; así como la frescura y
el dinamismo de éstos.</p>
<p>Podemos afirmar que la novela es tan sólo el vehículo para lanzar
reflexiones, a sí mismo y al lector. En este sentido podría ser
considerado un escritor “incómodo”; ya que pretende perturbar la
conciencia del receptor, no quiere simplemente hacerle pasar un buen
rato –que también, la novela se lee en un suspiro y engancha casi desde
el principio-. Conviene aclarar que la historia <em>per se</em> tiene
mucha miga, con el protagonismo de un triángulo tormentoso auxiliado por
un médico, desde un altar, que finalmente acabará sumergido en el barro
como el resto. Narrada en primera persona, desde el punto de vista del
narrador y protagonista principal, un tanto estrafalario, toca temas que
en su día (se publicó en 1958, en la misma época en la que novelas
convulsionantes como <em>En el camino</em> de Kerouac fueron publicadas)
debieron resultar polémicas: como la infidelidad, el suicidio o el
aborto. Sin embargo, lo que más ha captado mi atención son las
reflexiones acerca del <em>yo</em>, más bien los diversos yoes, de cada
una de las personas; que se pueden asemejar a máscaras sin por ello
significar una ofensa, o algo nocivo, para la humanidad. Frente a los
múltiples yoes que puede adoptar un mismo ser humano (que según el
entorno, el estado de ánimo, etc. actuará de una u otra forma) confronta
el de la integridad, representada por el personaje de Joe Morgan. La
integridad como algo obsoleto y tan sólo alcanzable por unos pocos seres
obtusos (o privilegiados): ya que la mentalidad, al igual que la vida,
es dinámica, y sólo son esos pocos los que pueden mantener unos
pensamientos y una forma de racionalizar invariable a lo largo del
tiempo. Es decir: tener en todo momento claras las ideas, unas ideas
inamovibles e inasibles. Vivir conforme a una forma de pensar es difícil
y tiene sus consecuencias beneficiosas y negativas; el problema llega
cuando comparte la vida con alguien <em>que no es como aquél, </em>aunque
a base de raciocinio y firmeza se consiga convencer, o más bien
imponer, su forma de pensar, y en último término anular, la
independencia de pensamiento y acción de la otra persona. ¿Para qué
sirve la integridad imperturbable en un mundo como el actual? ¿Es mejor o
peor para la sociedad una persona totalmente íntegra con respecto a
alguien que porta múltiples máscaras y continuamente entra en
contradicciones y paradojas en torno a sus pensamientos y acciones?
¿Acaso no es lo más <em>humano</em> dudar, tener sentimientos
ambivalentes y contrapuestos, alegrarse y al mismo tiempo, en otra
vertiente, entristecerse por un mismo hecho? ¿Cómo puede tener alguien
las ideas claras por y para siempre? ¿Existen los hechos objetivos y
absolutos, o más bien todo está contaminado de subjetividad? <br /> <br />
Este servidor ha quedado profundamente complacido por esta
novela-ensayo; de marcado carácter sardónico e irónico, que no se
detiene en la superficie sino que busca intrincaciones y reacción en la
mente del receptor.</p>
<p> </p>
<p>(1) <em>The end of the road</em>, 1958, John Barth. Traducido por Estela Canto y editado por Editorial Sudamericana.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-82840531396346672362022-04-10T14:12:00.003+02:002022-04-10T14:12:25.917+02:00Doce más uno<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“Naces en la capital del mundo y ya no puedes escapar, y eso es así
porque así es como todo el mundo quiere que sea. Lo que importa es lo
que la gente quiere. Aquí nadie necesita nada. Es como cuando te
despiertas por la mañana y la nieve ya ha empezado a caer y hay luz
entre los edificios donde caen los rayos del sol pero ya está oscuro
donde hay sombra, y lo que importa es lo que uno quiere. ¿Qué quieres
tú? Porque si no quieres nada, no tienes nada. Vas a la deriva, te
arrastra la corriente, y luego te cubren la nieve y las sombras. Y en
primavera, cuando la nieve se derrite, nadie recordará dónde quedaste
congelado y enterrado, y ya no estarás en ninguna parte” (1)<em> Twelve</em>, Nick McDonell</p>
<p>”Puede que no me guste tanto la gente como al resto del mundo. Parece
que la raza humana está enamorada de sí misma. ¿Qué clase de ego hace
falta para llegar a creer que has sido creado a imagen y semejanza de
Dios?” <em>Cosas que los nietos deberían saber</em>, Mark Oliver Everett</p>
<p> </p>
<p>Doce es más que cero. Doce es una droga. Mejor que la cocaína, dicen.
Más potente. Doce es una novela. Una novela de Nick McDonell. De las
llamadas novelas generacionales. O lo que es lo mismo:
pubertad-adolescencia, drogas, sexo, muerte. Doce es una novela
generacional de niños pijos ricos estadounidenses. Doce es una novela
directa, vertiginosa, escueta, esbozada, impactante. Con un final de
videojuego, aunque lejos de ser inverosímil tratándose de los Estados
Unidos. Me ha gustado.</p>
<p>Doce deja entrever el hastío existencial humano de las clases que
tienen tiempo para invertir en ocio. Ese hastío que se revela con
profusión en la pubertad, cuando de forma <em>pseudoinconsciente</em>,
se intuye que la vida es una mierda. Porque la pubertad no es más que
una lucha contra la raza humana, una rebelión contra la mediocridad de
las vidas humanas, una descarnada batalla por diferenciarse de las
gentes adultas que se ven, que se tratan, o con las que se convive
diariamente. Una fratricida pelea para no convertirse en algo que se
odia; para impedir que su carácter se impregne de irrelevancia,
putridez, cinismo, corrupción, abyección, atrocidad; para evitar caer
todavía más en las redes de una sociedad que atrapa y no suelta hasta
que consigue extraer todo el jugo intelectual, o de cualquier tipo,
hasta dejar como un títere con el seso sorbido o <em>lobotomizado</em>.
La pubertad es un duelo que se sabe perdido de antemano, pero no por
ello es menos importante el librarlo. Se sabe que se acabará pereciendo o
claudicando o como última y rara alternativa, siendo un ser totalmente
infeliz y aislado del resto por el asco hacia esos otros seres, y en el
fondo hacia sí mismo, porque en ese fondo del ser sabe que es uno más de
ellos aunque se niegue a reconocerlo, que es uno más de los viles entre
los que vive, se ha convertido en la persona ruin y cruel y acomodada y
sin escrúpulos que no se ha cansado de ver a lo largo de sus días, que
pretende engañarse como los demás, aunque en otro sentido, queriendo
creer que no es como los demás aunque sabe que sí lo es, por eso intenta
engañarse, pero ese engaño es fallido de antemano ya que es su propia
mente la que hace el intento, y él domina su mente, o cuanto menos
reconoce lo que pasa por su mente, y entre otras cosas, el engaño hacia
sí mismo que intenta pergeñar, de forma fallida pues es evidente que no
puede engañar a su propia mente desde su propia mente, como mucho puede
hacerse el engañado con sí mismo; y aun así sabrá que se hace el
engañado, y si quiere seguir creyendo en el engaño deberá evitar pensar
en ello, aunque de nuevo la sensación de estar omitiendo a sí mismo una
información relevante no dejará de actuar en su interior, y esa
sensación hará mella en sus pensamientos y sacará a relucir que se
engaña a sí mismo, como el resto de los seres a los que tanto odia, con
los que no quiere tener nada que ver pero en realidad con los que tiene
tanto que ver, porque es como ellos aunque no quiera, la condición
humana es de esta forma <em>per se</em>; cruel, insolidaria, egoísta, asquerosa, vil, obtusa, egocéntrica, corrupta, perversa, abyecta, atroz, despreciable, <em>et caetera</em>.</p>
<p>Por lo tanto, la guerra contra el paso a la edad adulta y todas las
consecuencias que conlleva siempre se pierde. La única forma de vencer
esa guerra es morir antes de que se produzca, y por tanto, no se vence
sino que se esquiva, o como máximo se consigue una victoria pírrica. La
responsabilidad que conlleva convertirse en adulto es temible; de hecho
esta es una de las razones de por qué la gente, afortunadamente, nunca
termina de madurar. Pobre del que lo haga. La metamorfosis que se
experimenta gradualmente en un mundo de mierda convierte a quien lo
experimenta en pura mierda, una manzana que se pudre como las restantes
del abarrotado cesto. Alcohol, drogas, riesgo, sexo e inclusive amor son
sucedáneos que ofrecen una felicidad transitoria para poder seguir
sobreviviendo ante tamaño cúmulo de excrementos; y muchas veces esta
felicidad transitoria sólo lleva a una infelicidad todavía mayor, o a la
muerte. Uno nunca sabe qué es lo mejor: aunque se agarra a la vida de
mierda o felizmente simulada que tenga; <em>siempre puede mejorar</em>.
¡Pero cómo cojones va a mejorar estando rodeado de seres tan viles como
uno mismo! Y todo eso sin haber sentido realmente lo que es el dolor
físico, o al menos no haberlo sentido de forma prolongada, en la mayoría
de casos. Mejor no pensar en ello porque si no la mayor parte de la
gente se suicidaría: más vale pensar en otras cosas, mirar hacia otro
lado, anestesiar la mente, entretenerse con trabajo o aficiones o
relaciones sociales y sexuales o cualquier sucedáneo de felicidad. La
autorrealización es un invento de algunos listillos para facilitar la
persistencia en un mundo que aliena o aborrega o más bien ambas al mismo
tiempo, igual que la religión, el éxito y todas las demás gilipolleces
que sólo sirven para engordar el ego, tranquilizar la conciencia o vete
tú a saber que otras cosas. Porque al fin y al cabo, la vida no es más
que una lucha de poderes, una competición estúpida de soberbia y
egoísmo. Quién compita mal y sea consciente de ello está jodido.
Realmente jodido. Eso es el mundo adulto, y de ahí las reticencias de
los adolescentes, los bandazos que pegan de un extremo a otro ante la
desorientación y frustración que experimentan. Siempre se ha creído el
punto de vista del adolescente el equivocado, pero ¿y si es al
contrario? ¿y si es el mundo adulto el que fastidia todo y el
esquizofrénico y el que está repleto de estiércol, el que contamina el
mundo? Creo que nadie ha expresado mejor que Salinger la posible
disyuntiva existente entre estas etapas en su <em>guardián entre el centeno </em>o<em> cazador oculto</em>.</p>
<p> </p>
<p>(1) Twelve, Nick McDonell, 2002. Traducido por Gemma Rovira y editado por Anagrama.</p>
<p>(2) Things the Grandchildren Should Know, Mark Oliver Everett, 2009.
Traducido por Pablo Álvarez Ellacuria y editado por Blackie Books.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-26175475085432968822022-04-10T14:11:00.003+02:002022-04-10T14:11:40.102+02:00Salvajes, de Don Winslow<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“¿Qué quieres que te diga? Me gusta correrme”</p>
<p> </p>
<p>Una novela cuyo primer capítulo es simplemente “Jódete” tiene que ser forzosamente buena. <em>Salvajes</em>
no es una excepción. Una novela de acción, de ritmo trepidante, con
drogas, sangre, muertes, secuestros, narcotráfico, sexo,... y una gran
carga de crítica a la humanidad, que puede quedar en un segundo plano
por la vorágine en la que introduce al lector, de la que no desea
escapar, y que le incita a continuar la lectura de forma adictiva,
dejando de lado el resto de cosas, hasta finiquitarlo. Es uno de esos
libros que se leen en un par de tardes, por la sensación de adrenalina y
la incertidumbre que transmite.</p>
<p>Escrita con lenguaje <em>de la calle</em>, de forma directa y
sencilla, con frases breves y dispuesta en capítulos cortos, sin
excesivo virtuosismo, pero excelentemente, debido a que consigue su
propósito, que me parece es transmitir y reflejar lo que el autor desea,
contaminar al lector e involucrarlo en la acción, hacerle partícipe de
una historia de acción y al mismo tiempo comunicarle pensamientos
relativos a la existencia y el funcionamiento de la sociedad. No es alta
literatura, es excelente literatura de entretenimiento-denuncia; dura y
desesperanzadora, porque la visión del narrador sobre la condición
humana se puede resumir en lo siguiente: <em>el ser humano es una puta mierda y no tiene solución</em>.
Egoísmo, luchas de poder, venganza, hipocresía, corrupción,
superficialidad, hedonismo, consumismo. También hay un espacio para el
amor: la fuerza más grande, y a la vez la mayor debilidad, del ser
humano. Es arriesgado tener familia, seres queridos, cuando estás metido
en el mundo subterráneo. Es arriesgado amar, en general. Además,
informa, levemente, pero de forma suficiente; del funcionamiento de las
mafias del narcotráfico mexicanas-americanas (y cómo las autoridades
competentes lo permiten), expone cómo se creó esta situación que cada
día se lleva por delante a decenas, si no son cientos, de personas.
Efectivamente: los poderosos son los que no sólo lo permitieron, sino
que incitaron a ello. Las leyes sólo pueden infringirlas los que están
en el poder y los peones que sean necesarios para llevar a cabo su plan.
De las consecuencias ya se preocuparán otros.</p>
<p>Volviendo a la crítica que se hace del ser humano y de la sociedad,
me permito rescatar algunas citas que causaron en mi conciencia un
cierto impacto, por lo llamativo y fatalista y desolador:</p>
<p><em>Se supone que las drogas son una mierda, pero, si en un mundo de
mierda pillas la polaridad moral inversa, son cojonudas. Para Chon, las
drogas son “una respuesta racional a la irracionalidad” y su uso crónico
de lo crónico es una reacción crónica a la locura crónica.<br /> “Proporciona equilibrio –considera Chon- En un mundo jodido, uno tiene que ser jodido, si no se quiere joder...” </em>(p.21)</p>
<p><em>Siente hastío, depresión y desorientación. Siente que su vida no
tiene sentido, tal vez porque: si cavas un pozo en Sudán, vienen los
janjaweed y matan a la gente de todos modos; si compras mosquiteras, los
niños que salvas, cuando crecen, violan a las mujeres; si estableces
una industria artesanal en Myanmar, el ejército se apodera de ella y
esclaviza a las mujeres...</em> (p.68)</p>
<p><em>“Ben todavía no se ha enterado –piensa Chon- de que uno no puede cambiar el mundo: es el mundo el que te cambia a ti”</em> (p.83)</p>
<p><em>Chon piensa en la diferencia entre publicidad y pornografía.<br />La publicidad da nombres bonitos a cosas feas.<br />La pornografía da nombres feos a cosas bonitas.</em> (p.142)</p>
<p><em>Siempre ha sabido que había dos mundos.<br />Uno salvaje y el otro no tan salvaje.<br />El
salvaje es el mundo del poder puro y duro, de la ley del más fuerte, de
los carteles de drogas y escuadrones de la muerte, de los dictadores y
los hombres fuertes, de los ataques terroristas, de las guerras entre
pandillas, de los odios tribales, de las matanzas y de las violaciones
masivas.<br /> El no tan salvaje es el mundo del poder puro y civilizado,
de los gobiernos y los ejércitos, de las multinacionales y los bancos,
de las compañía petroleras, del “impacto e intimidación”, de la “muerte
que viene del cielo”, del genocidio y de las violaciones económicas
masivas.<br />Y Chon sabe... que los dos mundos son lo mismo.</em> (p.157-158) </p>
<p><br />Si uno lo piensa fríamente, ¿no debería sentirme culpable por
disfrutar de una obra de ficción que en realidad sólo hace que reflejar
gran parte de realidad no ficticia? El entretenimiento es sólo un mero
vehículo, hipnótico y extremadamente atrayente, para denunciar lo que
sucede y seguirá sucediendo mientras la humanidad siga existiendo.</p>
<p> </p>
<p><em>Savages</em>, Don Winslow, 2010. Traducido por Alejandra Devoto y editado por booket/Planeta Madrid.</p>
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psicóticos vestidos con bolsas de basura que vivían en los carritos de
la compra; psicóticos con trajes y corbatas elegantes que trabajaban
veinte horas al día en empleos que despreciaban; psicóticos que se
paseaban como si rodaran una película, posando y pavoneándose como si
estuvieran rodeados de paparazzi y equipos de rodaje imaginarios.
Prefería a los indigentes que reprendían a su madre imaginaria; al menos
ese impulso lo entendía. En lugar de ateísmo, encontré politeísmo;
había más dioses de los que me había encontrado en Monsey, quizá no tan
vengativos, aunque inspiraban una adoración no menor entre sus
seguidores; los dioses superiores –moda, dinero, éxito, poder- y los
dioses inferiores: coche, gimnasio, vivir en un buen barrio.” (1)</p>
<p> Recién terminado <em>Lamentaciones de un prepucio, </em>debo reconocer que ha supuesto una lectura <em>agradable</em>, no en el sentido <em>cándido</em> del término, más bien en el que tiene que ver con las <em>travesuras</em>
que todos tenemos metidas en nuestros cerebros, a modo de pensamientos
que sólo a veces nos atrevemos a dar rienda suelta quitándoles el <em>freno-de-autocensura</em>.
Se trata de una obra irreverente, que continuamente tiene a Dios en el
papel; escrita de forma sencilla, sin grandes virtuosismos estilísticos o
literarios, y en cambio repleta de ironía y un humor negro y ácido y
cruel y despiadado, a veces autocompasivo, la mayoría no. Gracias al
autor, conocemos el judaísmo <em>desde dentro pero fuera</em>, con sus <em>ridículas</em>
tradiciones y normas y obligaciones y sacrificios, que desde luego, no
parecen tener mucho sentido más allá de para quien tiene fe ciega en un
Dios, y si se juzga desde una posición crítica, fría y aislada de
fanatismos, convendríamos en, como el autor, decir que ese Dios es un
Capullo. Por todas las atrocidades cometidas en forma de cohibiciones,
asesinatos, enfermedades y demás jodiendas que se le atribuyen. La
relación con Dios vista desde un prisma escéptico sólo puede aceptarse
como dominación, por parte del que se encuentra <em>en todas partes</em>, y sumisión por el resto de la humanidad creyente. Aún suponiendo que <em>existiera </em>(que
ya es mucho suponer...): ¿Cuál es el verdadero? ¿Qué religión sería la
apropiada? En esta autobiografía novelada, se nos narran las vivencias,
más bien la obsesión, del narrador con el Dios judío y por añadidura, la
religión judía.</p>
<p> Sin embargo, lo que creo que no debe pasar desapercibido es el grito
de ira que desprende esta obra hacia su familia: por haber convertido
al autor en un ser lleno de inseguridades, neurosis y culpabilidad; por
no haberse sentido suficientemente querido; por haber puesto cerco a su
vida imponiéndole una en la que no creía, en la que se sentía un ser
totalmente alienado y extraño; por coartar su libertad de pensamiento y
acción a través de unas normas y obligaciones que él sentía como
ridículas, pero que sin embargo, hacían que le corroyese la conciencia
cuando las incumplía. Vivencias que nos permiten hacernos pequeñas
preguntas referentes a la religión y a la educación y a las imposiciones
y acerca de un largo etcétera de cuestiones que marcarán nuestras vidas
(la de los seres humanos) para siempre, una marca que jamás se borrará.
Lo que sí tengo claro es que se tome la decisión que se tome en
cualquiera de estas materias, los progenitores, como humanos que son,
siempre se equivocarán a ojos del hijo; que creo lo más natural es que
intente rebelarse contra la autoridad y <em>vivir la vida por sí mismo</em>. Y con esto me viene a la mente una cita a cargo del estrambótico y estrafalario personaje Will, de la magnífica novela <em>La mejor parte de los hombres</em>,
escrita por Tristan Garcia, que dice así: “Nada de lo que hacemos puede
servir de lección a los demás. Lo que hacemos sólo es bueno para
nosotros mismos. Y es eso la experiencia, ¿vale? Y, al final, todo lo
que hemos podido acumular desaparece, ¡plaf!, porque la diñas. Y eso es
lo que no quieren reconocer esos tontos, por eso mienten. Tienen miedo.
Se protegen (...) Te pasas la vida teniendo orgasmos, y al final todo
desaparece. Lo recuerdas, y después revientas, tienes las células
achicharradas, y todo se va a paseo contigo, los recuerdos, todo el
placer. Se acabó. No sirve de nada hacer como que las cosas funcionan
de otro modo, que estamos acompañados, que nos amamos, que nos ayudamos,
que somos solidarios y que nos protegemos. Cada uno va a la suya, coges
lo que puedes, te aprovechas, revientas y se acabó” (2).</p>
<p> El caso es que el protagonista, a través de estas páginas, destila
ira, rencor e incluso odio hacia su familia. No quieren aceptarlo tal y
cómo es (básicamente, no-judío, o en el <em>mejor</em> de los casos,
judío no practicante), lo que le duele de forma considerable: prefieren
vivir en lo que para él es una mentira (la religión... ¡cuántos cerebros
es capaz de lavar!), sentirse avergonzados por su hijo, echarle en cara
esa vergüenza que sienten, etc. a dar rienda suelta a los lazos de
sangre que le unen con él, que en principio, tendrían que ser profusos
en amor. Ésta es una herida que nunca sanará, y por eso esta pequeña
venganza en forma de novela dónde Dios es el centro de sus reproches: el
Dios en el que tan fervorosamente parece creer su familia. Pero el
problema, por supuesto, no está sólo en la creencia <em>en sí misma</em>
en Dios, sino también (o sobre todo) en el mensaje y las restricciones
que transmiten sus “representantes en la Tierra”, desde los tiempos
antediluvianos. O el papel victimista que los judíos siempre asumen para
justificarse.</p>
<p> Sacrificarse en esta vida para encontrar recompensa en el más
allá... esto lo he oído, me lo han dicho, muchas veces desde pequeño. Yo
creo que es mejor dejarse guiar por una ética personal (aunque está
claro que cada ser la tendrá de una forma y que no parecen correr buenos
tiempos en este aspecto) y una moralidad (atea pero que intente el bien
de la comunidad, de la mayoría) colectiva que se transforme en forma de
leyes racionales y normas básicas de convivencia, etc., etc. Quizás la
religión es tan necesaria para muchos porque es un clavo ardiendo al que
se agarran para encontrar sentido a la vida, que creo convendremos
todos en afirmar que es bastante esquizofrénica, y desde una perspectiva
individual existencialista, difícil de comprender. De ahí la alienación
de quien piensa acerca de su sentido y significado (¿realmente tiene
alguno aparte de perpetuar la supervivencia de la especie?). De ahí la
importancia de la religión para sentirse dentro de un amplio grupo,
formando parte de una gran comunidad; el objetivo común, la fe en algo
inmaterial, es lo que estrecha esos lazos imaginarios y les hace sentir
reconfortados. Para terminar pienso que nada mejor que otra cita, en
este caso de la ficción de Thomas Bernhard <em>Helada</em>: “Jamás pude
bastarme a mí mismo, y hoy menos que nunca. Es sorprendente, ¿verdad?
Los hombres creo yo, fingen sólo no estar solos, porque siempre están
solos. Cuando se ve cómo son absorbidos por sus comunidades: ¿o bien son
precisamente las uniones, las sociedades, las religiones, los Estados,
pruebas de una soledad infinita?” (3).</p>
<p> </p>
<p>(1) Foreskin´s Lament: A Memoir, Shalom Auslander, 2007. Traducido por Damià Alou y editado por Blackie Books.</p>
<p>(2) La meilleure part des hommes, Tristan Garcia, 2008. Traducido por Lluís Maria Todó y editado por Anagrama.</p>
<p>(3) Frost, Thomas Bernhard, 1964. Traducido por Miguel Sáenz y editado por Alianza.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-50415444433459169202022-04-10T14:09:00.002+02:002022-04-10T14:09:08.697+02:00El tren llegó puntual, de Heinrich Böll: relato antibélico<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>Böll es una apuesta firme y segura en mis gustos literarios: siempre
puedo recurrir a él, rara vez me decepciona. Además de
extraordinariamente talentoso, es lo suficientemente sombrío y versátil
para ganarse al lector. Por si fuera poco, su literatura tiene un gran
transfondo social, de denuncia.</p>
<p>En esta novela, diferenciaría tres partes: la primera, con frases
cortas y sencillas, aparte de los desalentadores pensamientos del
personaje principal, donde se transmite vacío, desesperanza, vacuidad;
una segunda donde los recuerdos, las esperanzas, aunque también los
miedos, ganan protagonismo; y la tercera, que cuenta de forma formidable
una conversación con una ramera polaca.</p>
<blockquote>
<p><em>Pronto. Pronto. Pronto. Pronto. ¿Cuándo llegaría aquel pronto?
¡Qué horrible noción! Lo mismo podía ocurrir dentro de un segundo que en
el plazo de un año. La palabra "pronto" expresa una idea atroz que
estrangula el futuro, lo empequeñece y acaba por sumirlo en una
incertidumbre aniquiladora. "Pronto" puede significar poco y, a la vez,
mucho. En realidad, lo abarca todo. Todo, incluso la muerte.</em></p>
</blockquote>
<p>La guerra como tema de fondo: todos pierden. Lo único que engendra es
odio y muerte. El personaje, que debe luchar por su país, cree que va a
morir. No ve futuro, es incapaz de imaginarse dentro de diez años. La
desesperanza y la certitud de una guerra que provoca millares de muertes
le atenazan. Así que debe recurrir a recuerdos, idealizados, y hacer
recapitulación de una vida que no ha disfrutado lo suficiente. Desearía
huir, vivir con normalidad.</p>
<blockquote>
<p><em>La desgracia se alberga en la propia vida, y el dolor es vida.
Sería estupendo que una muchacha pensara en mí en algún lugar, y me
llorase... La atraería hacia mí... y sus lágrimas nos acercarían, y no
tendría que esperar mi regreso. Aunque parezca raro, ninguna de las
muchachas que he besado debe acordarse de mí. O mejor dicho, quizá
exista una que me recuerde. Por una décima de segundo nuestras miradas
se cruzaron. O acaso fuera menos que una décima de segundo; pero nunca
he podido olvidar aquellos ojos. Llevo tres años y medio pensando en
ella, y nunca la podré olvidar. Una décima de segundo o tal vez menos.
No sé siquiera cómo se llama; no sé nada.</em></p>
</blockquote>
<p>El personaje, lo más cerca que ha sentido el amor, ha sido mediante
un breve flechazo. Un flechazo que condensa sus pensamientos en uno
solo, que le entristece por no haber llegado a más, pero que al mismo
tiempo le infunde remotas esperanzas, dejando volar su imaginación,
evocando sus sensaciones.</p>
<p>La acción transcurre en un tren, allá se va desarrollando todo ese
monólogo interior; también hay una interacción con dos soldados que
conoce. Soldados donde también se refleja la tristeza, la pesadumbre, el
hastío, el malestar,... de una guerra que no quieren luchar.</p>
<blockquote>
<p><em>Piensa que la vida es hermosa, o, mejor dicho, que era hermosa.
"Doce horas antes de morir, debo reconocer que la vida es muy bella.
Pero ya se ha hecho demasiado tarde. Soy un desagradecido por haber
negado que exista alegría, y que la vida es bella". El miedo, la
confusión y el arrepentimiento le hacen sonrojar. "He negado que pueda
haber alegría en los seres humanos y que la vida sea bella. Mi
existencia ha sido desgraciada. Y mi vida, un error; una equivocación.
No he cesado de sufrir bajo el peso de este espantoso uniforme (...)"</em></p>
</blockquote>
<p>El uniforme, como símbolo de guerra, y por tanto miseria, inmundicia,
porquería, desazón, crueldad, barbarie. Nuevamente llegamos a la misma
reflexión: en la guerra todos pierden.</p>
<p>Cuando llegan a Lemberg deben hacer transbordo. Ciudad que uno de
ellos conoce como anillo al dedo. Se van a un burdel. El protagonista:
triste, apesadumbrado, nostálgico, melancólico; sólo quiere escuchar
música antes de morir. Conoce a una ramera que estudió música y ambos se
sinceran.</p>
<blockquote>
<p><em>"He amado a muchos soldados -cuenta Olina-, incluso a sabiendas
de que eran alemanes y que debía odiarlos. Al entregarme a ellos me
sentía totalmente desconectada de la noción de ese espantoso juego en el
que todos tomamos parte y en el que yo participaba de manera bastante
activa, enviando a la muerte a seres que me eran desconocidos por
completo, ¿comprendes? Un cabo o un general me cuentan cualquier cosa, y
yo lo comunico a otras personas; un mecanismo secreto se pone en
movimiento, y en un lugar cualquiera algunas personas caen sólo porque
yo he revelado algo de lo que otros me confiaron"</em></p>
</blockquote>
<p>Esta escena entre la prostituta Olina y el personaje principal, es
bellísima, idealizada pero llena de simbolismo. De un gran romanticismo,
resulta muy poética.</p>
<p>Y llega el final, que te deja helado, con la piel de gallina, en estado de <em>shock</em>. No lo esperas.</p>
<p> </p>
<p><br />Der Zug war pünktlich, 1949, Heinrich Böll. Editado por Destino y traducido por <span class="st"> Julio F. Yáñez</span>.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-91584775296718918402022-04-10T14:06:00.003+02:002022-04-10T14:06:34.297+02:00Los ingrávidos, de Valeria Luiselli<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>“Es muy fácil desaparecer. Muy fácil ponerse un abrigo rojo, apagar
todas las luces, irse a otro lugar, no regresar a dormir a ningún lado.
Nadie me esperaba en ninguna cama. Ahora sí.” (1)</p>
<p> </p>
<p><em>Los ingrávidos</em> de la mejicana Valeria Luiselli es una novela
que me ha sorprendido de forma muy grata por su propuesta, la
estructura y el lenguaje utilizado. Se lee con avidez y en un suspiro;
de alguna forma la podríamos considera una novela experimental, o una
serie de aforismos entrelazados para formar un entramado novelístico.
Pero no aforismos puros y duros, porque existen personajes, o quizá
mejor sería afirmar que existen entes fantasmales, varias voces que a mí
me da la sensación que en realidad son sólo una: la misma en distintas
circunstancias, en distintos cuerpos, en distintas épocas. Siempre en
primera persona, entablado a modo de juego tipo puzzle, explora y
divierte, asimismo gotea reflexiones acerca de la vida, de la
cotidianidad de la vida, con especial prestancia hacia los pequeños
excéntricos detalles. Pese a la propuesta está escrita de forma
sencilla, con frases cortas en cierta manera evocativas; unido al
especial atractivo del uso de un español del continente americano, que a
juicio de un español penínsular, recubre la obra de una elegancia y un
atractivo esencial. Es minuciosa en el empleo de las palabras, no peca
de un exceso de verborrea tan característico en quiénes quieren mostrar
toda su sapiencia en una obra primeriza. Demuestra que menos es más,
porque transmite el agobio de una vida que no se ha desarrollado como se
esperaba de chiquita, y a su vez, la calmosa resignación y aceptación
de esta misma vida. Porque pese a que podemos vislumbrar destellos de
tipo existencialista, no existe desesperación, sino una proba mirada de
lo que significa ser humano: sin dramatizar, y en cambio de forma
diáfana, con claridad. Como si el narrador que se desdobla en diversos
narradores-personajes (como he mencionado con anterioridad, para mí
todas las voces pertenecen al mismo) estuviera muerto y tan sólo hiciera
un sosegado (con ciertos <em>puntos críticos</em>) repaso de momentos
de su vida. También creo que merece la pena mencionar, pese a que es una
obra de ficción, cómo experimenta la autora con el <em>límite novelístico </em>de
no ficción-ficción, ya que al comienzo podemos pensar que es una
especie de relato autobiográfico de la narradora, y conforme avanzamos
en la lectura nos damos cuenta de que en realidad no sabemos quién es el
o la protagonista <em>real</em>, en caso de ser diferentes.</p>
<p> </p>
<p>“Mi marido se fue a Filadelfia. Supongo que era lo natural. Primero,
el mutuo acoso. Perseguir al otro y dejarse perseguir hasta que nadie
tenga un centímetro de aire. Gestar un odio infinito por el otro. No
tanto el tedio (eso hubiera sido seguir veinte años a su lado y terminar
durmiendo en otra cama). No tanto el desprecio (el tamaño insuficiente
de sus manos, la temperatura inofensiva de su cuerpo dormido, el sabor
de su sexo). Sino el odio. Romper al otro, quebrarlo emocionalmente una y
otra vez. Dejarse romper. Escribir esto es vulgar. Pero la realidad lo
es aún más. Después, las acusaciones de orden moral. La lista de
defectos del acusado, siempre acompañada de la lista tácita de virtudes
del acusador. Sube la temperatura de las discusiones, empieza el
histrionismo casi cómico del drama. Caras, caretas. Uno grita; la otra
llora; y después, cambiar de careta. Así una, dos, tres o seis horas,
hasta que por fin se cae el mundo: el día de mañana, este domingo, el
próximo miércoles, la Navidad. Pero al final, una extraña paz, recogida
de quién sabe qué entraña podrida. Hubo un solo gesto que me rompió –
que me terminó de romper-. Su grito de júbilo después de cerrar la
puerta de casa: ¡Filadelfia!” (1)</p>
<p> </p>
<p>(1)<em> Los ingrávidos</em>, Valeria Luiselli, 2011. Editado por Sexto Piso. La escritora tiene propio twitter: https://twitter.com/ValeriaLuiselli</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-25935427521890297212022-04-10T14:05:00.002+02:002022-04-10T14:05:24.607+02:00Por una mujer<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p><em>Esas furcias que me roban el corazón. <br /> Esas putas que me desprecian.<br /> Hijas de puta, ¡cuánto os detesto!<br /> Pero por qué no puedo <br /> Parar de pensar en,<br /> Vivir sin,<br /> vosotras, ¡perras!</em><br /> <br /> <br /> Philip Roth, en su relato-novela<em> La humillación, </em>como
es habitual en sus obras: llega, conmueve y conmociona. La misma
historia en manos de cualquier otro hubiera supuesto un infumable e
inverosímil bodrio, pero con Roth, se convierte en una pequeña joya.
Todo ello, teniendo en cuenta que posiblemente sea una de las obras
menos logradas del autor. Pero su escritura es diferente: interna,
reflexiva, sincera, honesta, íntima y al mismo tiempo universal. Desde
una perspectiva humanista, nos habla de la vejez, del triunfo siempre
efímero, del ocaso de la vida, del amor, del sexo, de las relaciones con
la familia y con los demás, etc. En definitiva, de la cotidianidad; no
obstante, se coloca en una posición para observar y analizar esa
cotidianidad que a casi nadie le gusta escuchar en su día a día. Si
tuviéramos que escoger en una supuesta polaridad optimista-pesimista,
sin duda se encontraría en el segundo grupo. Casi que mejor: porque es
certero, agudo, extraordinariamente capaz en sus pronósticos. Lo
fundamental de <em>La humillación</em>, aunque ciertamente hay más
chicha sobre la que reflexionar, es el efecto que produce la mujer en el
hombre heterosexual (no sigan leyendo si piensan leer la novela, o
sigan si no les importa que les destripe trama). Digamos, brevemente,
que el protagonista, un sexagenario en una situación de crisis
profesional y personal, se enamora (o cree enamorarse) de una mujer
cuarentona, y por tanto veintipico años menor que él. Lo que empieza
como una aventura se convierte en un <em>encoñamiento</em> supremo, sin
poder evitar esa atracción fatal por una mujer que en realidad, tratando
de ser objetivo, no es nada especial. Creo que a todos los que ya
tienen cierta edad les habrá sucedido algo similar, probablemente en más
de una ocasión. Esa atracción perdidamente suicida, por alguien que en
el fuero interno, se sabe o intuye, que acabará haciendo trizas el
corazón de susodicho. Y en cambio, el magnetismo experimentado,
inevitable, feroz, violento, arrastra hacia el objeto de deseo con total
impunidad. Un ardor insaciable, un estado psicológico de extrema
generosidad y encandilamiento, se manifiesta: ay, es entonces cuando uno
debe echarse a temblar, porque sabe que acabará muy magullado, por no
decir destrozado. Y aquí no se pretende hablar de un enamoramiento<em> convencional</em>,
sino del sentimiento irrefrenable hacia una persona que por un lado,
encanta como ninguna otra, y por el otro, se sabe que no conviene,
porque en gran medida sólo está<em> jugando</em>, <em>pasando el rato</em>,
aunque no dé sino exiguas y disimuladas muestras de ello. Mientras
tanto uno está locamente atraído por esa mujer a sus ojos maravillosa
(pero no en el sentido subjetivo propio del enamoramiento del tipo “es
perfecto”, más bien en el sentido objetivo de cómo su presencia hace
sentir a la persona que está coladita por ella, siendo consciente de
cada una de sus imperfecciones, que en cambio se esfuman de la mente
ante cualquier sonrisa o gesto de ella). Decía que esa atracción, por
más inevitable que se experimente, no es inconsciente en ausencia de la
persona, ya que no se inhibe la capacidad para analizar fríamente la
situación. Y en cambio, da lo mismo. Se analizan fríamente los pros y
los contras de la relación, teniendo las desventajas por las muy
probables consecuencias, mucho mayor peso; pero da lo mismo. Al fin y al
cabo, ¿desde cuando en la atracción tiene cabida el razonamiento? La
atracción, el enamoramiento, se basa en impulsos-latigazos debido a
segregaciones hormonales, que uno, obviamente, no es capaz de controlar.
Así que lo mejor será tomar la opción (en caso de tener esa capacidad) <em>de perdidos al río</em>.
El daño que se recibirá en el futuro será importante, dramático, grave.
Pero la efímera felicidad alcanzada puede más, mucho más, que una
supuesta y dura infelicidad futura. Uno no sabe cómo de duros serán los
venideros momentos, cómo de hundido se encontrará; tan sólo intuye el
peligro, y no sólo hace caso omiso, sino que se ve atraído todavía con
más avidez hacia éste. <em>Peligro , ¡yo te voy a rondar y saldré ileso!</em>.
JAJAJA, tus ganas, responderá el peligro. Y el tiempo le dará la razón.
La atracción impostergable a la que me refiero no es física, o por lo
menos no solamente física, más aún, el físico tiene una importancia
relativa. La atracción insoslayable a la que me refiero se sustenta
principalmente en el carácter de la mujer <em>escogida</em> (en realidad
es ella la que escoge): causa furor, gozo, ánimo, pasión; estremece;
lleva a la euforia con frenesí. Una mirada suya, una pícara sonrisa, el
contacto con su piel, su olor corporal; pone en tensión todo el cuerpo,
produce tal empalme que ni veinte dosis de cianuro podría evitarlo. Una
cosa lleva a la otra, se entra el torbellino sexual y sentimental,
muchas veces se establece una relación tipo amor-odio, de polos, de
excesos, <em>ni contigo ni sin ti</em>, dónde uno se ve abocado a la más
extrema inestabilidad, o por el contrario, a la más absoluta
complicidad. Uno es el hombre más feliz o el más desgraciado de la
Tierra, no existe término medio. Hasta que termina. Joder, lo que se ha
disfrutado, y también lo que se ha sufrido por el camino, aunque nada
comparado con lo que viene a continuación. Un estado depresivo, de
histérica rabia, de desesperación y humillación, es lo que espera, <em>amigo mío</em>.
El suicidio se ve como una de las mejores alternativas: para qué vivir
sin ella, sin lo que me hace sentir, y al mismo tiempo, esta
hija-de-puta, ramera-de mierda, me ha estado tomando el pelo, se ha
reído de mí a la cara, me ha tomado por un imbécil integral y ha jugado
con mis sentimientos todo lo que ha querido y más. Lo peor es que no se
equivocaba.</p>
<p>Es entonces cuando en uno de los muchos momentos de debilidad
extrema, uno coge la escopeta y se la mete en la boca. Nota el sabor
metálico y apoya los dientes en el cañón. ¿Tendrá huevos a hacerlo?</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-75687448993897711332022-04-10T14:04:00.002+02:002022-04-10T14:04:31.426+02:00Divagaciones: la película en mi cabeza<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>Hoy soñé. Hacía una película. Casera. No-porno. Sin guión. Porque
conocía a la protagonista. Creo que tiene un algo especial. No sé
definirlo. Yo con la cámara. Le haría preguntas. Sobre la vida. Su
visión de la vida. Sus orígenes. El trabajo. La gente. La humanidad. El
amor. El sexo. Lo que surgiera. En un espacio modesto. Austero. Obscuro.
Ella como única protagonista. Mi musa. Vestida con ropa normal. Peinada
como de costumbre. Maquillada lo justo. Espléndida. Prestaría atención a
sus manifestaciones. Pero también a sus gestos. Posturas. Lenguaje no
verbal. </p>
<p>A veces tengo la sensación que el mundo se mueve en base a relaciones
totalmente superficiales. Que las relaciones entre conocidos, vecinos,
parejas, familiares, e incluso amigos, están sustentadas por un enlace
extremadamente quebradizo, superfluo, carente de significado. Que la
vida que vivimos, en general, está vacía de contenido. Por eso disfruto
tanto cuando puedo conectar con profundidad, aunque sea de forma mínima,
con alguien. Ella tiene ese algo que me subyuga y hace que podamos
hablar de cualquier cosa: a veces más o menos profunda, con más o menos
conocimiento, pero llena de genialidades y excentricidades. Esas
conversaciones no impostadas, que uno se pasa la vida buscando sin
encontrar, y que halla cuando menos se lo espera. Es como si existiera
una conexión que va más allá de la inconsciencia, digamos que algo que
ni siquiera está en el interior de uno mismo, empuja hacia ese
precipicio que es hablar con las entrañas, con osadía. Es una especie de
alineamiento astral, una conjunción de factores externos a los
protagonistas, que invade el ánimo de sosegada alegría y pasión. Una
electrizante y translúcida unión imaginaria, que va más allá de la
atracción, la amistad, el sexo, el amor. Es superior a todas estas
cosas; que también tienen cabida en dicha relación. Porque esta
complicidad superior se ve acompañada de lo citado: surgen
contradicciones internas y externas, reacciones psicológicas y
fisiológicas. Sensaciones contrapuestas: tanto invade el frío más gélido
y pétreo que uno pueda experimentar, como el ardor más sofocante e
inevitable. <br /> <br /> Mi película intentaría mostrar el <em>yo interior</em>,
de forma sincera, sin maniqueísmos ni capas de maquillaje ni
sensacionalismo ni toda esa patraña con la que nos hemos acostumbrado a
vivir. Nos hemos acostumbrado tanto, que de hecho forman parte de
nuestra idiosincrasia. A nivel mundial, global. La estética, el cánon de
belleza que deciden unos pocos miserables, el impulso hacia la más
vacua <em>autorrealización</em>, el egoísmo consumista y devorador de
almas, etc. Desde una perspectiva personal, esto es lo que creo domina
en la Tierra. Vivimos en sociedades <em>markentizadas</em>, reprimidas
por la publicidad, bombardeadas por tanta insustancialidad que nos hemos
convertido en seres insensibles, incapaces de sentir empatía hacia los
demás, hipócritas, aislados sentimentalmente; puros hedonistas y en
cambio incapaces de experimentar la felicidad y la dicha a través de ese
ansiosamente buscado placer. Si uno mira en su interior no ve nada.
Telarañas, órganos mugrientos. No hay nada más. Totalmente vacío. Una
humanidad sin alma, sin ética, que se mueve mecánicamente, por inercia;
repleta de seres intranscendentes –y quiero aquí especificar, que en mi
concepto de trascendencia la fama, el dinero, el poder y esos anhelos
que corrompen el espíritu tienen escasa o nula importancia- que vagan
sin ton ni son; fingiendo ser guays y cools y fashion y toda esa
nomenclatura de mierda que surge cada equis tiempo. Todos somos
miserables. Algún día haré una película sencilla, dónde a través de una o
de unas pocas voces, todos nos sintamos representados con lo que se
cuenta y nos avergoncemos de nosotros mismos y avistemos, aunque sólo
sea durante un segundo, lo miserables que somos.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-43214236387330185562022-04-10T14:03:00.003+02:002022-04-10T14:03:30.276+02:00La memoria sensitiva<p> (Escrito en 2013)</p><hr /><p>“Era a principios de verano. Lo recuerdo como si lo estuviese
volviendo a ver en estos momentos. Una se olvida, y cada vez con más
frecuencia, de lo que hizo ayer, o de cosas que han ocurrido esta misma
mañana y, sin embargo, los recuerdos más antiguos tienen otra fuerza. No
los piensas: los ves, los escuchas. De aquel día recuerdo el cielo por
encima de la escollera, pero también las caras y las voces de cuantos
nos sentamos a la mesa, bajo la higuera. Recuerdo cómo iba vestido cada
cual, y el olor áspero de las hojas de la higuera y el de las plantas de
tomate, cuando fuimos tu tía Pepita y yo a recoger algunos para la
ensalada, y recuerdo el olor de la ropa; fíjate que mientras hablo
puedo recordar el olor de tu tía Pepita y el de la abuela María, que
olía nada más que a agua y jabón pero de un modo muy especial, porque
también olía a ella.”</p>
<p><em>La buena letra</em>, Rafael Chirbes.<br /><br />Existen ciertos sonidos, ciertos olores, ciertas imágenes, que
inmediatamente asociamos a algo vivido. Me parece cuanto menos curiosa
esa capacidad del cerebro de identificar un perfume con alguien que nos
dejó huella, una canción con una situación experimentada, o un paisaje
con cierta edad ya pasada, por ejemplo. ¡Cómo es posible que una canción
haga que se me salten las lágrimas de los ojos, por las connotaciones
que lleva asociadas! ¡Cómo es posible que recuerde el olor (interesante
pregunta: ¿se puede recordar un olor? yo creo que sí) de cierta persona y
no sea capaz de borrarlo de mi olfato-mente! Quizá sean cuestiones
éstas baladíes, a las que en nuestro día a día no les otorgamos
importancia, y en cambio, cómo y con qué intensidad son capaces de
perturbar nuestro estado anímico. Quizá se deba a que el ser humano, que
siempre se ha dicho racional, es ante todo emocional y primitivo, por
mucha educación que reciba y normas que se le impongan. O quizá no. El
caso es que éste es un tema que ha resurgido en mi mente tras escuchar
una canción concreta, con sus respectivas connotaciones concretas.
</p><p>Vuelvo a escucharla una vez tras otras. Me siento atribulado. Incapaz
de pensar, de sacar nada en claro. Regurgitan los sentimientos, las
sensaciones. Se me eriza la piel, me estremezco, incluso llego a
tambalearme. Un escalofrío recorre mi espina dorsal y llega hasta el fin
de mis extremidades. Suspiro. El placer se instaura a través de mi
cabeza y recorre todo el cuerpo. Experimento la dicha. Y al mismo
tiempo me sumo en una extraña melancolía; en un letargo del que no
quiero salir, pero a pesar de todo, sé que lo haré para continuar con
una vida perfectamente mediocre e impostada. <br /> <br /> No obstante. <br /><br /><br /> Mis acáis, vidriosos, permanecen cerrados.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-56665609639135279062022-04-10T14:00:00.001+02:002022-04-10T14:00:34.865+02:00El libro de la venganza, de Benjamin Taylor<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>“- ¿No quieres descubrir cosas nuevas en lugar de volver a
reflexionar sobre lo que ya se ha reflexionado durante siglos? –preguntó
Gabriel.<br />Eso era hablar de la ciencia, la ciencia que todo lo conquista.<br />
- Ese es el problema de los de tu calaña, obstinados en el mito del
progreso –replicó Danny-, vendidos a un trato faustiano.” (1)<br /><br /> <br /> <em>El</em> <em>libro de la venganza</em>
es una novela seductora, elegante, inteligente; que conquista poco a
poco para enseguida atrapar al lector y sumirlo en un estado de lectura
ávido. Emociona y hace reflexionar, también consigue que por unos
instantes nos olvidemos de la vida en presente, es decir, hace pensar en
experiencias, ideas que tenemos, quizá sueños,... pero el <em>ahora</em>
se borra de la mente. El toque intimista, y al mismo tiempo la forma de
narrar con el pecho al descubierto –o sin censura-, lo convierte en un
libro que sin duda hace que merezca la pena ser leído. Si bien es cierto
que con altibajos, mantiene un nivel notable, con algunos puntos
álgidos que estremecen sinceramente. El mayor valor de la obra es la
historia que se cuenta –y las informaciones paralelas a ésta-, que llega
en gran medida por esa forma de expresarse envolvente y hechizante, y
porque centra la importancia en temas universales, con los que todos
podemos sentirnos identificados. Uno de ellos es, creo (todos los
escritos están sujetos a interpretaciones propias del lector, que
estarán condicionadas en gran medida por las ideas y experiencias que
éste tenga en su aval), la intrascendencia de la vida. A partir de la
historia podemos notar un hálito impregnado de melancolía, y a su vez,
impotencia. Desde el momento que el ser humano es dado a luz su vida
será intrascendente: eso es así; por mucho que de niños y adolescentes
la imaginación vuele y juegue con hipotéticos tiempos futuros en dónde
somos capaces de convertirnos en lo que nos propongamos. Pues va a ser
que no. La vida es una mierda, y prácticamente todos los objetivos y
anhelos que tengamos serán dilapidados y se evaporarán, con mayor
consciencia conforme uno vaya ganando en edad. Incluso por <em>mucho </em>que
llegues a ser o conseguir, todo ello, visto desde una perspectiva
histórica, será obliterado en la memoria de las generaciones futuras, o
como máximo, sólo se tendrá una vaga consideración en las mentes del
populacho, probablemente errónea o cuando menos no totalmente veraz.
Este libro nos hace pensar sobre ello, con el añadido, que vemos, aunque
sea mediante la narración de determinadas etapas, cómo va cambiando el
espíritu del protagonista principal, Gabriel, y los que le rodean. Desde
la pasión, el aire soñador, a pesar de las adversidades, hasta la
resignación, el realismo; si bien es cierto que el final del libro abre
una ventana a la esperanza: y es que probablemente, nunca se logre
enterrar al niño que todos llevamos dentro, y en los momentos más
inesperados, surja del interior con extraña fuerza, y brevedad, para
transformarse en un espejismo, o en una especie de estado en trance. Muy
ligado a lo comentado, la obra también invita a reflexionar acerca del
ciclo de la vida: nacemos con inusitada energía y felicidad, para con el
transcurso de los años, convertirnos en seres resignados que en el
mejor de los casos, han <em>falseado</em> su vida hacia una supuesta
vocación en la que se sienten mínimamente más reconfortados. Una vida
llena de monotonía y encorsetada, que sigue las reglas y modas impuestas
por la sociedad (que a su vez puede ser manipulada por <em>poderes fácticos,</em>
y viceversa), si no en todos los aspectos, sí en los fundamentales: una
vida que conforme avanza se va haciendo más dificultosa, ya sea por los
golpes y sinsabores experimentados, el daño emocional sufrido, que hace
que uno se lo piense mucho para lanzarse a la piscina (en ocasiones
anteriores parecía estar repleta de agua, y en cambio, los leñazos
fueron considerables), o por las enfermedades que van llegando,
asociadas a la vejez y degeneración y finalmente decrepitud (¿o nos
convertimos en seres decrépitos mucho antes?). Enfermedades que en su
mayoría no se eligen (aunque sí cosas que hacemos tienen su influencia
en la adquisición de éstas), y van asestando cuchilladas que entierran
definitivamente el espíritu más jovial, si es que aún quedaba algún
atisbo. Una vida intrascendente en la que nos hemos empeñado en buscar
pequeñas trascendencias hasta rendirnos, que tendrá un final sin duda
triste y necesario y doloroso. Una vida intrascendente en la que la
mayoría de nuestras decisiones serán equivocadas y estúpidas y
fracasadas. Una vida intrascendente con pequeños momentos exultantemente
brillantes y divertidos y placenteros, y por añadidura, leves y
etéreos. Precisamente lo que resalta en la vida es la dureza, la
somnolencia y el sonambulismo que exige a los seres que la poseen, la
fatalidad antes de ser incluso concebida.<br /> <br /> Tras lo cuál, en la
novela también se muestra y/o invita a pensar acerca del papel de la
familia, del rol de los progenitores para los hijos y viceversa, de la
sexualidad, del amor, de las relaciones con el resto de humanos, de la
casualidad y la causalidad, del rol de la ciencia y de la filosofía, de
la evolución y el progreso, de los caminos escogidos que determinan, en
gran medida, el futuro. Etc., etc. Rica y sencilla.</p>
<p> </p>
<p>(1) <em>The Book of Getting Even</em>, Benjamin Taylor, 2008. Traducido por Aurora Echevarría y editado por Mondadori.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-65636312670915428892022-04-10T13:53:00.003+02:002022-04-10T13:53:42.849+02:00Revolver, de Guy Ritchie<p> (Escrito en 2012)<br /></p><p>Aviso para navegantes: esta crítica-reseña-disparo al aire contiene fragmentos o hipotésis que podrían ser considerados como <em>spoilers</em>.
Recomiendo encarecidamente el visionado de la película primero; sólo
diré que no dejará indiferente, o no debería hacerlo. La gente se suele
dividir al considerar este largometraje como una puta genialidad (yo me
incluiría aquí) o como una vil tomadura de pelo. ¿En qué grupo estás tú?</p>
<p>Con un segundo revisionado llego a la misma conclusión: esta película
es una rallada mental de Guy Ritchie, una bendita y maravillosa rallada
mental, todo sea dicho. Con el inconfundible estilo del director, pero
una trama muy distinta a lo que nos tiene habituados, es capaz de
mostrarnos sus inquietudes, que son las suyas y las nuestras, las de
nuestra sociedad. De complicada interpretación, convulsa y alucinada
trama y final abierto, es un <em>film</em> a partir del que se pueden
realizar multitud de hipótesis y extraer numerosas interpretaciones y
conclusiones. No sólo mantiene en vilo al espectador (engancha de forma
que no deseas perderte ni un detalle, es muy visual y estambótica, fiel
al estilo-Ritchie), sino que consigue remover su conciencia y estrujar
su mente. Juega contigo, querido espectador, te avisa de que va a jugar
contigo, bombardea tu cerebro con señuelos, y aún así te deja con cara
de <em>WTF?</em></p>
<p>Brutal la crítica social enmascarada, mostrada de forma tremendamente
inusual. Entre miles de perlas ridiculiza la condición humana en su
afán por aparentar y ser reconocido, la codicia por el dinero, la
avaricia, el egoísmo, e incluso plantea una lucha con el ser interior
(¿Acaso no puede ser nuestro peor enemigo uno mismo? ¿Y el
desencadenante de muchas de las miserias que acaecen en la Tierra?).
Bajo el pseudónimo de Sam Gold, que no aparece en pantalla, hace
plantear al receptor una serie de preguntas internas con difícil
respuesta. Porque queriendo dar explicación a una película que
difícilmente la tenga (al menos lógica)... si el personaje principal,
Jake Green, ha sido condenado a estar incomunicado siete años, ¿no
podría ser que todo lo contado fuese un delirio de una mente
trastornada?, ya que es muy probable que cualquier ser humano que
estuviese tanto tiempo incomunicado se volviese loco, al fin y al cabo,
somos personas sociales y tenemos la imperiosa necesidad del contacto
con otras personas o seres vivos. Otra posible explicación, que podría
servir para dilucidar lo acontecido, es que Jake fuese un
esquizofrénico, que tuviera un trastorno de personalidad, y fuese al
mismo tiempo Jake Green y Sam Gold, así se explicaría como conoce todos
los pasos de Macha, y cobraría mucho más sentido las escena en la que
Jake se disculpa ante Macha, y posteriormente, discute ¿consigo mismo?
en el ascensor. Aunque personalmente, me inclino a pensar que el sr.
Gold es una metáfora, que representa todas las causas de la pérdida de
la "nobleza" e inocencia humana (en la película representada por la
niña, que incluso hace cambiar de parecer a "El clasificador"). <strong>El
sr. Gold es nuestro yo interior, esa vocecita que se esconde en nuestro
cerebro, en quien tendemos a confiar ciegamente, sin dudar ni un
instante de su intención y objetivo</strong>. El EGO; ese que necesita
dinero, fama, adulación, belleza (las mujeres orientales que aparecen
desnudas, a mi juicio deliberadamente lo hacen por este motivo), vicio,
ocio, poder, y tantas cosas más por las que seríamos capaces de hacer
(casi) cualquier cosa, por repugnante y despiadada que pudiera parecer.
Egoísmo puro y duro, "ombliguismo". Asimismo, cada personaje principal
parece representar una parte de este ego: Jake es el único que trata de
rebelarse contra sí mismo, escuchar a su conciencia (que posiblemente
esté reflejada en los personajes de Avi y Zach), realizar "buenas"
acciones (al fin y al cabo, regala el dinero que ha ganado/robado a
personas que lo necesitan más), retar a su lado más perverso. Por
contraste, Macha es un personaje que ya ha caído en el círculo vicioso,
del que ya no puede escapar, y que se ve superado por las
circunstancias: se está matando poco a poco a sí mismo.</p>
<p><strong>Imperante y portentosa actuación de Mark Strong</strong>
interpretando el personaje secundario conocido como "El clasificador",
de largo el más carismático de todos, el más cercano a otros geniales
personajes como los aparecidos en Snatch.</p>
<p>La película trata de causar una reacción en el espectador, y por
tanto también en la sociedad. A mi juicio lo consigue. No deja
indiferente. Es sólo la excusa para su propósito, el (genial) hilo
conductor del mensaje que desea transferir, y los personajes son meras
marionetas, caricaturas, metáforas.</p>
<p>PD: Otra posibilidad del significado de Sam Gold: el MIEDO. Miedo a
uno mismo, miedo a la vida, miedo a lo desconocido, miedo a la muerte,
miedo a perder tus pertenencias materiales, miedo a ser repudiado, miedo
al chantaje, miedo... miedo... miedo... tantas posibilidades.</p>
<p>PD2: ¿Y si los delirios no son de Jake Green si no de Macha?</p>
<p>PD3: Me importa una mierda lo que digan los críticos "profesionales" y "especialistas" en cine: P-E-L-I-C-U-L-Ó-N</p>
hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-40504004060534791882022-04-10T13:45:00.003+02:002022-04-10T13:46:13.483+02:00Alas de mariposa, de Juanma Bajo Ulloa<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>Una historia de terror cotidiano. <strong>Posiblemente una de las películas más perturbadoras que haya visto en mi vida</strong>,
demuestra que para infundir el miedo y causar el estremecimiento y el
escalofrío no hacen falta monstruos, ni efectos especiales, ni violencia
(porque aunque la película sí contiene escenas violentas, <em>en realidad</em>
no se aprecian como tales). Tan solo contando una historia desde un
prisma aséptico, frío, que incluso de alguna manera puede considerarse <em>inanimado</em>. En este sentido, podría equipararse a la genial obra literaria de Albert Camus, <em>El extranjero</em>.
Es como si pasara lo que pasara, los personajes siguieran su día a día
sin mostrar los sentimientos: están internalizados de tal forma que no
repercuten en la vida cotidiana, o si repercuten, no tienen efectos <em>directos</em>:
como si estuvieran aislados por un cristal que impiden a los demás,
como pueden ser los espectadores, apreciar su verdadera situación, y por
tanto, sentir por ellos compasión o empatía. Como escribía Sartre para
explicar el impacto en el lector de <em>El extranjero</em>: es como si
viésemos a alguien hablar por teléfono en una cabina, sin poder
escucharlo, y por añadidura tampoco, entender lo que hace. Nos sentimos
alejados, incapaces de ponernos en la piel del otro, <em>inanimados </em>(o viceversa). Definitivamente y sin duda, pienso que <strong>éste es el gran acierto de la película, y que además es deliberado</strong>:
hacer que el receptor en ningún momento se sienta cómodo, que no pueda
entender las acciones de los personajes. Los paralelismos entre la
novela y el largometraje me parecen más que evidentes, siendo los
argumentos y los protagonistas y las situaciones distintos, también el
giro final, no así la técnica que promueve y reverbera el estupor.
Porque sendos finales de ambas obras causan una especie de malestar, un
asombro conmocionado; sin embargo en una -<em>El extranjero</em>- es porque te echan un cubo de agua helada encima, y en la otra -<em>Alas de mariposa</em>- es porque te ves atrapado para siempre en un laberinto.</p>
<p>La trama (a partir de aquí va a surgir algún <em>destripe</em>) se
divide en dos partes claramente diferenciadas en el tiempo; no en lo que
se pretende reflejar. En la primera parte se nos muestra atisbos de la
vida de un marido bonachón aunque extremadamente pusilánime y su mujer
que está enfermizamente obsesionada con tener un hijo varón, a pesar de
que ya tiene una hija pequeña. Especial hincapié se hace en mostrar la
extraña y trastornada relación existente entre la madre y la hija:
entran escalofríos. Una vez se vuelve a quedar embarazada la relación
entre ellas se hará más tirante, distanciada, trastornada y compleja,
efecto que se incrementará una vez nazca por fin el ansiado hijo varón.
Todo esto, como ya he comentado, con un halo y un clima de terror,
ayudado también, aparte de por las actuaciones y acciones, por los
efectos musicales. Por supuesto: el padre se muestra en todo momento
incapaz ya no de solventar la situación, sino de ver que hace falta
arreglar la situación. Y si lo ve, está totalmente acobardado. En la
segunda parte del film se da un salto en el tiempo: la niña, Ami, de
Amanda, ya es toda una adolescente. No cuento más porque lo mejor es
verlo y sentirlo por uno mismo.</p>
<p>Ésta es una sobresaliente película macabra, perturbadora, sombría,
terrorífica. No sólo no deja indiferente, sino que causa mal cuerpo. Y
sí... también muestra ideas, destellos, reflejos, etc. que invitan a
pensar y reflexionar.<br /><br /></p>
<p>PD- Aviso para navegantes: la película es algo lenta. Excelente, por otra parte.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-67931960945901405392022-04-10T13:43:00.003+02:002022-04-10T13:43:49.020+02:00¡Qué vuelva Raúl Núñez!<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>“Trabajo: ésta es la palabra mágica en un mundo que no sabe hacer otra cosa para no morir de aburrimiento” (1)<br /><br /><br /></p>
<p>"- ¿Cuántos años tienes?<br /> - Cuarenta.<br /> - ¿Y TODAVÍA TE SIGUES TOMANDO EN SERIO A LAS MUJERES, GILIPOLLAS?”<br /> Sinatra apretó los labios y bajó la mirada.<br /> - No puedo evitarlo.<br /> - Pues, entonces, jódete.” (2)</p>
<p> </p>
<p>Raúl Núñez, autor hoy olvidado, es algo así como el Bukowski o John
Fante de habla hispana: la vida, en las dos novelas que he podido
conseguir del autor, gira en torno al alcohol y a la soledad. El
narrador es un personaje asiduo a los bares de mala muerte y las cloacas
de la ciudad, los bajos fondos, sitios donde parece que no debiera
existir la esperanza y tampoco nada con que disimular esta carencia. Sin
embargo, estos antihéroes que narran, y los estrafalarios personajes
con los que se relacionan, pese a la tristeza, pese a las dificultades
de una vida de golpes y sin ambición, pese a que llevan en la frente
grabada la palabra “Perdedor”; no terminan de perder la esperanza de
forma definitiva y se agarran a cualquier clavo, por mucho que arda.
Mola cómo escribe Núñez porque utiliza un lenguaje directo, afilado, que
corta como cuchillos. Mola porque sus novelas tienen ese halo de humor
cínico, sombrío, e incluso absurdo: por lo menos el narrador sabe quién
es, lo que es; pese a que a veces pueda dejarse llevar por un delirio,
que es delirio consciente y no sueño o anhelo, simplemente una licencia a
la locura para sobrellevar mejor los momentos amargos. Núñez era
alcohólico y sus protagonistas son alcohólicos: el alcohol es la forma
de vida, la gasolina para continuar viviendo una vida hastiada y amarga;
que pese a todo es una extraordinaria concatenación de sucesos, cada
cuál más inverosímil. Son personajes también solitarios, estrambóticos,
que desean ante todo ser amados por una mujer <em>bonita</em>, y debido a
la inexorable ausencia de amor, se conforman con sexo. Sexo con
cualquiera. Es duro no saber qué hacer con la vida. Más duro aún saber
que no vas a hacer nada que te llene en la misma. Si cabe, todavía más
duro saber que no estás capacitado para ello, si es que algo te llena. Y
en última instancia, en el remoto caso de que estés capacitado, de que
no recibirás oportunidad alguna, y que tú, en el estado en el que te
encuentras, tampoco sabrás creártela. Estos personajes viven el día a
día en un clima autóctono, propio, alejado de los “problemas de la
sociedad”; con los suyos tienen más que suficiente. Si tienen un golpe
de suerte; es decir, si ganan un buen pellizco de pasta, no debe
dudarse que se invertirá en más alcohol y más sexo en el menor tiempo
posible. Y en cambio, pese a la desolación que transmiten: parecen
cómodos en su rol de <em>parásito</em>. Han asumido su realidad, y
aunque como todo el mundo, se autoengañan, es un engaño de calado menor.
En su realidad, viven cada día como si fuera el último, les da igual
lo que les puede deparar el mañana, el hoy ya es suficientemente jodido.
Sobrevivir al hoy ya es un hito.</p>
<p>Núñez nos muestra esa otra realidad, ficcionada, que es la suya. Si
fuera norteamericano, probablemente sería adorado por multitudes, como
lo son Bukowski y Fante. Pero como es nacido en Argentina, aunque vivió
en España un buen periplo, encontrar un libro suyo es una auténtica
odisea. Todos están descatalogados, y tienes que rebuscar a fondo en
librerías de viejo y ferias del libro antiguo. Mientras tanto, tenemos
que soportar que nos invadan el cerebro con innumerables truños que cada
día se publican. He de reconocer que llegué a su obra de casualidad: un
librero me lo recomendó fervientemente, además tenía el añadido que
estaba publicado en la mítica y contracultural colección editorial Star
Books (Kerouac, Cassady, Burroughs, Sam J. Lundwall, Alfred Jarry, Jom
Morrison, Guthrie o Hunter S. Thompson, entre otros). El libro se
titulaba <em>Derrama whisky sobre tu amigo muerto</em>, y por supuesto me encantó. Hace poco, mirando entre montones y montones de libros viejos, tuve la suerte de dar con <em>Sinatra. Novela urbana</em>.
Me lo agencié con premura, la misma que me hizo comenzar y finiquitar
la obra en un santiamén: si bien no me pareció a la altura de la
anteriormente citada, también me agradó muchísimo. Y es que ese seguir
hacia delante a pesar de la atmósfera desoladora y todas las sorpresas
que puedan acaecer engancha. En cierta forma, Núñez hacía novelas
existencialistas urbanas, con toques surrealistas.<br /><br /></p>
<p>“No podía imaginar al mundo sin el sexo. ¿Qué sería de nosotros? Cuántas cosas habrían perdido definitivamente su sentido.<br />¿Para
qué los desgastados tejanos ceñidos sobre el culo; para qué el nilón
negro enfundando las piernas de una corista platinada; para qué las
blusas entreabiertas hasta el quinto botón; para qué el perfume de
sándalo sobre una piel de terciopelo; para qué las agotadoras madrugadas
compartidas en un hotel barato; en definitiva: para qué la vida?” (1)</p>
<p> </p>
<p>“Sinatra lo miraba todo.<br />Miraba a los oscuros chaperos que
esperaban conseguir su noche sentados en la barandilla del metro Liceo.
Miraba a las niñas de rizados cabellos que enseñaban sus braguitas
blancas a través de los finos vestidos. Miraba a los secreta de
chaquetas abiertas, bigotes poco convincentes y gafas oscuras que
caminaban seguros y evidentes. Miraba a los resignados maridos que
tomaban un granizado de limón en las terrazas junto a una esposa gorda y
somnolienta. Miraba a los belicosos borrachos de ojos enrojecidos que
maldecían a la luna llena.<br />Y Natalia no estaba.” (2)</p>
<p><br /><br /></p>
<p>(1) <em>Derrama whisky sobre tu amigo muerto</em>, Raúl Núñez, 1979. Editado por Star Books.</p>
<p><br /> (2) <em>Sinatra. Novela urbana</em>, Raúl Núñez, 1984. Editado por Anagrama.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-86586655664546562262022-04-10T13:41:00.001+02:002022-04-10T13:41:49.397+02:00Desde las novelas de Manuel Pérez Subirana<p> (Escrito en 2013)<br /><br /></p><p>Resulta duro enfrentarse a una novela de Pérez Subirana. Yo lo hice
con las dos que tiene publicadas. Seguidas. Sin lectura intermedia. Así
que: doblemente duro. No porque estén mal escritas o porque sean de
difícil lectura: sino por los temas que trata y cómo los trata. Sus
novelas, que son novelas-ensayo-vida; es decir, están escritas
primordialmente para hacer constar reflexiones acerca de la vida;
efluyen una sensación de melancolía y tristeza por el tiempo
transcurrido. Un tiempo que ha pasado y no se ha aprovechado: la
felicidad no ha llegado y sí más bien la decepción, el aburrimiento, el
asqueo. Y ello por la absurdidad ya no sólo de la vida, también de la
estructura social. Ambas novelas están escritas por narradores que han
superado la treintena y hacen balance y diagnostican un desencanto que
les corroe por dentro. Un desencanto por haber estudiado algo que no les
gusta o les llena, para no decepcionar a familia, allegados, y por qué
no, a la sociedad en general que ejerce esa enorme presión para que las
personas no se conviertan en parásitos o seres no-útiles (aunque como
contraposición, en su primera novela existe un personaje-parásito que
tampoco experimenta la dicha; como queriendo hacer ver que la tristeza y
el desencanto se van acumulando a medida que el ser humano envejece, y
que resulta inevitable). Un desencanto por trabajar en oficios que
tampoco les motivan. Un desencanto por dejarse llevar por las corrientes
del entorno en su vida. Un desencanto por saberse inútiles,
incapacitados para tomar las propias decisiones. Un desencanto tal vez
por la sensación de que en realidad no tienen opciones, o en todo caso,
todas son equivocadas.<br /> <br /> Los narradores le echan huevos y deciden
dar un giro a su vida, sin saber muy bien a dónde dirigirse.
Sencillamente saben que no pueden continuar viviendo de la misma forma:
la putrefacción interior es inaguantable. Quieren cambiar pero no saben
cómo. Probablemente porque no hay una manera ni un lugar hacia el que
dirigirse ya no digo óptimo, sino benevolente. Da igual. Se arriesgan:
se lanzan a un mar desconocido con tan solo unos manguitos como
flotadores. Y lo pasan putas, al menos psicológicamente. Claro que sí.
Deciden enfrentarse a la vida que tienen: acomodada, mediocre, cómoda,
confortable. Porque están hasta los huevos. Sacan fuerzas de flaqueza.
Con la incertidumbre, y la certeza de que todo puede ir a peor. Aun así.</p>
<p>Aun así.</p>
<p>Aun así.<br /><br /><br /></p>
<p>Han visto cómo la vida se les ha escapado de las manos. Como si en un
abrir y cerrar de ojos la juventud eterna, ésa que creían que duraría
toda la vida y que les otorgaría una grandiosa fuerza vital cuando lo
necesitaran, se hubiese esfumado. No son personas especialmente
infelices o insatisfechas; pero el peso existencial de esta infelicidad o
insatisfacción llega un momento en que les resulta insoportable.
Siempre llega la gota que derrama el vaso. El tiempo voló… y la
melancolía se apodera de ellos. La melancolía por no hacer lo que
hacían, la melancolía por no hacer lo que hubieran deseado hacer, la
melancolía por no hacer lo que hubieran podido hacer, la melancolía
porque los años licenciosos se terminaron, la melancolía por encontrarse
en un límite de edad en que uno no sabe si es joven o viejo,… la
melancolía de sus vidas y también de otras vidas. <br /> <br /> ¿De qué
servirá cambiar el rumbo? Pues probablemente, de poco o nada, pero es
algo a lo que se ven forzados, una poderosa fuerza interior les impulsa a
ello. Esa fuerza interior que se rige por un vacío existencial que
jamás podrá ser llenado. Un vacío existencial que como tal, siempre
estará vacío. Y por añadidura, irá acompañado de sensaciones como la
tristeza o la desidia; el pensamiento pesimista inundará la mente y
afectará al cuerpo, la propia vida cotidiana, las relaciones con los
demás. Para sobrellevar el pesimismo se tirará de un humor ácido, negro,
irónico. En ocasiones hiriente. Otras compasivo. Se hará borrón y
cuenta nueva, en la medida de lo posible. Porque al fin y al cabo uno no
puede huir de sí mismo, o de sus propios <em>yoes</em>, y uno de los
mayores problemas es ése. De todas formas, aunque pudiera, de poco
valdría: tampoco puede cambiar el resto del mundo. Uno no elige nacer, y
en realidad, si se analiza desde un punto de vista crítico, no elige
nada o casi nada en la vida, si acaso nimiedades. Siempre estará
influenciado por el entorno, la sociedad, las experiencias, el miedo,
las dudas, la adrenalina, etc. Todos deseamos lo que no somos o no
poseemos: otorgamos un valor “mágico” a ciertas cualidades,
características, etc. que vemos en los demás, y que en realidad, están
muy alejadas de la idea que nos hacemos de ellas. Sí es cierto que en
el transcurso de cada día tomamos pequeñas decisiones dentro de los
límites que se nos permite: uno podría volarse la tapa de los sesos,
rajarse las venas de la muñeca, lanzarse desde un rascacielos,
empotrarse con el coche contra un árbol, etc., y salvo casos
excepcionales, es algo que la gente no hace. Ya sea porque consideran la
vida como algo muy valioso –uno no elige vivir… pero una vez ya se
forma parte de este mundo, se sabe que es la única oportunidad para
experimentar lo que se experimenta-, porque tienen miedo o porque ni tan
siquiera se lo han planteado. Uno puede “decidir” quedarse durmiendo en
casa y no ir a trabajar (con el consiguiente despido procedente) o no.
Uno puede decidir follarse a una puta o hacerse un paja o ambas o
ninguna. Uno puede decidir girar a la derecha o la izquierda en el
siguiente cruce. Sí, son pequeñas decisiones sobre las que se construyen
las vidas, sobre las que se cimenta una personalidad y una forma de ver
la vida, etc. A nivel general no parece mucho: pero es al nivel que uno
puede decidir. Por eso, el cambio que acometen los personajes de las
novelas de Pérez Subirana son tan <em>importantes</em>, y al mismo tiempo, tan <em>insignificantes</em>.
He ahí la gran paradoja de la vida. Somos alguien, pero en realidad no
somos nadie. Puede que nos creamos especiales, pero en realidad somos
asquerosamente comunes y vulgares. Y en cambio, uno lee estas novelas y
se siente identificado en muchos aspectos y también se siente único y
especial pese a compartir ideas, reflexiones, sensaciones (o más bien
sobre todo debido a ello): son novelas del YO, reflexivas, con un deje
de hastío y otro, más pequeño, de esperanza. Uno siente que no es tan
raro como cree, que hay más gente de la que parece que le da por pensar
en el<em> sinsentido</em> de la existencia y ese tipo de cosas… y que en realidad la vida es puro teatro, contradicción extrema, inútiles experiencias.</p>
<p><br /> NOVELAS DE MANUEL PÉREZ SUBIRANA:<br /> <br /> <em>Lo importante es perder</em>. 2003. Editado por Anagrama.<br /> <em>Egipto</em>. 2005. Editado por Anagrama.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-17148929141715508242022-04-10T13:39:00.001+02:002022-04-10T13:42:17.468+02:00Música como anestésico<p> (Escrito en 2012)<br /><br />https://www.youtube.com/watch?v=dX3k_QDnzHE<br /><br />Hay canciones que sobrecogen con tal fuerza que una vez escuchadas,
durante un periodo de vida, no puedes dejar de volver a poner y
escuchar. Mi último descubrimiento ha sido el grupo musical M83; cuyas
canciones “Steve McQueen” y “Midnight City” estoy quemando a más no
poder. La música es vitalidad, energía, pasión; por eso vivir sin ella
se nos hace muchas veces tan cuesta arriba. Una canción que te guste es
ese respiro siempre necesario; transporta la mente a infinidad de
lugares recónditos, desconocidos, casi inimaginables, voraces. Hace que
nos olvidemos de la insignificancia de la vida, por una parte, y por
otra, consigue que seamos conscientes de la propia absurdidad que rodea a
y es la misma vida. Un mundo sin música sería un mundo mucho peor, o
cuanto menos, mucho más aburrido. La música es fundamental, por ejemplo,
en el cortejo, y también para la actividad física y cerebral. Aparte
de para socializar o sencillamente ligar; ¿cuál es el motivo por el que
nos reunimos en discotecas, pubs, baretos, chiringuitos, fiestas al aire
libre, casas de amigos o conocidos, etc.? Para desinhibir nuestro
cuerpo y nuestra mente, yo contestaría; porque una vez uno se deja
llevar por el ritmo de la música, ésta atraviesa la barrera
hematoencefálica y se incrusta en el cerebro, pocas cosas pueden hacer
que se salga del trance, el éxtasis experimentado. Sólo el miedo a hacer
el ridículo, a lo que piensen los demás imbéciles del local, a no
llamar la atención, a evitar que se burlen de ti,... puede privar de
unas sensaciones universales y al mismo tiempo únicas. Es como el sexo,
pero con otros matices, y quizá (solamente quizá) en otra vertiente. Se
olvida quién nos rodea, o precisamente nos acordamos sólo de alguien
especial; el caso es que los pensamientos inundan la glándula del
placer: liberando hormonas de la felicidad, convirtiendo un instante
amnésico en un estado dionisíaco. En realidad no hace falta ni moverse
de la silla, el asiento, el sillón, ni cambiar la posición horizontal,
vertical u oblicua. Simplemente con cerrar los ojos uno es capaz de
notar las vibraciones que recorren el cuerpo, pequeñas descargas
eléctricas, un reset cotidiano etéreo y temporal pero inmensamente
placentero. En cierto sentido, la música es una de las drogas más
poderosas que existen en la Tierra, en el universo, la galaxia.</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8939662185923917401.post-15979947579323663502022-04-10T13:34:00.003+02:002022-04-10T13:42:04.861+02:00Enamorarse después de los veinticinco<p> (Escrito en 2012)<br /><br /></p><p>“La carta es de ella. Tiembla. Le embarga un repentino recuerdo de la
mujer. Seguía siendo la única a quien había amado. ¿Cómo había podido
vivir sin ella todos estos años? ¿Cómo había podido tener hijos con otra
que no fuese ella?” <em>Una herencia peligrosa</em>, Zafer Senocak (1).</p>
<p>Dice Douglas Coupland, en esa maravillosa y etérea novela llamada <em>Generación X </em>(2),
que los veinticinco es la edad crítica para darse cuenta que la vida es
una mierda. No es exactamente así, pero lo que sí viene a decir bajo mi
punto de vista, es que a partir de esa edad es cuando uno se da cuenta
completamente que su vida y la de sus allegados no es cómo se la había
imaginado o planteado. El romanticismo, el idealismo o la candidez de
pensamiento no tienen cabida en un mundo poblado por gente sumamente
egoísta: todo lo malo se pega; y el empobrecimiento de la mente, también
denominado pragmatismo por algunos, se esparce como un virus letal
hasta dejar a uno sin esperanza. O al menos sin esperanza consciente.
Después puede decidir fingir o engañarse a sí mismo; parecer feliz,
contento, jovial, agradablemente satisfecho. Pero si se adentra en las
profundidades de las entrañas que cubren las actuaciones de cinismo e
impostura, verá que el corazón está ennegreciendo a pasos ultrarrápidos,
contaminándose hasta dejar que ejerza sólo la función considerada
fundamental: latir y así permitir la distribución de la sangre
transportadora de gases por todo el cuerpo.</p>
<p>Mi caso personal es deplorable: sólo me he enamorado una vez; y la
cosa acabó francamente mal. En realidad ni siquiera puedo afirmar, sin
faltar a la verdad, que empezó de forma aceptable. Tendría unos
diecinueve o veinte años; creo recordar que fue un lunes siguiente a un
satisfactorio fin de semana (por calidad, siempre por calidad, nunca por
cantidad). El caso es que mi mirada se cruzó con la de la chica que
estaba sentada en el pupitre de delante, en diagonal, y desde entonces
no la pude olvidar. Me recordó a una jovenzuela que había conocido en
épocas anteriores y con la que había congeniado, y creo que desde la
primera vez que nuestros ojos se hablaron, la idealicé hasta hacerla
inalcanzable. No sé si había química, desde luego la atracción inundaba
la habitación. Intercambiábamos hormonas desde la piel y las glándulas
sudoríparas hasta nuestras fosas nasales. Fue un momento mágico en mi
cerebro, de los que se recuerdan toda la vida: el torrente sanguíneo y
los neurotransmisores embriagan la mente como ninguna de las drogas
conocidas es capaz de hacerlo. ¿La mejor droga? Yo siempre contesto que
el enamoramiento por flechazo. Es como si te sobrase una tuerca para el
completo funcionamiento de la maquinaria, y alguna fuerza inexplicable
la hiciera trizas. Por fin los cuentos que te contaban de pequeño, las
películas que habías visto, cobraban sentido. En cambio, no todo es tan
bonito, al menos no lo fue en mi caso. Sé por qué se dice lo relativo a
las “mariposas en el estómago”: cada vez que me acercaba a mi amada me
entraban unos retortijones, de los nervios, que me obligaban a huir como
un rufián dirección a un váter, en la mayoría de casos previamente
inundados de inmundicia: ello me llevaba a pensar que había gente en mi
misma situación. Una vez superé los nervios del miedo escénico, llegó la
época de parecer completamente idiota: cada frase, cada afirmación,
cada emisión procedente de mi boca, además de salir entrecortada era
completamente desacertada. Como comprenderéis, es complicado ser más
inútil en esta materia. Y a pesar de todo tuve mis oportunidades: la
mayoría las desperdicié por cobardía, o por inanidad social pura y dura.</p>
<p>Me rechazó. Me hundí. Mi autoestima quedó por los subsuelos de la
ciudad; las alcantarillas se convirtieron en el lugar preferido para
autocompadecerme. Y desde entonces, cada vez que la veía o me cruzaba
con ella, me sentía mucho más incómodo que cuando me comportaba como un
patán. Huía, no sin resentimiento y sobre todo dolor, mucho dolor.
Además, en la vía de alejamiento siempre chocaba con cosas, tropezaba y
llamaba la atención de tal forma que era imposible que la deseada no
avistase mi deserción.</p>
<p>Jamás me masturbé pensando en <em>ella</em>; y es que como decía el maestro Rafael Azcona: “el verdadero amor no se mancilla” (3).</p>
<p>Llegaron los veinticinco y el vacío se apoderó de mi alma. El vacío
existencial, la incapacidad de amar, que tan bien expresan los
personajes de la mencionada novela de Coupland. La existencia no tenía
sentido; en el futuro tan sólo lograba avistar amargura, vacuidad,
desesperanza. Somos máquinas y viviría como un aburrido y monótono robot
hasta la llegada de mi muerte física. Porque por dentro ya era un
cadáver; mi vida carecía de importancia y lo sabía; no había un gran
motivo por el que seguir adelante. El desencanto inundaba todo mi ser.
Mi mente jugaba con ideas que me hacían perecer prematuramente; aunque
obvio, no tenía huevos para llevarlas a cabo.</p>
<p>Cuando ya me había acostumbrado a esta vida gris, carente de interés,
plena de fingimientos, con placeres ocasionales; aparece una persona
que me hace recobrar la ilusión. Soy consciente que no es la misma
ilusión que cuando tenía siete, nueve, trece años; porque hace tiempo
que perdí la inocencia y dejé atrás la utopía personal; pero la desdicha
desapareció de mis sentimientos comunes y habituales. ¡¡¡Todo ello con
una edad que sobrepasa los veinticinco años!!! La persona que me
devolvió la vitalidad había aparecido antes en mi vida, de forma
marginal; tanto que ni siquiera me había percatado de su presencia. Fue
en una cena de grupo cuando me atrajo como un imán atrae al metal: sus
facciones, su distinción, su forma de hablar, su estatura, sus
movimientos enaltecieron mis sentidos; no podía dejar de mirarla, de
observarla, con cierto disimulo (o eso me pareció). Todavía no me he
lanzado aunque creo que puede haber química entre nosotros (lo noto en
las miradas furtivas que nos lanzamos). No sé cómo saldrá; lo que sí voy
a intentar es no cometer los mismos errores que la vez pasada, aunque
tengo claro que no voy a renunciar ni a mi personalidad ni a mi forma de
ser; porque de conseguir el éxito de esta forma, no me estaría amando a
mí sino a un impostor, un impostor que en el fondo de mi ser haría
sentirme como la más pestilente y abyecta de las piltrafas. Sería una
traición en toda regla. Esto no pretende ser un alegato a favor de la
vida, ni una narración que invite a “creer en el destino”; simplemente
es un relato de ficción con elementos no ficticios.</p>
<p>Probablemente saldrá mal. En el mejor de los casos no irá como
imagino. Pero doy gracias por volver a sentirme vivo. Y es que, en el
fondo, mi ideal del amor es sencillo y al mismo tiempo inalcanzable;
nada mejor para expresarlo que un fragmento de un cuento de Francisco
Ayala (4):</p>
<p>“Seguros ambos de su amistad venidera, de su amor sin explicaciones,
se sentaron juntos, en un rincón. Pero esa misma seguridad les vedaba
cualquier posible diálogo. Sólo contaba con su efectiva presencia: no
tenían pasado, y el porvenir estaba en sus manos, sumiso. ¿Qué frases,
qué pretensiones, qué indagación -si todo estaba intuido- cuartearían el
bloque de silencio interpuesto entre ellos?<br /> Aurora, dócil a su instinto, eligió la curva irónica. (Es decir, se salió por la tangente.)<br /> -Bailas -dijo- como si estuvieras haciendo instrucción militar. Una vuelta a la derecha y otra a la izquierda.<br /> -Tú, como si atendieras a la música de la luna -respondió Antonio.<br />
Se miraban. Se descubrían las facciones, los movimientos, con la
emoción pura del explorador ártico; pero -también- con la curiosidad
utilitaria de quien recorre las habitaciones de la nueva casa donde va a
instalarse.”</p>
<p> </p>
<p>(1) Gefähriliche Verwandtschgat, Zafer Senocak, 1998. Traducido por Carmen Plaza y Ana Rosa Calero y editado por Pre-textos.</p>
<p>(2) Generation X, Douglas Coupland, 1991. Traducido por Vicente Verdú y editado por Ediciones B. El autor tiene twitter propio: <a href="https://web.archive.org/web/20160610054658/http://twitter.com/DougCoupland">http://twitter.com/DougCoupland</a></p>
<p>(3) Memorias de sobremesa. Conversaciones de Ángel S. Harguindey con Rafael Azcona y Manuel Vicent, 2002. Editado por Aguilar.</p>
<p>(4) Cazador en el alba, Francisco Ayala, 1929. Editado por Alianza</p>hoemanhttp://www.blogger.com/profile/08595776848964271621noreply@blogger.com0